¿qué hay de cenar?

Capítulo 9

Estaba algo aturdida... pero bien.

No tenía heridas.

Respiraba con normalidad.

Estaba viva.

Todo parecía igual que antes: el sofá, la ventana, el reloj que marcaba las 11:20.

Otra vez esa maldita hora.

Me acerqué a ver a Alicia. Dormía profundamente, tan tranquila... como si nada hubiera pasado. Dudé si debía despertarla, pero el miedo a estar sola otra vez fue más fuerte.

Le toqué el brazo con suavidad, moviéndolo apenas.

—Alicia... despierta —murmuré.

Sus párpados se abrieron lentamente, adaptándose a la tenue luz de la casa.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz soñolienta, mirándome con los ojos vidriosos.

—Nada... —susurré, con un nudo en la garganta— Soñé algo... raro.

—¿Soñando raro? —repitió, incorporándose un poco en el sofá— ¿Y qué soñaste?

—No quiero hablar de eso... me da miedo recordarlo.

Alicia me observó en silencio. Su rostro era sereno, pero había algo distinto en su mirada: una comprensión inquietante, como si supiera exactamente de qué hablaba.

Sonrió, apenas, con una mueca difícil de leer.

—Pero tienes que hacerlo —dijo, sujetándome el brazo con un leve apretón— Si no lo dices, se repite. Ya lo has repetido más de diez veces pero no lo recuerdas todo ¿verdad? Es como un duelo: sufres, lloras... y al final lo aceptas. Tú tienes que aceptar lo que te toca.

—¿Qué cosa? —pregunté, confundida.

—Tu sueño —susurró Alicia en una ligera compresión en su voz.

—Pero... ni siquiera te lo he contado.

Alicia bajó la mirada. Su voz, apenas audible, fue un suspiro resignado.

—Lo sé.

El silencio se volvió espeso, denso, como si el aire mismo pesara. Un frío familiar recorrió la sala.

De pronto, las luces se apagaron, dejando solo la chimenea encendida... aunque su fuego pareció avivarse, danzando con una fuerza anormal.

Alicia miró hacia el viejo televisor qué estaba en la sala. Sin previo aviso, se encendió solo.

El sonido estático llenó el aire.

—¿Qué demonios...? —murmuré, mirándola, esperando una reacción. Pero Alicia no se movió.

Permanecía tranquila, fija en la pantalla.

La imagen titiló hasta estabilizarse.

Era un noticiero local.

En la pantalla aparecieron dos fotografías: una de Alicia... y otra mía.

El encabezado en letras rojas decía:

“Desaparecidas.“, “Última vez vistas el sábado por la tarde , en el poblado de Ravenveil.”

Sentí que el aire me abandonaba los pulmones.

—Alicia... —balbuceé, girando mi rostro lentamente viendo a Alicia.

Ella solo levantó un dedo, pidiéndome silencio, y señaló la pantalla.

—¿Por qué... aparece eso en la televisión? —pregunté, casi sin voz.

Alicia no respondió.

El presentador del noticiero continuaba hablando, repitiendo nuestros nombres, nuestras descripciones, la última vez que nos vieron salir de la tienda...

—Esto es un sueño... ¿verdad? —susurré— No puede ser real...

El sonido de mi teléfono interrumpió el noticiero.

Era un mensaje.

—Es Mateo —murmuré.

Abrí la conversación: mensajes desde el 27 de abril, el día en que Alicia y yo habíamos llegado a Ravenveil.

Después más mensajes del día 28... el 29... el 1 de mayo... el 2 de mayo.

Los primeros mensajes eran normales, cotidianos:

“¿Cómo estás?“, “¿Te diviertes con Alicia?“, “Te mando una foto de Bruno, te extraña mucho amor, igual que yo.”

Pero luego...Aparecieron los mensajes que me comenzaron a inquietar.

“¿Por qué no contestas?“, “No volviste a casa... ni al trabajo...“, “¿Estás enojada conmigo?“, “Amor por favor responde, estoy preocupado, nadie te ha visto por ningún lado y Alicia no contesta los mensajes ni las llamadas”, “Dina...por favor, respóndeme.”

Mi corazón empezó a latir con fuerza.

Me levanté del sofá, acercándome al televisor.

No podía entenderlo.

¿Por qué aparecemos como desaparecidas?

—¿Ya te diste cuenta Dina? —preguntó Alicia, al fin mirándome. Su voz era suave, pero cargada de una extraña melancolía— Tienes que aceptarlo, Dina. No pasa nada... ¿sí?

—¿Aceptar qué? —le grité asustada, y ella seguía tan tranquila que de verdad me estaba asustando— ¡No entiendo nada!

El sonido del televisor se volvió un zumbido insoportable.

La imagen parpadea entre luces blancas y sombras negras, como si la electricidad misma respirara dentro de la pantalla.

Di un paso atrás, con el corazón latiendo tan fuerte que podía sentirlo en mis sienes.

—Alicia... —susurré de nuevo, esperando oír su voz, su risa, cualquier cosa que me dijera que seguía allí.

Pero todo estaba en silencio.

Solo el sonido del reloj y el sonido de mi propio corazón latir en mi pecho.

Hasta que escuché el crujido.

Un sonido seco, como madera quebrándose... proveniente del sofá.

Giré lentamente.

Alicia estaba ahí.

O al menos su forma.

Seguía sentada, igual que antes, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un costado.

Su sonrisa seguía ahí, pero era falsa, tensa, congelada.

Sus ojos fijos en la nada.

No pestañeaba.

Ni siquiera respiraba.

—Alicia... —murmuré acercándome con pasos vacilantes— deja de hacer eso, me estás asustando.

Nada.

Ni una palabra.

Ni un parpadeo.

Me acerqué más y entonces la vi, una sombra se le estaba proyectando desde sus pies, alargando se poco a poco.

No era una sombra normal.

Se movía como si estuviera viva.

De pronto el televisor se apagó, dejando a la casa en una penumbra apenas iluminada por la chimenea.

Un olor agrio, a sangre y carne podrida, invadió la sala.

—Alicia...

Ella giró la cabeza.

El cuello crujió de manera antinatural, como si se quebrara en cada movimiento.

El fuego iluminó su rostro.

Y lo vi.

Su piel era grisácea, marchita.

Los labios rotos y secos.




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