¿ Qué haría si te perdiera ? (con dibujos de autor)

Capítulo 5: El lado blanco

Sentí un leve zumbido en mis oídos. Cuando abrí mis ojos, vi el rostro del Sr. Ernest apoyado en mi nariz. En el preciso instante en donde nuestras miradas se cruzaron, él empezó a gritar: ― ¡Qué alivio! ¡Vive!

Me reincorporé y permanecí arrodillada mientras analizaba lo que estaba ocurriendo. Mi ropa no estaba mojada, Ernest tampoco, « ¿Cómo era posible? ¿Acaso no nos habíamos ahogado? », pensé.

―Te diste un fuerte golpe en la cabeza― dijo el Sr. Ernest―. Creí que no estabas respirando y sucumbí ante la desesperación. No sabía qué hacer, así que grité lo más fuerte que pude. Gracias al Mago vino una niña a ayudarnos. Muy amablemente te colocó una almohada debajo de tu cabeza y permaneció unos minutos sentada al lado tuyo para controlar que respires.

― ¿Qué niña?― pregunté consternada.

De pronto, sentí un ruido que provenía del lado izquierdo a mi cuerpo. Cuando giré la cabeza, inesperadamente me reflejé en unos ojos grandes y blancos que me observaban casi sin parpadear. Al liberarme de esa primera impresión, advertí que era una niña de aspecto angelical. Ella no se había percatado del espacio personal y se posicionó demasiado cerca de mí. Tenía la piel pálida, casi transparente, y su pelo, como el azúcar, caía uniformemente hasta su cintura. Su cabeza estaba adornada con un gigantesco moño y lucía un vestido elegante, del mismo color que sus ojos, con un diseño de otra época, como si fuera una muñeca de porcelana cubierta de talco. Me hacía acordar a las niñas que aparecen en las películas de terror, las que miran fijo al protagonista, tararean una canción de cuna y después se desvanecen en la oscuridad.

― ¡Ay dios mío, un fantasma! ― exclamé asustada.

― ¿Te sentís mejor? ―respondió la niña con voz suave, sin alterarse por mi reacción.

― ¿Eh? Ah, sí, gracias― contesté tratando de no hacer contacto visual.

Estaba tan nerviosa que no me salían las palabras, era imposible dejar de tartamudear. Sus ojos mirándome fijamente me incomodaban. Eran tan raros que me daban ganas de preguntarle si usaba lentes de contacto, pero obviamente no lo hice, no quería parecer una maleducada. Daba miedo la chica, fue lo más cercano que estuve a estar frente de un espíritu. Por ese motivo, tomé una decisión responsable y coherente: tratarla con cariño para que no me lastime.

Después de que me ayudó a levantarme, la chica observó detenidamente mi ropa desplazando la vista hacia mi pelo. Parecía como si hubiera encontrado un animal extraño. De forma ofensiva pero manteniendo su natural delicadeza comentó:

― Que rara que sos ¿De dónde vienen ustedes?

No lo podía creer « ¿Yo soy la rara? Ella se baña en lavandina pero ¿Yo soy la rara? ¡Que desubicada! encima que me ahorré comentarios para no ofenderla, me dice eso », dije para mis adentros. Quise contestar rápidamente su pregunta, para poder irme lejos de ese escenario incómodo.

― Yo soy de...―dudé― bueno, vengo de...

En ese momento, me di cuenta que no sabía cómo explicarle a una desconocida que estaba viajando por dimensiones, buscando a mi amigo junto a una lagartija-dragón que habla. Tampoco le podía decir que terminé inconsciente en ese lugar porque no seguí al pie de la letra las instrucciones de un manzano. Quizás la niña tenía razón, yo si era rara. No servía de nada negarlo u ofenderse por eso, aunque tendría que haberse ahorrado el comentario.

― Creo que está confundida por el golpe― dijo el Sr. Ernest.

― Entiendo, tal vez todavía te sientas mareada ¿Por qué no vienen conmigo? En mi casa tengo hielo, podrías ponértelo en la cabeza y bajar la inflamación― respondió la niña.

Repentinamente me di cuenta de que ella no se sorprendió cuando escuchó a Ernest hablar. «Tal vez, en este lugar, las lagartijas también se comunican con palabras», pensé. Aun así, para mantenerme cuerda, llegué a la conclusión de que todos estábamos locos y decidí seguirles la corriente.

El espacio en donde me encontraba era un pasillo vidriado, bastante extenso y con el diámetro justo para poder caminar de forma erguida y sin ninguna molestia. En mi imaginación yo consideraba que estábamos dentro de un tubo de ensayo. Todo nuestro alrededor era demasiado blanco, tanto, que me inquietaba tocar el vidrio y mancharlo con tierra. No quería ir con ella, pero no sabía cómo decirle que no. Además, esa niña, era la única que sabía dónde estábamos. Era uno de los primeros seres humanos con el que me había cruzado hasta ese momento, así que traté de ser sociable y le dije mi nombre, ella sonrió y me contestó: ―Un gusto Cora, mi nombre es Liquet.

El lugar, por fuera, estaba construido a base de bloques de cemento blanco envueltos por una capa de vidrio que, desde mi punto de vista, cumplía una función inútil porque lo único que se podía mostrar del otro lado era esa insulsa pared. En algunos sectores, detrás del vidrio y lejos de nuestro acceso, encontrábamos distintas pinturas, estatuas y adornos, entre otras antigüedades, que no poseían ningún otro color más que el mencionado anteriormente. Me daba curiosidad preguntar por esos objetos, pero no la suficiente como para romper el silencio y hacer hablar a Liquet. El vestido aterciopelado y vintaje que usaba la niña, me hacía acordar al de uno de los personajes de mi cómic favorito. El personaje era Rosalie, una de las 3 princesas que aparece en el universo de Canlot. Este personaje tenía la particularidad de que siempre era obligada a vestir de blanco porque, en la historia original, eso significaba que ella había perdido la aprobación del rey, por ende, había pasado a ser una hija no reconocida. En esa ocasión, el color de la ropa era una forma de castigo.



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En el texto hay: misterio, criaturas sobrenaturales, amor amistad

Editado: 20.04.2021

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