¿qué hay de cenar?

Capítulo 8

Giré el rostro hacia atrás, hacia la puerta trasera de la casa, justo la que estaba detrás del comedor y las estanterías. Una silueta se recortaba contra la noche, más densa que la oscuridad misma.

—Hay alguien afuera —murmuré, y mi voz sonó frágil, quebrada, como si las esperanzas se me hubieran escapado.

Alicia no me hizo caso. Seguía con sus comportamientos extraños, bebiendo vino, masticando el cristal con un crujido húmedo y nauseabundo, disfrutando de la propia sangre que manaba de sus labios destrozados.

Era claro… había alguien.

Me levanté con cuidado, cada músculo se me tensaba y me acerqué un poco. Vi a la sombra moverse con una fluida anti-naturalidad, deslizándose más que caminando, como si vigilara la casa, como si estuviera comprobando con paciencia de depredador si había alguien dentro.

—Alicia… alguien… alguien quiere entrar a la casa.

Le advertí, pero ella no me hizo caso. ¿Y cómo podría?, si de todos modos no era la misma Alicia que conocía. Era una Alicia bizarra, una inmóvil muñeca sentada.

Una oleada de impotencia me recorrió mi cuerpo.

Y luego el sonido de un estallido repentino, seco y violento, desgarró el silencio. Un disparo. El sonido de un disparo se escuchó afuera. Era claro que lo era. Y luego otro más, un eco siniestro que parecía acercarse.

¿Quién estaba disparando? ¿A qué o quién le disparaban? Mi mente, nublada por el pánico, sólo podía generar imágenes fragmentadas de cazadores y presas en el bosque cercano.

—¿Qué habrá sido eso? —preguntó Alicia sin dirigirme la mirada, pero aún escuchaba el crujir repulsivo de sus dientes moliendo el cristal de la copa, un contrapunto macabro a la violencia exterior.

—No sé… no sé qué fue… un disparo, eso creo —balbuceé, y mi propia voz me sonó ajena, cargada de un intenso terror qué se me disolvió por dentro.

Cuando me giré a ver a Alicia, una figura se materializó en el marco de la ventana. Pero no era la mujer, no. Era la sombra del espejo del baño… era esa sombra, la de los ojos rojos.

Se asomaba de forma descarada a través de los cristales, y su mirada, si es que podía llamarse así, no era de curiosidad, sino de agresividad.

—¡Alicia! —grité, y el sonido fue un desgarro en mi garganta.

Corrí hacia ella, buscando un refugio que ya no existía. No con Alicia así.

—Va a entrar —habló Alicia, soltando el resto de la copa al suelo— Pero no podemos evitar que eso pase, ¿verdad? Ya es tarde para eso. Demasiado tarde...

Limpió su boca con el dorso de la mano, sin importarle el dolor en sus labios sangrantes, dejó un reguero carmesí en su mejilla.

—¿Q-Quién va a entrar, Alicia? ¿De quién estás hablando? —le pregunté con un tono ansioso que se convertía en pánico.

Un intruso iba a entrar… La certeza era como una puñalada en el corazón.

No podía quedarme esta vez sin defenderme. El miedo era un ácido corroyendo mis venas. Pero... Al menos esta vez quería pelear.

Tenía que intentarlo.

—Quédate ahí, Alicia —expresé, aunque sabía que mis palabras eran inútiles. El miedo que sentía por la misma Alicia era otro peso más sobre mi espalda. — Voy a la cocina por algo para defendernos.

Fui caminando a paso rápido, casi tropezando, hasta la cocina. El aire olía a tomate fresco y cebollas. Tomé el cuchillo, y el frío del metal me hizo sentir momentáneamente segura.

Aún las cosas estaban iguales, los ingredientes que se suponía usaria para hacer de cenar… aún estaban ahí, un recordatorio grotesco de una normalidad que se había desvanecido.

Giré mi rostro hacia la ventana de la cocina, la sombra oscura se asomaba con burla. No tenía forma humana completamente definida, era una silueta de pesadilla, pero sí tenía esos ojos rojizos y macabros, dos puntos de maldad pura que se clavaron en mí. Y sonreía. Una sonrisa imposible que no prometía dolor, sino aniquilación.

Golpeó la ventana con el puño, un impacto sordo y resonante que hizo vibrar los cristales, y fue entonces cuando un grito ahogado me trajo de vuelta.

Regresé corriendo con Alicia, la cual ya no estaba en el sofá. Yacía en el suelo.

Tenía un golpe brutal en la frente, de la que brotaba un hilo espeso de sangre. Su boca estaba destrozada, en un cráter de carne y trozos de cristal. Pero lo peor, lo que detuvo mi corazón en seco, fue la línea fina y precisa que le cruzaba el cuello, un corte limpio y mortal que la había degollado.

Las manchas de su sangre, aún caliente, se extendían como una flor macabra, empapando su camisón de dormir y formando un charco oscuro en el suelo de madera.

—A-Alicia… ¡Alicia, no! —grité, y el sonido fue un alarido desgarrado que surgió de lo más profundo de mi garganta.

Corrí a su lado, derrapando en su propia sangre, me agaché y mis dedos temblorosos buscaron un pulso en su muñeca fría… ya no había nada.

—Alicia…Alicia, ¡por favor! ¡No me dejes, Alicia! ¡No puedo hacer esto sin ti, amiga! ¡Por favor, Dios! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame, por favor! ¡No sé qué hacer!

La desesperación me envolvió, era como ahogarme, sentí un nudo en la garganta que no me dejaba respirar. No podía soportar ver a mi mejor amiga así. Era algo que nadie jamás querría ver, una imagen que sabía quedaría grabada a fuego en mi mente para siempre.

Sentí arcadas, un mareo repentino. Ganas de vomitar, de gritar hasta desgarrarme las cuerdas vocales, de huir… escapar de este maldito desastre, de esta pesadilla.

—¡Ya basta! ¡Ya no soporto más! ¡Ya no quiero estar aquí! ¡Ya me quiero ir de aquí! No lo soporto… no puedo… no puedo más — me desplome a su lado.

Me senté en el charco de su sangre, que manchaba mi ropa con una tibieza repugnante. Dejé caer el cuchillo con el que se suponía nos defenderíamos ambas. Ya no importaba. Nada importaba.

Lloraba como nunca antes había llorado. Eran lágrimas de dolor, de rabia y de una impotencia absoluta.

—No es real… ¿verdad que no, Alicia? Esto es otra pesadilla… un sueño dentro de otro sueño —susurré, acariciando su cabello frío, aferrándome a una esperanza que ya no existía.




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