¿ Qué haría si te perdiera ? (con dibujos de autor)

Capítulo 10: Allí, donde habita la magia

Caminé sobre la capa de hielo lenta y pausadamente, era tan extensa que constituía casi toda la superficie del nuevo mundo en el que me encontraba. La fragilidad del piso me daba la impresión de que en cualquier instante podría quebrarse y, mientras tanto, mis torpes pisadas aumentaban la inseguridad de caer. Con intención lógica pero con una ejecución inútil trataba de protegerme del helado viento que invadía todo el espacio. Abrazaba fuertemente mi cintura, tironeando del tapado negro para cubrir cualquier parte de mi cuerpo que quedara al descubierto. De esta forma traté de preservar el mayor calor posible. Cerraba mis parpados con la intensión de disminuir la resequedad de mis ojos que, en la tempestad, ya no podían diferenciar lo que veían. Mis labios también estaban endurecidos por el frío, pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo. No sabía la dirección en la que me dirigía, solo trataba de avanzar y escapar de la baja temperatura. En consecuencia a esto, Ernest obviamente no se encontraba en mi cabeza. Se había escondido dentro de uno de los bolsillos del abrigo, acurrucado, tratando de luchar contra su propia naturaleza que insistía que era momento de comenzar a hibernar.

Después de un tiempo largo, el viento se detuvo, pero eso no fue lo más sorprendente, asimismo, el aire también se había terminado. Yo ya no podía sentir absolutamente nada, no respiraba pero extrañamente tampoco lo necesitaba. Parecía que todo se había interrumpido de forma abrupta, como si alguien hubiera apretado algún un botón o hubiera desconectado algún tipo de cable. Ni frío, ni calor, ni siquiera templado, nada.

Cuando miré hacia abajo me di cuenta que el hielo se había derretido dejando agua en su lugar. Me encontraba parada sobre una gran laguna imperturbable. Parecía bastante profundo, no podía visualizar a cuantos metros estaba la tierra sólida. Curiosamente yo permanecía inmóvil, como si estuviera parada sobre un vidrio en vez de líquido. Me puse de cuclillas y toqué con mi mano la sustancia. Pude atravesar la base sin el mínimo esfuerzo, aun así, el agua se mantenía sin alteración, ni siquiera el más débil movimiento ondulatorio. No sentía la sensación de viscosidad o roce. Al sacar mi mano tampoco tenía signos de haberme mojado, ninguna gota, estaba completamente seca a pesar de haber visto claramente mi accionar. Ese lugar no aceptaba modificaciones. Traté de entender cómo era posible no hundirme, aunque ese cuestionamiento rápidamente fue descartado. Había pasado por tantas cosas que ni siquiera me sorprendía poder caminar sobre el agua, lo asimilé con naturalidad.

Un lugar fuera del espacio y el tiempo, perfecto e inmóvil, ni siquiera mi reflejo o mi sombra llegaban a mostrarse, era como si yo no estuviera ahí. Había un sol radiante que no daba calor y un cielo sin nubes con tonalidades magenta que impregnaban el agua. Me resultaba tan extraño encontrarme agobiada en vez de maravillada, ese estado de quietud me era intolerable, sentía un fuerte deseo de romper con esa armonía, la armonía que yo no poseía dentro de mí. Era una zona amplia, bastante particular, creo que la mejor palabra para definirla sería "Libre". A diferencia de los otros mundos que habíamos visitado, este espació daba la sensación de ser interminable. La incomodidad me invadió cuando recordé lo que vi detrás de aquella puerta verde, experimenté lo mismo que en aquel momento: una desconfianza inefable.

― ¿Pero qué acaba de pasar?― preguntó Ernest mientras asomaba la cabeza por fuera de mi abrigo.

― No estoy segura― respondí.

― ¿Seguimos en el mismo lugar?―volvió a preguntar Ernest.

― Supongo que sí. Creo que estoy un poco confundida. Siento que pasó una eternidad pero a la vez también siento que no avancé nada ¿Cuánto tiempo creé que ha pasado?

― No soy el indicado para responder esa pregunta. La primera y última vez que compré tiempo no me fue muy bien, por esa razón trato de no calcularlo.

― Pero no se puede comprar el tiempo― cuestioné.

― Sí se puede, yo una vez le compré tiempo a un reloj. Él era bastante popular debido a su impecable trabajo. Había sido creado con el material más fino, propio de una artesanía coleccionable. Su cuerpo estaba recubierto con fragmentos de madera de roble pero, por dentro, era de titanio para protegerse de los golpes; su cristal de zafiro y las manecillas de color dorado daban la impresión de un futuro brillante para quien buscara la hora en él. Los que teníamos al reloj en alta estima siempre dijimos que jamás se había atrasado en ningún segundo, lo cual era verdad, no puedo negar que llevaba un control exhaustivo de la puntualidad. En ese entonces yo tenía el deseo de disfrutar un poco más mis mañanas, todavía no había empezado a escribir porque me mantenía ocupado sobreviviendo a las adversidades naturales que atormentan a cualquier ser vivo. Mi día consistía en buscar comida, seleccionar un lugar donde dormir y tratar de no estar dentro de la dieta de otro animal, sólo eso, la vida simple. No me mal entiendas, no digo que sea malo vivir así, el problema está en que yo soy alguien al que la simplicidad le aburre. Cuando conocí la existencia de este reloj no dude en pedirle que mis mañanas duraran dos horas más, pensaba que esas horas serían suficientes para lograr grandes proyectos y tener una vida un poco más interesante. Ahorré una gran cantidad de almendras para pagar esas horas.

― ¿Almendras?

― Si, en lugar de donde yo vengo las almendras serían la moneda de cambio. En mi pueblo natal las cosas se pagaban con eso. Aunque no lo recuerdo muy bien, estoy un poco oxidado con mis viejos recuerdos ¿Ustedes que usan?



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En el texto hay: misterio, criaturas sobrenaturales, amor amistad

Editado: 20.04.2021

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