¿qué hay de cenar?

Capítulo 4

Alicia acaparó el baño como si se preparara para un desfile de modas, su música retumbaba por toda la casa, inundando cada habitación con ese ritmo alegre que tanto la caracterizaba.

Yo, mientras tanto, revolvía la maleta buscando algo decente que ponerme.

No traje mucha ropa. Solo lo esencial: unos jeans, dos blusas, mi pijama, calcetines y una sudadera por si el frío del lago se colaba en la noche. No planeaba ir a ninguna fiesta, y mucho menos a una con desconocidos. Pero debí haber traído más conociendo a Alicia, ya que a ella le gusta salir.

Al final elegí una blusa de tirantes negra, el pantalón de mezclilla y la sudadera verde qué siempre llevaba a todos lados.

Era mi favorita. Mateo me la regaló en mi cumpleaños el año pasado, y la he cuidado bien desde entonces.

Mi querido Mateo... debe estar con sus amigos, tal vez pasando el fin de semana en la oficina del departamento que estamos rentando.

Siempre fue una buena persona: amable, dulce, atento.

Hace poco, por fin, le di el "sí" para empezar a salir juntos. A pesar de solo estar rentando el departamento como simples roomies, sabía que éramos más que eso, aunque yo me hiciera la difícil.

Quizás por eso me sentía incómoda con la idea de ir al lago con Alicia y esos chicos.

Pero debo calmarme... no haré nada más al respecto, solo la acompañaría.

Puse la ropa sobre la cama y empecé a doblar lo que había dejado botado. Todo parecía tranquilo, hasta que levanté la vista al espejo del tocador.

Y lo vi.

No lo vi con claridad, pero lo sentí primero: una mirada clavándose en mí, una presencia fría y pesada. Luego, el reflejo.

Al otro lado del vidrio, detrás de mi hombro, una sombra. Alguien... o algo... estaba de pie frente a la ventana.

El corazón me latía con fuerza.

Solté un grito y giré tan rápido que tropecé con la esquina de la cama.

La ventana estaba abierta, las cortinas se mecían con el aire. Afuera, nada. Solo el crepitar de los grillos y el sonido distante de la música que salía del baño.

—¿Qué te pasa? —preguntó Alicia, entrando de golpe aún con la bata y el cabello envuelto en una toalla— ¿Por qué gritaste?

—Vi a alguien —dije, señalando la ventana con la voz temblorosa— Una sombra. Estaba ahí, afuera, mirándome.

Alicia arqueó una ceja, y con su típica calma fue hacia la ventana. Corrió las cortinas, se asomó y luego la cerró con un portazo suave.

—No hay nadie, loca —dijo sonriendo con condescendencia— Seguro fue Canelita. No la encuentro por ningún lado, así que probablemente se salió por tu ventana o solo iba pasando.

—¿Qué? ¿Cómo que no encuentras a Canelita?

—Pues eso. La dejé en mi cuarto y creo que saltó por la ventana. Seguro anda explorando por ahí. Más tarde la llamo, no te preocupes se va y luego regresa, así son los gatos.

Negué con la cabeza. No era la gata, yo sé lo que vi; esa no era la sombra ni el reflejo de una gata.

—No, Alicia. Te juro que no era tu gata. Esa sombra era más grande... era de una persona, de verdad.

Ella soltó una risa corta y divertida que me hizo sentir impotente, porque jamás me cree.

—Tal vez fue el fantasma de alguien que murió en esta casa —dijo entre risas mirando a todos lados como si mirara a ese supuesto fantasma con el que bromeaba— Quizás nos empiecen a asustar para que nos vayamos. O peor... nos jalarán los pies más tarde.

—No es gracioso —repliqué, alzando la voz— ¡Te estoy diciendo que había alguien mirando!

Alicia me observó con ese gesto mezcla de ternura y fastidio, negaba con la cabeza suavemente, yo se que piensa que estaba imaginando o que estaba confundida tal vez.

—Dina, no hay nadie. Te estás sugestionando por lo que dijo el viejo hace rato, eso es todo.

—No —susurré, más para mí que para ella— No me lo estoy imaginando.

Alicia suspiró, se acercó y me acarició el hombro.

—Anda, ve a darte un baño. Te va a relajar. Yo mientras busco a Canelita, ¿sí?

Asentí, pero sin convicción. Tomé la toalla qué dejé en mi cama y salimos de mi cuarto, Alicia se metió a su cuarto con su música aún sonando desde su teléfono y yo entré al baño, cerrando la puerta detrás de mí.

El silencio cayó de golpe, sofocante. Solo se escuchaba el goteo constante del grifo qué recién había usado Alicia.

Apoyé las manos en el lavabo. Intenté respirar hondo, convencerme de que todo era producto de mis nervios. Pero cuanto más lo pensaba, más real me parecía aquella sombra que vi en el reflejo del tocador.

No era verdad, no existía tal sombra, solo era mi imaginación... eso creo.

Por la mañana deje sobre el lavamanos del baño las últimas pastillas qué tomaría esta semana, el último ansiolítico y antidepresivo que tome esta mañana y por fin mi cuerpo descansará de los medicamentos hasta nuevo aviso de mi psiquiatra. Tuve demasiado cuidado y seguí las instrucciones.

Me había estado sintiendo mejor, más relajada, pero ahora era necesario tomarlos desde que estoy inquieta desde ayer y hoy sobre todo...

Me incliné para abrir la llave del agua y beber un poco para pasarme la pastilla y cuando termine de consumir mi medicamento, alcé la vista.

Entonces lo vi.

El espejo comenzó a empañarse lentamente, pero entre la neblina del vapor apareció una figura. No era mi reflejo.
Era una silueta negra, alta, delgada, con contornos difusos, como si estuviera hecha de humo. Y en medio de esa oscuridad, dos ojos rojos se encendieron como brasas vivas, clavándose en mí.

Sentí cómo el aire me abandonaba los pulmones. Ya no era mi reflejo, estaba solo esa sombra oscura mirándome con unos ojos malignos.

Retrocedí, tropezando con la pared cerca de la puerta.
El espejo vibró, como si alguien lo hubiera movido. Las luces parpadearon y la sombra se desvaneció tan rápido como había aparecido.

Me quedé temblando, mirando mi reflejo vacío. Mi rostro se puso pálido del susto y sentía que el corazón se me iba a salir por la boca.




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