Marcador: 24-25. A nuestro favor. Un solo punto. Un solo saque bien jugado y este segundo set también será nuestro.
Respiré hondo mientras me secaba las manos en el short. Estábamos sudando, exhaustas, pero nadie se rendía. El ambiente en el gimnasio era espeso. Algunas chicas respiraban agitadas, otras apretaban los puños con fuerza. Desde la banca, se escuchaban los gritos de apoyo mezclados con el eco de los pasos sobre la madera.
Anara me miraba desde su lado de la red. Había recuperado parte de su compostura, pero sus ojos seguían encendidos. Sabía que no iba a dejar esto ir tan fácil.
—Capitana, ¿quieres que arriesgue o juegue seguro? —preguntó mi colocadora, acercándose ligeramente, el balón en la mano.
La miré, luego observé al equipo contrario. Estaban cerrando demasiado el centro. Eso dejaba los extremos débiles.
—Juega a la esquina. Tenso, rápido y bajo. No tienen tiempo de armar si les cae ahí.
Asintió. Sus dedos temblaban ligeramente, pero sabía que confiaba en mí. Y yo en ella.
Nos posicionamos. Silencio.
El silbato sonó.
Ella lanzó el saque con precisión. El balón cruzó rápido, bajo, casi rozando la red. La jugadora del otro lado, la misma que había fallado al inicio del set, fue hacia él, pero dudó. Le temblaron las manos justo en el impacto.
El pase fue malo.
Anara corriópara rescatarlo. Lo levantó como pudo, una jugada improvisada, desesperada.
Una de sus compañeras atacó de zurda, pero nuestra central leyó el movimiento y bloqueó.
¡Pum!
La pelota rebotó hacia su campo. Dos toques más, uno torcido, otro al borde de irse afuera...
—¡Vamos, última! —grité, enfocada.
Saltaron para rematar.
Nuestra libero, casi volando, salvó el balón de milagro. Cayó de rodillas, pero el pase fue limpio.
La armadora no dudó y me dejó la pelota alta, perfecta.
Es ahora, pensé.
Salté.
Golpeé con toda la fuerza y control que me quedaban.
La pelota pasó entre el bloqueo abierto, cruzó en diagonal y cayó sin que nadie pudiera alcanzarla.
Silencio.
Un segundo después, estalló todo.
—¡PUNTO! ¡Segundo set para el equipo de Evangeline! —anunció la entrenadora, sonriendo por primera vez en todo el juego.
Mis compañeras gritaron, saltaron, me rodearon.
—¡Lo hiciste! —me dijo la más joven, abrazándome sin permiso.
—Lo hicimos —corregí, sonriendo y jadeando—. Todas.
Al otro lado, Anara se quedó quieta, respirando con fuerza. Nos cruzamos la mirada.
Ella no dijo nada. Solo asintió levemente.
Yo también.
Sin palabras, pero entendí el mensaje: esto todavía no se ha acabado.
—Bueno, por lo visto no hay necesidad de un tercer set —dijo la entrenadora, con tono firme mientras cruzaba los brazos—. Los resultados ya están decididos.
Todas nos quedamos en silencio. Sentí el sudor bajarme por la espalda, el corazón latiéndome con fuerza. Miré de reojo a Anara, que se mantenía erguida y segura como siempre, aunque sin decir nada.
—Esto fue una evaluación —continuó la entrenadora, paseando la mirada por todas nosotras—. No solo para ver cómo jugaban, sino también para observar a Anara y a Evangeline. Quería saber cuál de las dos podría ser mejor capitana para este equipo.
Tragué saliva. El aire me pesaba.
—Anara —dijo, mirándola directamente—, eres una gran jugadora. Eso nadie lo niega. Tienes fuerza, técnica, actitud... pero te falta algo muy importante: comunicación. Y eso, chicas, es primordial en un equipo, sobre todo en un deporte como este. No se trata solo de jugar bien, sino de saber unir al grupo, mantenerlo enfocado y motivado.
Vi cómo Anara apretaba la mandíbula. No dijo nada, pero sus ojos hablaban.
—En cambio, Evangeline —la entrenadora volvió su mirada hacia mí, y sentí que el corazón se me subía a la garganta—, tú sí tienes eso. A pesar de tener a varias novatas en tu grupo, supiste cómo tratarlas, cómo hacer que se sintieran parte del equipo. No las presionaste, las acompañaste. Diste el ejemplo con acciones, no solo con palabras.
Y entonces lo soltó:
—Por eso, a partir de hoy, la señorita Evangeline D’Miller es la nueva capitana.
Me quedé en shock total. ¿Había escuchado bien?
—¿Yo...? —susurré, como si la palabra se me escapara sin permiso—. ¿En serio?
La entrenadora asintió con una leve sonrisa.
—Sí. Te lo ganaste.
Varias chicas empezaron a aplaudir. Sentí manos en mis hombros, abrazos, murmullos de “felicidades” a mi alrededor, pero apenas los procesaba. Mi mente seguía repitiendo una y otra vez: "Soy la capitana."
Anara se me acercó. No sonreía, pero su expresión no era hostil.
—Felicidades, Evangeline —dijo con tono sereno—. Espero que hagas un buen trabajo.
—Gracias, Anara —respondí, intentando que mi voz no se quebrara—. Lo voy a dar todo. Por el equipo.
| Tiempo después |
Tengo que contarle a mi mamá antes que se entere por otra persona. No quiero secretos entre nosotras.
—Mami —anuncié mi llegada desde la entrada—. Ya llegué.
Escuché voces en la sala. Había visitas.
Me asomé con cautela. Dos personas, que no conocía, estaban sentadas frente a mi madre. Vestían con elegancia. ¿Quiénes serán?
—Hija mía —dijo mamá al verme—, bienvenida. Te presento a los señores Stone.
—Mucho gusto —dije, dando un paso adelante—. Me presento: mi nombre es Evangeline... ya conocerán mi apellido.
El hombre sonrió con cierta solemnidad.
—Qué educación la tuya —comentó, mirándome con aprobación—. Se nota que eres una D'Miller.
Asentí, algo incómoda.
—Sí... gracias, supongo —pensé para mis adentros, pero sonreí con cortesía.
—Bueno, mamá, me voy a mi habitación a darme un baño. Hoy tuve entrenamiento... bajaré después —dije, buscando una salida elegante.
—Está bien, cielo —respondió ella con una sonrisa amable—. No tardes mucho, por favor.