¿que pasó?

VIII

—La cosa es sencilla: vamos a formar equipos de seis —anunció la entrenadora, con una sonrisa desafiante—. Eso está bien, ¿verdad? Pero... yo seré quien los escoja.

Algunas jugadoras se miraron entre sí con sorpresa. El murmullo no se hizo esperar.

—Genial —murmuró alguien desde el fondo—. Esto se está poniendo más interesante.

La entrenadora alzó una ceja, como si hubiera oído el comentario, y continuó con firmeza:

—Los equipos los formaré yo para asegurar el equilibrio. No quiero que ninguna esté en desventaja. Me basaré en los informes que me entregaron del año pasado, así que no es al azar.

—Bueno, si es así... no hay mucho que perder —dijo una voz con tono resignado, pero curioso.

La entrenadora asintió y luego señaló a dos jugadoras en particular:

—Evangeline y Anara. Ustedes dos estarán en equipos distintos. Al ser de las mejores, tendrán una responsabilidad extra: podrán elegir a las integrantes de su equipo, pero deberán hacerlo con estrategia, según las habilidades de cada una.

Ambas asintieron con seriedad, sabiendo lo que eso implicaba.

—Y si lo han notado —agregó la entrenadora, paseando la mirada por el grupo—, hay caras nuevas. Pero eso lo hablaremos en otro momento. Por ahora, vamos a empezar. ¡Pónganse en fila y prepárense!

| 15 minutos después|.
—¿Están de acuerdo con sus equipos? —anunció la entrenadora, con las manos en la cintura y una mirada que barría todo el gimnasio.

Miré a mi alrededor. Había algo de tensión, pero nadie dijo nada. Internamente pensé: No me quejo, aunque dijo que nosotras los escogeríamos, al final terminó haciéndolo ella.

—¡Sí, entrenadora! —respondimos todas casi al unísono, aunque algunas con más entusiasmo que otras.

La entrenadora asintió con aprobación.

—Muy bien. Este partido se jugará a tres sets. Los dos primeros serán a 25 puntos y, si es necesario, el último a 15. Quiero ver compromiso, estrategia y, sobre todo, respeto en la cancha. Capitanas, al frente.

Anara fue la primera en avanzar, con ese andar seguro y ese toque de arrogancia que siempre la acompañaba. Yo caminé detrás, tranquila, sin mostrar demasiada emoción. No tenía por qué. Sabía lo que era capaz de hacer.

La entrenadora sacó una moneda de su bolsillo y la sostuvo en alto.

—Anara, tú primero. ¿Qué eliges: cara o sello?

—Sello —respondió sin pensarlo demasiado, cruzándose de brazos.

—Entonces, Evangeline, tú serás cara —me dijo, mirándome.

Asentí con la cabeza, manteniendo la calma, aunque por dentro ya sentía la adrenalina empezar a fluir.
La moneda giró un par de veces más en la mano de la entrenadora antes de que la aplastara contra el dorso de la otra.

—Cara —anunció, mirando a Anara primero y luego a mí—. Evangeline, tú decides si empiezas sacando o recibiendo.

La miré fijamente, luego desvié la vista hacia mi equipo. Algunas me sonrieron, otras solo esperaban la decisión.

—Recibimos —dije al fin.

Anara soltó una pequeña risa sarcástica.

—¿Seguro? Pensé que querrías empezar dominando —comentó, con un brillo competitivo en la mirada.

—Prefiero observar primero cómo se mueven las piezas —respondí con calma, sin caer en su provocación.

—Tú sabrás —dijo ella, girándose para reunirse con su equipo—. No digas que no te di ventaja.

La entrenadora dio un par de palmadas para cortar la tensión que empezaba a formarse.

—¡Vamos! A sus posiciones. Quiero ver intensidad desde el primer punto. Esto no es solo un partido de práctica. Estoy evaluando todo: actitud, liderazgo, trabajo en equipo. Así que den lo mejor de sí.

Nos dirigimos a nuestras respectivas zonas. Sentía la mirada de Anara quemándome la espalda, pero no le di importancia. Me enfoqué en mis compañeras.

—Recuerden, mantengamos la calma, cubramos bien las líneas y comuniquémonos todo el tiempo —les dije en voz baja, mientras nos acomodábamos.

Una de las chicas nuevas, de cabello corto y expresión nerviosa, me miró con duda.

—¿Y si cometemos errores?

—Los vamos a cometer. Pero eso no significa que bajemos los brazos —le respondí—. Aprende del error y sigue jugando. Aquí no estamos para aplastar a nadie, pero tampoco para dejarnos pisar.

Ella asintió, un poco más segura. El silbato sonó y el primer saque de Anara cruzó la cancha con potencia.

El partido había comenzado.
El saque de Anara vino fuerte, directo al fondo de nuestra zona. Por un instante pareció que la pelota se iba de largo, pero cayó justo sobre la línea. Punto para ellas.

—Bien pensado —murmuré, sin mostrar frustración—. La está probando desde el principio.

La chica nueva que había estado dudosa antes me miró, algo insegura.

—¿Debería haberla dejado pasar?

—No. Fue buena decisión ir por ella. Te lo dije, aprenderás sobre la marcha.

Anara se preparó para su segundo saque, y esta vez fue más suave, con efecto. Anticipé su intención y me moví rápidamente para recibir. El golpe fue limpio. La pelota voló hacia la colocadora, quien armó una jugada perfecta para nuestra central.

¡Punto! El marcador estaba 1 a 1.

—¡Eso es! —exclamé, animando al equipo—. Vamos, no bajen la guardia. Esto apenas empieza.

Anara arqueó una ceja al otro lado de la red, como si mi respuesta le causara un leve fastidio. Su competitividad la hacía predecible a veces.

Los puntos siguieron cayendo. El ritmo era intenso, y cada jugada se sentía como una batalla. Ella tenía fuerza, agresividad, pero yo tenía visión. Leía sus movimientos, anticipaba sus ataques. No era solo una competencia física, era mental.

En un momento clave, con el marcador 23-22 a favor de ellas, se armó una jugada complicada. Nuestra libero se lanzó de cabeza para salvar un balón imposible y lo logró. La pelota apenas rozó el suelo antes de levantarse. La armadora reaccionó rápido y me dejó el remate.

Salté.

Por un segundo todo se detuvo.



#657 en Thriller
#289 en Misterio
#2219 en Otros
#553 en Humor

En el texto hay: rivalidad

Editado: 17.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.