— Yo me acomodaré aquí — el Rey se acostó en una especie de sofá que había al lado de la ventana — ¿Te parece bien hem... Lucero?
— Sí, gracias — se sintió algo más tranquila, se acomodó, pero le costó quedarse dormida, debería convertirse en la vocera del ser que descansaba a unos metros de ella. Su padre y su hermano se reirían en su cara, siempre le dijeron que era muy poca cosa, y ahora estaría en medio de una guerra, si le había dicho la verdad, ya que todavía no confiaba en él.
Al otro día cuando despertó, el monarca del lugar estaba acostado a su lado en la cama, ella se sobresaltó, pero antes que dijera nada, vio que había varios servidores acomodando el desayuno. El soberano estaba con los ojos abiertos, mirándola fijamente, al parecer pendiente de su reacción, Lucero supuso que tuvo que meterse a la cama para que los vieran juntos.
— Su Majestad, la mesa está servida, llevaremos a la humana con los demás esclavos, si quiere la traeremos a la noche — dijo uno de los sirvientes.
— Ponga otro lugar para la humana, tomará sus alimentos conmigo.
— Pero señor es solo... — el sirviente la miró con desprecio.
— Quiero que se quede conmigo por ahora.
— Entiendo que al ser la primera vez que estuvo con una hembra le haya tomado... apego, pero sería mejor la variedad, como los demás — rió el ayudante.
— ¿Pedí tu opinión o di una orden? — le respondió con voz grave el Rey.
— Como diga Señor — hizo una reverencia, nervioso, y empezó a dar las instrucciones.
Ella estaba complicada, solo se quedó dónde estaba, moviendo un poco las piernas.
— Ehh....
— ¿Qué te pasa? — le mostró una silla para que se acomodará a comer.
— Es que quiero ir... a asearme antes de comer — dijo avergonzada conteniendo las ganas de orinar.
— Allá — le mostró un muro — toca ese punto oscuro.
Al rozarlo, subió una sección de la pared, y la dejó ver un baño, había en un mueble ropa limpia.
— No te demores, quiero que me acompañes a mis visitas de hoy.
— Sí... Señor... — mientras entraba miró a los otros, la puerta se cerró.
La mujer luego de orinar, toco varios puntos en la muralla, hasta que empezó a caer aguar, se sacó el traje que tenía, y dejó que el agua cayera en su cuerpo, pensó todo lo que le ocurrió ¿Y si tomaba un cuchillo y se cortaba las venas? Así todo terminaría, ya había intentado matarse cuando saltó del edificio, pero al final término en ese extraño lugar ¿Y si de verdad podía ayudar a los demás? El sentimiento era extraño. Por ahora no podría hacer nada más que seguir las órdenes de ese ser, al menos no la había tocado.
Debía irse con pies de plomo, entre esos seres ella era menos que un insecto por lo que vio.
Cuando salió, su amo ya estaba sentado comiendo cosas de diferentes colores y texturas, al frente de él había pan, frutas y una jarra con jugo.
— Apúrate, estamos retrasados.
— Enseguida señor.
Se sentó, y poco menos que devoró todo lo que le habían dejado.
— Me demoré porque a alguien se le olvido poner con que secarse.
— Ven — la llevo al baño y le mostró un punto cuando lo tocó un aire tibio los envolvió.
— Así evitamos gastar innecesariamente en tela.
— ¿Y por eso también no tienen — se avergonzó — ropa interior?
El ser la miró de forma extraña.
—Estos overoles son cómodos, mantienen el calor necesario para los cuerpos, no veo porque se deba usar algo más.
— Para los machos no, pero nosotros las mujeres — puntualizó la palabra — no nos gusta que se marquen ciertas partes de nuestra anatomía — trataba de mantener siempre sus brazos sobre sus senos para cubrir sus pezones.
— Que extraño, sirviente — uno se acercó — hablen con alguna humana, y pregunten como es la ropa interior, quiero que a mi mascota le traigan eso.
— Sí señor.
— Vamos
Salieron caminando, afuera lo esperaban dos tipos que se acomodaron atrás del gobernante, ella no estuvo segura si eran los mismos del día anterior, los veía a todos iguales, se quedó dentro del cuarto, pero el rey al no sentir sus pasos se dio vuelta.
— ¿Qué pasa?
— ¿Es que no sé dónde debo ir yo?
— Debes caminar a un paso atrás de nosotros.
— Señor, es solo un humano, ni siquiera debería salir del Palacio, no es como que fuera una hembra de nuestros aliados, que fuera su concubina.
— También debo recordarles a ustedes que yo soy el Rey.
Ambos quedaron firmes.
— No Señor — dijeron al mismo tiempo.
Lucero caminaba lento mirando todo, para ella era como estar en un sueño o una pesadilla, ya lo descubriría. En eso vio un vidrio tan pulido que pudo ver su reflejo, su cara ya no tenía marcas, ni la nariz rota, menos las cicatrices de los golpes de sus ex parejas, sonrió al verse tan bien, ahora tenía todos sus dientes.
— ¿Qué te pasa ahora? Ya te dije que estamos atrasados — el monarca le tomó la muñeca.
— Es que me veo distinta, o sea soy yo, pero cuando tenía como 25 o 30 años — se tocó los colmillos, que había perdido hace mucho.
— Camina rápido, a la noche te explicaré todo lo que quieras, pero ahora debo cumplir mis obligaciones — los soldados se asombraron al ver como él la ponía a su lado — cuando tengas alguna duda o consulta dímela cuando estemos solos y te explico. Espero que así podremos ir a buen paso — le dijo serio.
Llegaron a un lugar tan grande como 10 estadios de fútbol americano juntos, cuando la humana entró realmente se sintió como un insecto, todos iban tan seguros caminando, todo perfecto. Ahora iban por guinchas transportadoras en el piso, luego por varios ascensores, llegaron a la parte más alta.
— Quédate aquí.
Ella se sentó en el piso, en un costado, tomó sus rodillas, cerró los ojos y trato de pasar lo más desapercibida que pudo. Estuvo tantas horas así que al final termino durmiéndose, cuando despertó vio más oscuro el cielo.