¿qué hay de cenar?

Capítulo 3

Eran tal vez las tres y media de la tarde. Estaba acomodando mi ropa en uno de los cajones viejos del mueble de mi habitación.
Yo me había quedado con el cuarto del lado derecho, y Alicia con el izquierdo. Se lo quedó por ser un poco más grande, justo para ella y su gata.

Cuando terminé de guardar mis últimas cosas en el cajón, escuché a Alicia hablar. Por un segundo creí que hablaba con Canelita, pero no. Estaba gritando enojada, parecía discutir por teléfono.

Salí del cuarto y fui a verla. La gata estaba acostada sobre la cama completamente extendida para estirar su cuerpo, mientras Alicia caminaba de un lado a otro en la habitación, con el teléfono pegado a su oreja.

—¿Qué pasa? —le pregunté, algo preocupada.

Ella solo me hizo una señal con el dedo para que no hablara.Escuché cómo discutía con Adrián, su exesposo. Su voz sonaba fuerte y clara, incluso desde mi posición.

—No voy a regresar a casa. Saca todas tus cosas antes del domingo, ya te lo dije ayer y lo voy a sostener, no quiero nada de tus cosas en la casa cuando vuelva, si no las tiraré a la calle yo misma Adrián—le dijo Alicia con tono furioso. Esta vez lo enfrentaba; ya no era la mujer rota que vi en la cafetería. Estaba decidida a un cambio en su vida y alejar a su esposo sería el primer gran cambio para bien.

Adrián gritó algo que me heló la sangre:
"¡Maldita perra! Te vas a arrepentir de esto." Luego Alicia colgó la llamada.

Alicia lanzó el teléfono sobre la cama con incomodidad y fastidio, dirigió su mirada a mi y se encogió de hombros.

—¿Puedes creerlo? Ese desgraciado dice que vuelva, que quiere arreglar las cosas y que no tenemos que divorciarnos. Pero no voy a dar marcha atrás —dijo con seguridad— Que se joda. Ya estoy cansada de todas las cosas tóxicas y no es sano para él ni para mi forzarnos más.

—Bien por ti, Alicia —contesté con orgullo— Es mejor enfrentar esto que seguir viviendo infeliz.

—¿Sabes qué? Voy a poner el teléfono en modo avión para que no esté llamándome —dijo mientras ajustaba la configuración de su celular.

Asentí; sabía que era lo mejor.
Para eso habíamos venido: para alejarnos de todo, incluso de los teléfonos.

—Yo no sé por qué lo tenías encendido en primer lugar —le reproché, negando con la cabeza— ¿No se suponía que si Adrián llamaba no ibas a contestarle? Para eso le avisaste desde ayer que solo tenía este fin de semana para recoger sus cosas.

—Sí, ya sé —respondió suspirando— Pero se me escapó decirle que vendríamos aquí, y se puso como loco. Dijo que estaba echando nuestro matrimonio al drenaje, que aún podíamos rescatar algo...Y luego empezó con sus comentarios tóxicos de su me iba a ir con alguien más pero eso ya no le interesa si fuera verdad o no.

—¿Y por qué le dijiste dónde estarías? —pregunté, seria.

—Te juro que se me escapó —repitió, apretando los labios. Parecía arrepentida de habérselo dicho. — Como sea, que se vaya al demonio. Ya no nos va a molestar.

Fingió una sonrisa despreocupada, aunque sus ojos la traicionaban. Estaba nerviosa, lo sé por su postura.

—¿Vamos a comprar vino? —preguntó de pronto, sonriéndome con un toque de picardía forzada— Quiero comprar botanas también.

—Está bien, vamos entonces a comprar algo.

—Perfecto. También quiero comprarle comida a Canelita, mi pobre gatita debe tener hambre —dijo mientras la tomaba entre sus brazos, estrujándola con cariño. La gata apartó su rostro cuando intentó besarla en la frente, a la gata no le gustaba cuando ella se ponía muy empalagosa.

—De acuerdo, vámonos —dije con una sonrisa ligera.

Alicia dejó a su gata sobre la cama, dejando la puerta entreabierta para que explorara la casa mientras no estábamos. Incluso abrió un poco la ventana para que pudiera salir al césped si lo necesitaba.

Salimos directo al auto. Había una tienda en el pueblo, la más grande de la zona. Me trajo recuerdos... de aquella noche de fiesta que Alicia mencionó antes.

Habíamos comprado muchas cervezas, refrescos y botanas aquella vez. Recuerdo que mi novio de entonces robó un chocolate del mostrador después de pagar. Me lo regaló, creyendo que me impresionaba con su pequeño acto de "chico malo". Qué gran estupidez.

Cuando llegamos a la tienda, el hombre que atendía ya no era el mismo. Tal vez había muerto, o quizás era su hijo quien ahora estaba a cargo.

Nos saludó con un suave "bienvenidas" y un gesto amable con la mano.

Nosotras devolvimos el saludo y fuimos directo a la sección de vinos.
Alicia tomó tres botellas, las mejores que había en toda la tienda.
Yo fui por las botanas: bolsas de papas fritas, unas picantes y otras saladas.

De pronto, escuchamos la campana de la puerta al abrirse. Un grupo de chicos entró a la tienda.
Alicia los miró con descaro, evaluando sus edades. Parecían tener más o menos la nuestra.

—¿Ya viste? —me dijo en voz baja, divertida— El de la chamarra azul se ve lindo.

—Sí, creo que sí —respondí, mirando de reojo, un poco más discreta que ella.

Los chicos eran atractivos, no lo negaría. Tal vez tendrían unos veinticinco o veintisiete años.
Y, claro, notaron la mirada de Alicia qué no los dejaba ni un segundo.

—Ya basta —murmuré, jalándole la manga de su blusa— No seas tan obvia, qué vergüenza Alicia.

—¿Qué tiene? —preguntó con una sonrisa traviesa— Vinimos a divertirnos, ¿no? Pues aquí está la diversión.

Tenía razón. Habíamos venido a distraernos, a olvidar los problemas con su exmarido.
Ya no había compromisos... así que, supongo, no tenía nada de malo.

—Bien, bien... tienes razón —admití, algo avergonzada. Pero también les dirigí una mirada.

Ellos corresponden a las miradas e incluso a las sonrisas coquetas. Y entonces, el chico de la chamarra azul y otro de mezclilla se acercaron a nosotras. Las colonias qué usaban en ese momento me inundaron toda la nariz. Y no de una buena forma.




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