En un cuarto de hospital el único sonido que se oía era el pitido constante de la máquina que mostraba las constantes vitales del hombre que descansaba en la cama, del otro lado de la habitación una mujer menuda dormía en el pequeño y al parecer poco cómodo sillón que allí se encontraba, pero toda la quietud se rompió en cuanto la máquina cambió y comenzó a emitir un sonido más fuerte y el hombre empezó a convulsionar entonces la joven se despertó y lo vio, corrió hacia el hombre y llorando intentó ayudarlo pero fue imposible no tenía idea de cómo hacerlo entonces salió al pasillo y corrió a buscar a una persona que pudiera ayudarla.
-POR FAVOR AYUDA – Catherine lloraba y una enfermera fue a su encuentro.
-Señorita cálmese –le dijo sosteniéndola de los hombros - ¿Qué sucede?
-Es mi padre, está convulsionando.
En ese momento la enfermera fue por un doctor y corrieron hasta la habitación del padre de la joven y lo ayudaron hasta que el se estabilizó, Catherine desde la puerta observaba todo lo que ocurría dentro con su padre y no podía parar de llorar. El médico después de comprobar que el hombre se encontraba bien se acercó a ella.
-Señorita cálmese – le ofreció un pañuelo.
-Gracias – dijo aceptando el pañuelo del hombre – perdón es que esto...
-Lo se y lo entiendo, pero debe entender que eso no ayudará a su padre. Disculpe si soy muy duro.
-No, tiene razón ¿Qué pasó? El se veía mejor.
-Y lo está, por lo menos por ahora, pero su condición es muy delicada lo único que puedo decirle por ahora es que hay que esperar a ver como evoluciona y si su cuerpo no rechaza el tratamiento puede que en una semana le podamos poner el marcapasos para evitar nuevos infartos.
-¿Eso fue lo que le sucedió?
-Me temo que sí, tuvo una serie de pequeños infartos que hicieron que su corazón comenzara a fibrilar, pero ahora está bien.
-Gracias doctor.
El doctor se fue y ella se acercó la cama donde su padre descansaba, ya un poco más calmada le tomo la mano y le habló.
-Hola papá, sé que es un poco raro para los dos que esté hoy aquí considerando que hace un tiempo me fui después de haber dicho cosas de las que me doy cuenta ahora fueron al calor del momento, yo no quiero que me dejes, no quiero perder a mi padre y sé que a pesar de no haber atendido los incontables llamados o contestado tus cartas tu siempre quisiste arreglar las cosas entre los dos. Perdóname por haber sido tan testaruda y tener que llegar hasta este punto para verlo. Pero quiero que te pongas bien tengo mucho que contarte.
-EL lo sabe – ella sintió una mano en su hombro y se giró para ver quién era – hermanita, no llores él lo sabe.
-Stuart – dijo y se secó las lágrimas con el dorso de la mano -¿Cómo estás? ¿Cuándo llegaste?
-En cuanto Martha pudo contactarme, y ¿Cómo se encuentra?
-No lo sé, hace un rato tuvo un episodio y lo estabilizaron pero el médico dijo que todo depende de él.
-Es un hombre duro va a estar bien ¿Por qué no vas a casa? Descansa, date una ducha habla con mamá, yo me quedaré aquí a hacerle compañía.
-No quiero dejarlo, quiero estar con él cuando despierte.
-Escucha no te hará ningún bien pasarte la noche en vela, seguro que él estará mejor en la mañana. Cathe de verdad, te vez fatal.
-Y tu sigues siendo igual de feo.
-Graciosa. Vete.
-Está bien, pero si algo sucede o despierta...
-Lo haré.
Ella abrazó a su hermano, dejo un beso en la cabeza de su padre y salió de la habitación con su maleta arrastrándola sobre las ruedas por el corredor hasta el ascensor, al salir del hospital tomó un taxi hasta la casa de su infancia donde al llegar dudo un momento antes de golpear la puerta.
-Cathe mi niña hermosa – su madre la estrechó entre sus brazos –creí que llegarías antes – la observó detenidamente y noto que había estado llorando – hija ¿Qué sucede? ¿Por qué llorabas?
-Madre – la tomó de la mano y la llevó hasta adentro cerrando la puerta tras ellas – tengo que decirte algo que está pasando.
Camino hasta la sala de la casa, dio una pasada rápida por la estancia, todo se veía tal cual ella recordaba: las fotos de su baile de graduación y las de su hermano seguían sobre la chimenea, la réplica de su diploma en letras de la universidad enmarcado y colgado en la pared, los mismos cuadros, lámparas y sofás que había comprado en su viaje a Marruecos. De pronto un sentimiento de nostalgia la envolvió y suspiro e hicieron que añorara aquellos días en los que preocuparse por las notas de la escuela eran su prioridad.
-¿De qué quieres hablar? – su madre se sentó y ella hizo lo mismo.
-Ma, no estoy aquí porque estoy tomando vacaciones o algo parecido. Es porque – tomó aire para lo que debía decirle y sujetó las manos de su madre entre las suyas – he venido porque Ethan me llamó, papá está mal en el hospital...
-No me digas, seguramente es solo un berrinche para que vinieras y...
-No, escúchame mamá el de verdad esta grave si no le hacen un trasplante de corazón podría morir.
A su madre el semblante le cambió y de pronto se puso blanca, no podía creer que ese hombre que siempre fue fuerte como un toro hoy esté en una cama de hospital luchando por su vida
Y lo peor para ella era que su hija estuviera sufriendo por él luego de que les hubiera hecho tanto daño, no quería sentir lástima ni compasión, pero si sabía que sus hijos estarían tristes se lo notaba en la cara a Catherine quien siempre fue la niña de sus ojos hasta aquel día que tuvieron esa pelea tan fuerte y ella se fue jurando no querer saber nada más de él y renegando ser su hija. Ahora ella había regresado y al parecer dispuesta a arreglar las cosas con su padre.
-Y tú ¿Cómo estás cariño?
-Mal, no pensé que esto me afectaría tanto, después de todo es mi padre.
-Entiendo, no puedes estar indiferente.
-Y tú tampoco madre.
-¿Qué quieres que haga? No puedo perdonarle tantos años de engaños.
-No te pido que lo hagas, solo... pensé que deberías saberlo y si no puedes perdonarlo te pido que nos apoyes a mis hermanos, si a Ethan también él no tiene la culpa del padre que le tocó ¿Podrás hacerlo?
-Por ustedes cariño, lo que sea.
-Gracias mami, te amo – se abrazó a su madre.
Después de haber aclarado las cosas con su madre subió a la que había sido su habitación, al abrir la puerta vio que todo seguía tal y como lo había dejado hacía más de 10 años al marcharse a la universidad. La cama era más grande era cierto pero sus trofeos de natación, las medallas, su antiguo escritorio con la máquina de escribir que su hermano le regaló cuando cumplió 16 años seguía allí, el poster de las spice girl seguía pegado en la puerta de su cuarto y al abrir la puerta del placard encontró una caja que escondió muy al fondo de todo y al abrirla encontró su uniforme de porrista tal y como lo dobló el último día en que le dio uso en aquel juego de fútbol en la secundaria. La habitación guardaba muchísimos recuerdos de su niñez y adolescencia, pero tan amargos algunos de ellos como el día que se enteró que su padre se iría de casa o el día del funeral de su abuela y otros dulces como el día que dio su primer beso con el hermano mayor de su mejor amiga o su primera vez en el verano que cumplió los 18 años con su novio de la secundaria el día que su hermano Stuart hizo una fiesta en casa y su madre no estaba porque se había ido con su abuela a visitar a su hermana a otra ciudad.