¿qué hay de cenar?

Capítulo 10 -Final-

Abrí los ojos de golpe.

Traté de enfocar mi entorno, pero todo se veía difuso, como si el mundo se moviera bajo el agua. El zumbido en mis oídos era insoportable.

Me dolía la cabeza... un dolor agudo, punzante, como si algo me hubiera golpeado con brutalidad. Llevé mi mano al costado y sentí algo cálido, espeso... era sangre.

Alcé la vista. Había una sombra parada frente a mi, pero estaba de espaldas.

Tenía que concentrarme.

No podía ser otra pesadilla. No otra vez.

Cuando volví a abrirlos, lo vi con claridad.

No era una sombra. Esta vez no era esa sombra maníaca y siniestra de ojos rojizos... Era un hombre.

Y a sus pies... Alicia, tirada en el suelo, inmóvil, en medio de un charco de sangre que se expandía lentamente.

Él temblaba. Respiraba agitado, como si no pudiera creer lo que había hecho.

Me quedé paralizada. Volví a estar en shock, en mi cuerpo me recorría un fuerte hormigueo y mis piernas ni siquiera reaccionaron para levantarme.

Alicia no podía estar muerta...Esto no podía ser posible, tenía que ser otra pesadilla.

Sus ojos estaban abiertos, vacíos, pero fijos en mí.

Era como si me pidieran que hiciera algo, que la sacara de ahí, que yo luchara tal vez, pero ya no había nada que pudiera hacer.

—Alicia... —susurré con un hilo de voz que se quebró al pronunciar su nombre.

El hombre se giró.

En su mano, la copa rota de Alicia: los bordes aún tenían rastros de carne y sangre.

Seguí con la mirada el hilo de líquido que goteaba... y vi su boca destrozada, la piel desgarrada por el cristal, como si hubiera intentado callarla clavándosela a la fuerza.

Tenía hundida la frente, del lado izquierdo. Y el cuello... degollado.

Las sombras de la habitación hacían que su piel pareciera grisácea.

—¿Por qué...? —murmuré, sin esperar respuesta.

Solo quería entender. Saber qué habíamos hecho mal para merecer esto...

Él se quitó el pasamontañas con manos temblorosas. La luz moribunda de la chimenea iluminó su rostro.

Lo reconocí al instante.

Ese cabello oscuro, ese ceño torcido, esa mirada que alguna vez creí buena y amable, de un hombre dedicado a su trabajo...

El monstruo era él.

—¿Por qué le hiciste esto? —pregunté, la voz me salió rota, casi un sollozo.

Él me miró, confundido y enfurecido, y soltó los restos de la copa, que se quebró cerca de sus botas enlodadas.

—¿Por qué? —repitió, la voz cargada de resentimiento— Porque ella lo arruinó todo... y tú lo sabías. Creí que también eras mi amiga, Dina. Pero me doy cuenta de que no lo eras. Eres igual de mentirosa qué ella, una falsa.

—¡No tenías derecho! ¡Estás enfermo! —grité, con la garganta seca por el miedo.

Me levanté tambaleante, con las piernas aún débiles, pero decidida a enfrentarlo.

Él dio un paso, y retrocedí. Luego otro y corrí hacia la cocina.

Sentí su respiración detrás de mí, sus pasos golpeando el suelo.

Me empujó contra la encimera. Los tomates, el cuchillo, el vaso de Alicia... todo cayó al suelo con un estruendo fuerte.

—¡Ven acá, perra! —rugió como un animal, mientras me sujetaba del brazo.

Me tiró al piso. El impacto me dejó sin aire. En un segundo, su peso estaba sobre mí.

Sus dedos enguantados se cerraron en mi cuello, apretando con una fuerza inhumana.

Intenté gritar, pero solo salió un gemido ahogado.

El aire comenzó a escaparse, mi cuerpo se estremecía.

Mi vista se volvió borrosa otra vez.

Y en medio de su rostro distorsionado por la rabia, vi algo más...

Un destello, una sombra detrás de él, la misma mujer de piel gris que había visto tantas veces.

—A-Alicia—susurre sin aliento.

Alicia se acercó atravesando el cuerpo de este monstruo, se acerco lo suficiente a mi, su cuerpo translúcido tocó mi cuerpo y sentí algo de aliento recuperado.

Enfoqué mi vista una vez más y el cuchillo que estaba en el suelo casi cerca de mi lo tome, él ni siquiera lo noto al estar tan enfocado ahorcandome. Y luego con fuerza dolorosa y casi sin aliento extendí mi mano a su cabello agarrándo lo con fuerza hasta que gritó del dolor y la punta del cuchillo se la pase por su mejilla izquierda... Él gritó una vez más y aflojó sus manos de mi cuello.

—A-Alicia... —susurré sin aliento.

Alicia estaba frente a mí.

O lo que quedaba de ella, convertida en ese ente grisáceo.

Su cuerpo etéreo atravesó al hombre que seguía sobre mí, su rostro pálido, sin color, con esos mismos ojos vacíos que me miraban con compasión.

Su presencia heló el aire en la cocina, y por un instante, sentí cómo mi pecho volvía a llenarse de oxígeno.

Traté de enfocar mi vista.

El cuchillo. Estaba ahí, a unos centímetros de mi mano.

Me estiré con desesperación, los dedos rozaron el mango.

Él no lo notó, estaba demasiado cegado por la furia, aplastandome el cuello con sus manos.

Con el poco aire que me quedaba, levanté mi brazo.

Mis dedos se enredaron en su cabello y tiré con todas mis fuerzas.

Un grito desgarrador salió de su garganta.

Pude sentir cómo mechones de su cabello quedaban entre mis dedos, pegajosos de su sudor.

Aproveché el instante.

Con la otra mano, moví el cuchillo a ciegas y lo deslicé por su mejilla izquierda.

El filo abrió su piel y un hilo de sangre caliente me salpicó la cara.

Él rugió de dolor y me soltó.

Tosí con fuerza, recuperando el aire con desesperación.

Me puse de pie y sostenía con fuerza el cuchillo; estaba a punto de correr, pero se giró mirándome con su cara llena de sangre regada por haberse tocado la herida y me empujó contra la pared del pasillo.

Sentí un golpe seco en la espalda; el aire volvió a escaparse de mis pulmones.

—¡Maldita sea! —escupió con rabia, limpiándose la sangre de la cara.

Intenté levantar el cuchillo otra vez, pero sus manos fueron más rápidas.




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