¿que pasó?

VII

¡Qué hermoso día! Hoy, por fin, después de un año entero yendo y viniendo con el chófer —algo que detesto profundamente—, al fin me van a devolver a mi bebé: renovada, reluciente y con nuevos accesorios.

—¡Evangeline, baja! Ven a buscar las llaves —anunció mi padre desde la sala con voz firme, pero con ese toque de emoción que apenas disimulaba.

—¡Voy! —respondí desde la comodidad de mi cuarto, mientras me ponía de un salto las zapatillas.

Bajé las escaleras casi corriendo, con el corazón latiéndome a mil por hora. El solo hecho de imaginarla me hacía sonreír como tonta. ¡Por fin iba a tenerla otra vez conmigo!

—¡Por fin! —exclamé apenas lo vi con las llaves en la mano.

—Lo prometido es deuda —dijo mi papá, extendiéndome el llavero brillante—. Aquí la tienes: tu carro, con nuevos accesorios y un cambio de color que te va a encantar.

Tomé las llaves con una mezcla de emoción, nervios y ganas de gritar.

—¡Gracias, gracias, gracias! —dije abrazándolo—. Me muero, ¡esto está bello! Hasta la palabra "bello" queda corta.

Mi papá se rió.

—Ve a verla, anda. Creo que te vas a enamorar otra vez.

Corrí hacia la cochera. Ahí estaba. Mi bebé. Más hermosa que nunca.

—¡Dios mío...! —susurré—. ¿Cómo puede un carro verse tan perfecto?

Pasé la mano por la pintura nueva, resplandeciente. Todo brillaba. El interior olía a nuevo, el estéreo tenía pantalla táctil, y los asientos eran exactamente del tono que me gustaba. No podía creerlo.

—Es más que un auto... ¡es arte sobre ruedas!

Me senté frente al volante y cerré los ojos por un segundo. Volver a manejarla se sentía como volver a casa.
—Solo una cosa más, Evangeline —dijo mi papá, justo cuando estaba por subirme al auto.

Rodé los ojos con una sonrisa. ¿Cómo arruinar la emoción en dos segundos? Pero bueno, ya me lo esperaba.

—Dime, papá —respondí, resignada, apoyándome en la puerta del conductor.

—Nada de carreras, ¿sí? Y, sobre todo, no dejes que la gente se te acerque solo por interés... como antes.

Me quedé un momento en silencio. Tenía razón, aunque me costara admitirlo. Hace menos de un año tenía un grupo de "amigos" que, ahora lo veo claro, solo me buscaban porque yo era la que ponía el carro para moverse a todos lados. Cuando ya no lo tuve... desaparecieron como si nunca hubiéramos compartido nada.

—Sip, no te preocupes. Esta vez no va a pasar, te lo prometo —le dije, con una pequeña sonrisa.

Él asintió con una expresión mitad aliviada, mitad protectora.

—Bueno, ya vete. Se te hace tarde. Pero maneja con cuidado, ¿eh? Y avísame cuando llegues.

—Me voy. ¡Besos! —le dije, lanzándole un beso al aire.

Me subí al auto y cerré la puerta. Puse las manos en el volante y sentí una corriente recorrerme el cuerpo. Arranqué el motor y sonreí como si acabara de volver a nacer.

La adrenalina... uf, cuánto tiempo sin sentir esto. El rugido suave del motor, la sensación del asiento abrazándome, el mundo por delante...

—Vamos, bebé. Es hora de volver a la carretera.

Llegué más temprano de lo que esperaba. Pensaba que el tráfico me iba a retrasar al menos unos veinte minutos, pero no... Las calles estaban sorprendentemente despejadas. Mejor así, pensé. Menos miradas, menos preguntas, más tranquilidad. Pasar desapercibida era justo lo que necesitaba.

—¡Wow, Eva! ¿Ya te dieron tu carrito nuevo? —escuché una voz que no podía confundir ni aunque lo intentara.

Ay no... ¿por qué justo ella?

Me giré lentamente y, como temía, ahí estaba: Anara, apoyada contra una columna con esa sonrisita falsa que tanto detestaba.

—Como sea, eso no debería importarte, Anara —le respondí sin darle el gusto de verme molesta.

—Solo decía... —se encogió de hombros, con fingida inocencia—. Como la última vez lo perdiste...

Gracias a ti, pensé, apretando los dientes. Pero claro, hay ciertos detalles que convenientemente se omiten... para proteger a ciertas ratas de alcantarilla.

—Sí, por culpa de ciertas personas sin importancia. Pero en fin... X. Me voy.

Giré sobre mis talones, dispuesta a dejarla hablando sola, pero entonces su voz volvió a detenerme:

—No olvides que hoy hay entrenamiento. Y que van a escoger a la capitana del equipo.

Mierda. Lo había olvidado por completo. Saqué el celular de inmediato y empecé a escribirle a Daniel.
—Sí, como sea. No me importa quién sea la capitana. Lo único importante es ganar. Nada más.

Le lancé una última mirada indiferente y me di la vuelta. No pienso perder tiempo lidiando con personas sin relevancia. Ya tuve suficiente de eso el año pasado.

Me alejé sin mirar atrás, enfocada en lo mío, en mi regreso, en todo lo que había reconstruido en silencio.

Apenas salí del edificio, mi celular comenzó a sonar. Era un mensaje de Daniel. Lo abrí rápido, aún con cierta culpa por cancelar.

> “Tranquila, Eva. Está bien. Mañana seguimos con las fotos. Descansa hoy 😉”

Suspiré aliviada y sonreí levemente.

—Qué bueno... —murmuré para mí misma—. Una cosa menos de qué preocuparme.

Revisé mi horario en el celular. Hoy no tenía cursos pesados, solo una clase optativa por la tarde, así que el entrenamiento sería lo más importante del día. Y aunque no lo quería admitir, el anuncio de la elección de la capitana me había dejado algo inquieta.

—No quiero el puesto, me repetí. Pero algo dentro de mí decía otra cosa. Tal vez no lo buscaba... pero tampoco iba a dejar que alguien como Anara lo obtuviera sin merecerlo.

Me guardé el teléfono, inspiré hondo y seguí caminando con paso firme. Hoy volvía a la cancha, y con ella... todo lo que había dejado atrás.
| 3 horas después|.
Estábamos en el patio, justo antes del cambio de clases. Yo revisaba distraídamente el celular cuando Rossi se me acercó con esa cara que solo pone cuando quiere sacarme información.

—Evangeline, ¿qué tienes? —preguntó, sentándose a mi lado.



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En el texto hay: rivalidad

Editado: 17.06.2025

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