Esa tarde en la ciudad olía a café quemado y pan recién horneado. También a crepas doradas, fresas frescas y chocolate caliente. Todo ese aroma se mezclaba con el murmullo de la lluvia que golpeaba los ventanales, como si también quisiera huir de algo.
Alicia y yo estábamos sentadas junto a la ventana de la misma cafetería a la que íbamos desde la secundaria. Veíamos las gotas deslizarse por el cristal, formando pequeños ríos que desaparecen en el borde del marco.
Ella hablaba sin parar, y yo fingía escuchar. Siempre era lo mismo: quejas sobre su exesposo, los arranques de celos, sus insultos, sus actitudes posesivas qué tenía con ella. Ya ni siquiera eran chismes interesantes; solo una repetición de su propio tormento.
Tal vez era cruel en quejarme de los problemas de Alicia o estaba cansada de aconsejar y que jamás me hiciera caso en mis opiniones sobre su matrimonio, al final era su decisión escucharme o no.
Fingí escuchar mientras revolvía distraídamente mi taza vacía cuando volvió a decir las mismas palabras que tantas veces le había escuchado decir antes.
No lo soporto más.
—Dina... —su voz temblaba— él me detesta. Me mira como si fuera... algo sucio. Cuando él también hizo cosas malas en nuestro matrimonio, tu sabes como es. —Tenía los ojos hinchados, el delineador corrido y los labios temblorosos llenos de gotas del café que antes había bebido— Ya no quiero volver a casa y verlo, ni siquiera ha recogido sus cosas desde que le notificaron el divorcio. Me abandonó... pero no se fue sin antes insultarme una vez más.
Yo solo asentí, juro que traté de entenderla, pero no podía hacerlo del todo, porque se quejaba de su marido y luego lloraba porque la había "abandonado", ella ya no era feliz con él desde hace años, incluso cuando solo eran novios.
No era la primera vez que la veía derrumbarse, pero había algo distinto en ella esta vez. Tal vez era el modo en que sus manos temblaban sobre la mesa, o ese tono de voz, hueco y ajeno, como si alguien más hablara por ella. Siempre había sido fuerte, incluso arrogante, pero hoy... hoy estaba rota.
Y no podía culparla del todo. Sufrió demasiado en su noviazgo y matrimonio, vivió cosas que muchas mujeres suelen hacer pasar como algo normal y seguir adelante.
Alicia le había sido infiel, y él lo descubrió. Aun así, la perdonó, aunque luego, solo por venganza, él también le fue infiel. Pero nada de eso sirvió. Su matrimonio ya estaba fracturado mucho antes de las traiciones. Los celos, la posesividad, los insultos y gritos sofocantes fueron los que llevaron su relación a los suelos.
—Entonces hazlo —le dije, sin rodeos— Vete unos días. Llámalo y dile que solo tiene el fin de semana para recoger sus cosas e irse. Es lo mejor que puedes hacer. Respira, Alicia. Esta puede ser tu oportunidad de empezar de nuevo.
Ella me miró, como si no entendiera mis palabras. Y luego sonrió con tristeza, una sonrisa rota, apenas sostenida.
—Eso quiero, Dina. Quiero olvidarlo todo, aunque sea por un rato, tienes razón, necesito tomarme un respiro de toda esta porquería.
Fue ahí cuando lo propuse.
Un pueblo pequeño, al norte de la ciudad, donde solíamos ir con nuestros padres o a fiestas cuando éramos adolescentes: Ravenveil.
Un nombre extraño para un lugar tan tranquilo, como si el tiempo allí se detuviera. El pueblo lleno de familias urbanas qué querían descansar de la modernización, había cabañas, casas modernizadas, tiendas de la gente local, un lago para pescar, y zonas para que las familias acampen cerca del bosque qué rodeaba al pueblo.
Incluso vino a mi memoria una fiesta cuando teníamos dieciocho... mi primera escapada de casa, la noche en que besé a mi primer novio.
—Podríamos ir este fin de semana —le dije con una leve sonrisa intentando animarla—Solo tú y yo. Sin teléfonos, sin redes, sin trabajo, sin nadie. Llevamos algo del mercado, algo de ropa, y listo.
Alicia pareció animarse un poco. Aceptó sin pensarlo demasiado, como si algo dentro de ella necesitara escapar de inmediato.
—Es una buena idea. Podemos dar un paseo por el pueblo, y si hay alguna fiesta por ahí, nos colamos. Seguro habrá algunos tipos que necesiten un poco de amor. —Sonrió con ese toque descarado tan típico suyo— No me haría mal distraerme un rato.
Yo rodé los ojos, seguía comportándose como una adolescente alocada cuando se trataba de fiestas o conocer muchachos.
—Bien, ya veremos qué pasa, Alicia.
Mientras nos levantamos de la mesa y nos acercamos a pagar la cuenta, algo me incomodó.
El espejo detrás del mostrador reflejaba nuestras figuras... pero por un instante, detrás del cabello castaño de Alicia, juraría haber visto una sombra oscura, una figura borrosa que no pertenecía a nadie en el lugar.
Parpadeó y nada.
Tal vez solo era mi cansancio por haberme desvelado tanto la noche anterior.
No dije nada.
Esa noche, mientras preparaba mi maleta, sentí una punzada en el pecho. Una sensación difícil de nombrar, como un presentimiento. Algo dentro de mí me decía que no debía ir.
Tenía muchas ganas de tomar el teléfono y enviarle un mensaje a Alicia para cancelar el viaje, decirle que tendría trabajo de última hora, que mis padres me necesitaban en su casa por alguna emergencia o incluso qué me sentía mal del estómago.
Pero no cancele, después de todo fui yo quien propuso la salida.
Y no podía dejarla sola. Después de todo, Alicia siempre ha estado conmigo cuando más la necesito. Es mi mejor amiga.
Haremos este viaje.
Y solo espero... que todo salga bien y que me equivoque, que solo sea un leve miedo pasajero lo que siento, que no sea nada de lo cual preocuparme más.
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Editado: 11.11.2025