¿qué hay de cenar?

Capítulo 5

Alicia continuó arreglándose frente al tocador de su habitación.
Mientras tanto, yo había llevado la ropa que pensaba ponerme para cambiarme ahí con ella. No quería estar sola, ni un segundo más, en esta casa.

Solo delineé mis ojos, apliqué un poco de rubor en mis mejillas y un brillo de labios. Era lo más sencillo que podía hacer por mi rostro, ya que nunca aprendí a maquillarme bien.
Cuando llegaba a lucir mejor de lo habitual, era porque Alicia me ayudaba.
Ella siempre tenía ese don, esa facilidad para verse hermosa sin esforzarse.

Yo ya estaba lista, o eso creía.
Aunque, en realidad, solo estaba fingiendo normalidad. No quería preocuparla más, ni arruinar el momento con mis miedos. Solo deseaba paz.
Después de todo lo que había pasado durante el día, quería disfrutar el tiempo con ella.
Nunca se sabe cuándo puede ser el final… y yo no quería irme sin haber disfrutado lo suficiente.

Por fin, Alicia se alejó del espejo. Estaba lista, radiante, tan viva que casi dolía verla.
Se inclinó sobre su maleta, rebuscó entre la ropa y sacó un pequeño juguete de goma: un ratón chillón.
Lo apretó varias veces y caminó hacia la ventana, llamando a Canelita con voz dulce.

—¡Canelita! Ven, mi vida —decía, con esa mezcla de cariño y preocupación.

Pero la gata no apareció.
Alicia caminó de un lado a otro, salió de la habitación y yo la seguí tratando de buscar también a Canelita, Alicia estaba mirando bajo el sofá, entre las cortinas, en cada rincón posible.
Canelita no había dado señales desde hacía horas.

—Seguro hay demasiadas ratas afuera que está persiguiendo —dijo Alicia con una risa nerviosa— Ya volverá.

Pero yo sabía que no.

No sé por qué… pero sabía que no la volveríamos a ver.

Alicia fue hasta la cocina, echó una última mirada por el pasillo y luego abrió la llave del agua para servirse un poco.
El sonido del chorro llenó el silencio con una calma inquietante. Dio un trago muy largo de su agua, apretó el vaso entre sus manos con inquietud, se que estaba tan preocupada por su gatita, no se como estaría yo si mi gato no apareciera durante horas, tal vez estaría peor que Alicia buscando por todas partes una y otra y otra vez.

—Qué calor hace —murmuró, casi como si hablara sola.

Dejó el vaso sobre la plancha de la alacena, junto al fregadero. El agua que sobró en el vaso se quedó quieta segundos después.

—Voy a ponerme los zapatos y nos vamos —dijo al fin, desapareciendo por el pasillo.

La observé alejarse hasta que su silueta pasó frente al marco de la puerta antes de perderse en su habitación.
Me quedé esperando afuera, escuchando el crujido de las tablas bajo sus pies, el roce de su ropa, el sonido de sus pulseras.
No entré con ella, la espere afuera en el pasillo, pero escuché cómo se movía, cómo abría su cajón… y supe, sin necesidad de verla, que “no cerró la ventana”.
No fui capaz de decírselo, sé que la dejaba abierta con la esperanza de volver y ver a Canelita en su cama.
Pero tal vez si hubiera ido, si la hubiera cerrado yo misma, nada habría pasado y Canelita estaría aun así a salvo.

Alicia apagó las luces de su cuarto y luego las del pasillo. Salimos juntas hasta la sala de estar y Alicia se detuvo un momento viendo su reflejo en el espejo de la entrada, se retocó los labios, sonrió… y me guiñó un ojo con diversión.

—Vamos, Dina. No quiero llegar tarde.

La seguí mientras abría la puerta, esa maldita vocecita de mi cabeza no me dejaba en paz, me gritaba que nos quedáramos, que no saliéramos.
Pero no le hice caso a mi instinto.
Otra vez.

Salimos por fin, el aire afuera estaba más frío de lo que recordaba, y olía a madera húmeda.
Alicia recorrió la zona con la mirada, buscando a Canelita una última vez.
No la encontró.
Me tomó del brazo con esa naturalidad suya, ligera, casi alegre, y comenzamos a alejarnos.

Yo volteé por última vez.
La casa se alzaba silenciosa, quieta… pero con esa oscuridad espesa que me inquietaba.
Y fue ahí, justo antes de perderla de vista, cuando lo sentí.
Una fuerte presión en el pecho. Un presentimiento helado.
La certeza de que algo se quedaba allí observándonos alejarnos de la casa…esperando nuestro regreso.

Conforme nos acercamos al lago, el camino comenzó a iluminarse con faroles de papel colgados entre los árboles, como pequeñas almas flotando que marcaban la ruta hacia la fiesta.
Alicia caminaba a mi lado, su cabello suelto reflejaba la luz anaranjada de las lámparas, y reía al contarme cosas que apenas escuchaba. Parecía no importarle lo que había pasado durante el día, mis sustos, ni la extraña tensión que aún me carcomía por dentro. Yo solo la observaba fingiendo una sonrisa, como lo había hecho tantas veces antes en la escuela, en el trabajo, en casa… cuando fingir era más fácil que explicar el miedo que sentía.

Desde lejos escuchaba la fuerte música qué se mezclaba con las risas y el ardor de una fogata improvisada.
Las luces se reflejaban en el lago, creando destellos dorados que danzaban sobre el agua. Todo parecía festivo, cálido… casi acogedor.

—¿Ves? Te dije que no había de qué preocuparse —dijo Alicia con una sonrisa triunfante— Esto nos va a distraer un poco.

Asentí, aunque no sentía nada de emoción por estar aquí. La seguí entre los grupos de personas que bailaban, bebían y gritaban cosas que apenas entendía, bromas qué se jugaban entre amigos. El olor a cerveza y perfume barato se mezclaba con el del lago, y me resultaba asfixiante.

Entonces los vimos: los chicos de la tienda de esta mañana.
El de chaqueta azul levantó la mano y se acercó sonriendo hacia nosotras con su amigo.

—Sabía que se animarían a venir —dijo, como si nos hubiera estado esperando, sobre todo a Alicia— Pensé que se habían echado para atrás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.