Entré al set.
Las luces eran tan intensas que por un segundo sentí que estaba bajo un sol falso.
El equipo técnico iba y venía con cámaras, pantallas, cables… todo perfectamente organizado.
Me ofrecieron agua, maquillaje, algo de retoque… pero yo solo quería respirar.
—Evangeline —me llamó Daniel, con una voz suave pero firme—, ponte por aquí. Vamos a hacer unas pruebas de luz primero. No tienes que posar aún, solo relájate.
Caminé hasta el fondo, donde había un panel blanco con detalles en dorado. Me colocaron frente a una cámara que parecía sacada de una película de ciencia ficción.
—Respira profundo —me dijo una asistente, tocándome apenas el brazo—. No estás en guerra, solo es una cámara.
Pero yo sí siento que estoy en guerra. Contra mí misma. Contra todo lo que dejé atrás.
—Muy bien, empezamos —anunció Daniel mientras se colocaba detrás de la lente—. Mira al frente, sin expresión. Solo quiero tus ojos, naturales.
Miré.
Al frente.
A través de la lente.
—Eso es... quédate así —dijo Daniel mientras el clic de la cámara se escuchaba con intervalos rítmicos.
—Ahora, gira un poco la cabeza hacia tu derecha. Sí, así.
El silencio del set me estaba matando. Podía oír mi respiración, cada latido.
No me sentía del todo lista, pero ahí estaba.
Posando.
Volviendo a ser la que alguna vez fui.
—Cierra los ojos —dijo Daniel de repente—. Inhala. Exhala.
Ahora vuelve a abrirlos, pero como si miraras algo que te hace feliz.
Pensé en mamá.
En mi equipo.
En el mar.
En Ross gritando porque encontró su vestido favorito en descuento.
Abrí los ojos.
—¡Ahí está! —dijo Daniel emocionado—. ¡Eso es, Eva! No pierdas esa expresión. Una más. Y otra.
Las luces titilaban.
Las cámaras disparaban.
Y yo... de alguna forma, me estaba encontrando en medio del caos.
—Bien —dijo al fin, bajando la cámara—. Eso fue increíble para una primera ronda. Tienes presencia. No es solo belleza... tienes historia. Y eso se nota.
Me bajé del pequeño pedestal donde estaba. Me sentí un poco mareada, pero satisfecha.
No estaba sonriendo de mentira.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo me salía bien.
—¿Cómo te sentiste? —preguntó mi madre, con una mirada cálida.
—Cansada… pero bien —respondí, soltando el aire.
—Ese es mi chica —dijo, pasándome el brazo por los hombros.
—Vamos a hacer una segunda ronda después de almuerzo —intervino Daniel—. Esta vez con vestuario, fondo y más concepto. Si necesitas descansar, hay una sala privada al fondo.
—Gracias —le respondí con sinceridad.
Mientras caminaba hacia el área de descanso, escuché a alguien del staff decir:
—Es buena... se nota que tiene pasado en esto.
Y aunque no lo dijeron con malicia, sentí cómo me apretaba el pecho.
Sí, tengo un pasado.
Uno del que estuve escapando.
Uno que todavía me duele.
Pero tal vez… solo tal vez… ya no se trata de escapar.
Sino de reconstruirme.
Sentir esa paz que alguna vez me fue quitada…
Es tan liberador.
Tan nostálgico.
Volver a disfrutar algo después de tanto tiempo... es bonito. Casi irreal.
Como si por fin estuviera respirando aire puro después de años sumergida bajo el agua.
—Bueno —dijo Daniel, bajando la cámara con una sonrisa satisfecha—, ya terminamos por hoy.
Y déjame decirte algo, Evangeline… tienes un gran futuro como modelo. No dejes pasar esa oportunidad si de verdad te gusta.
Me quedé en silencio, pero atenta.
—Lo que transmites frente a la cámara no es solo estética. Es emoción contenida, experiencia, una historia que se nota que quiere salir. En tu mirada hay cosas que gritan… pero tú decides callarlas para no dañar a nadie, aunque eso te destroce por dentro.
Sus palabras fueron como un vaso de agua helada cayendo sobre mi pecho.
No dolían…
Pero sí me hicieron abrir los ojos.
Todo sana. Lento… pero sana.
—Gracias, Daniel —respondí, bajando ligeramente la cabeza—. Recordaré sus palabras. De verdad.
Él asintió con una leve sonrisa.
—Bueno, ya avanzamos bastante hoy. Mañana vamos a probar con el vestuario oficial, el que usarás para la portada. ¿Te parece?
—Claro, ¿a la misma hora?
—Sí, mismo lugar, misma hora. Te espero.
Nos despedimos con una inclinación ligera de cabeza y una sonrisa que, por primera vez, fue genuina.
Salí del estudio junto a mamá.
—Lo hiciste muy bien —me dijo mientras caminábamos hacia la salida.
—Gracias, mamá —le respondí, aún procesando lo que acababa de vivir.
Antes de ir a casa, decidimos pasar por una cafetería.
La misma de siempre. Esa pequeña esquina con mesas de madera, luces cálidas y olor a canela que me recuerda a épocas más simples.
Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana.
—¿Qué vas a pedir? —preguntó ella, sacándose el abrigo.
—Un latte con vainilla. Y… tal vez algo dulce. Me lo merezco, ¿no? —sonreí levemente.
—Te mereces eso y mucho más, mi querida Nova —dijo ella, acariciándome la mano por encima de la mesa.
Ambas hicimos nuestro pedido.
Cuando me trajeron el café, me quedé mirando la taza un buen rato, sin hablar.
—¿En qué piensas? —preguntó mamá, con esa suavidad que siempre me desarma.
—En que... no pensé que me sentiría así.
—¿Así cómo?
—En paz. Por un momento, cuando estaba frente a la cámara… sentí que todo lo que me rompió… estaba un poco más lejos.
Mi madre me sonrió y me miró directamente hacia los ojos.
—Eso es lo que pasa cuando dejas que algo que amas te abrace otra vez.
—¿Y si me vuelvo a romper? —susurré.
—Entonces juntas nos volvemos a armar. Como siempre.
No pude evitar que se me aguaran los ojos.
Me tomé un sorbo de café para disimular.
—¿Sabes qué es lo peor? —le dije luego de un silencio breve—. Que por un momento... me gustó estar frente a la cámara. Mucho.