—Creo que escuché mal… y muy mal, que digamos —dije, cruzándome de brazos.
—¿Qué escuchaste exactamente? —preguntó mi madre, con ese tono que usaba cuando ya sabía que me iba a molestar.
—¿Que fuimos a la casa de unos viejos amigos y como tienen una hija de mi edad… para que “nos conozcamos” y “seamos amigos”? —repetí con una mueca de fastidio.
—Exactamente —respondió ella con una sonrisa tranquila, como si nada fuera raro en todo eso—. Es bueno que conozcas gente nueva.
Me giré hacia la ventana, como si mirar afuera fuera más interesante que seguir esa conversación.
—No necesito más amigos. Ya tengo a Anara. Y también está Iván… aunque apenas lo estoy conociendo.
Mi madre suspiró, esa clase de suspiro que solo ella sabe dar, mezcla de paciencia agotada y preocupación genuina.
—Sabes que Anara no me cae del todo bien. Es una niña caprichosa, lo sabes. Y sobre Iván… bueno, no lo conocemos, pero si tú confías en él, espero que sea alguien de fiar.
—Ya sé que no les cae bien —respondí sin mirarla, tratando de que no se notara que eso me molestaba más de lo que quería admitir—. Pero es buena persona. Solo que sí… a veces se pasa un poco con sus caprichos, pero en el fondo es buena.
—Ajá… sí, claro —dijo con escepticismo, bajando la vista al celular como si ahí encontrara una verdad distinta.
—No es como si yo te dijera con quién hablar o no, ¿no? —repliqué.
—Tienes razón. Pero entiéndeme, solo quiero lo mejor para ti. Y a veces, lo que creemos que es lo mejor no siempre lo es.
Guardamos silencio unos segundos. El tipo de silencio incómodo que flota cuando ninguna de las dos quiere ceder.
—¿Y cómo se llama la niña esa? —pregunté finalmente, más por curiosidad que por verdadero interés.
—La niña esa se llama Evangeline —dijo mi madre mientras sacaba cosas de la bolsa del supermercado—. Estudia en tu mismo instituto. No sé si ya la habrás visto, pero es alguien de confianza, muy buena.
Al escuchar ese nombre, levanté la vista por inercia.
—¿Evangeline? —repetí, pensativo, como si el nombre tuviera eco en mi cabeza—. Sí, la he visto. De hecho, hablamos un par de veces. Me ayudó el primer día, ¿se los conté? Me indicó dónde quedaba mi dirección cuando yo andaba más perdido que nunca. Se ve tranquila… y sí, es muy bonita también.
Mi madre sonrió para sí misma, como si hubiese ganado un punto en algún juego silencioso.
—¿Estás molesto? —preguntó mi padre desde el sillón, bajando el volumen de la tele. Su voz me sacó de mis pensamientos.
Suspiré, apoyándome en el marco de la puerta.
—No me molesta que se preocupen por mí —dije con sinceridad—. Lo que me molesta es que me traten como si fuera un niño chiquito que no sabe hacer amigos solo. Ya tengo edad para eso, ¿no?
Mi madre cruzó los brazos con una ceja levantada.
—No se trata de tratarte como un niño, se trata de querer que te rodees de buenas personas. Tú sabes que últimamente no confío mucho en tus elecciones.
—¿Mis elecciones? —me reí con ironía—. ¿Te refieres a Anara, cierto?
—Yo no dije nada —respondió mi madre con una sonrisa forzada, pero el tono decía lo contrario.
—Bueno, ya que lo mencionas… Anara va a venir hoy. Vamos a salir al cine.
—Esa niña… —murmuró ella, bajando la mirada con desaprobación.
—Mamá —dije con tono serio, mirándola directamente.
Ella levantó las manos en señal de paz.
—Ya está bien, ya está bien. No diré nada más. Solo… con cuidado, ¿sí? No quiero problemas ni llamadas raras a media noche.
—Vamos al cine, no a una guerra —repliqué, medio en broma.
—Igual —dijo mi padre, incorporándose un poco—. No olvides responder si te llamamos. No nos dejes en visto.
—Sí, sí, lo sé. Celular cargado y volumen activado. Todo bajo control —aseguré mientras me guardaba las llaves en el bolsillo.
—Y dile a Anara que pase a saludar —agregó mi madre, aunque su tono no sonó muy convencido.
—Veré si quiere —dije, ya dirigiéndome a la puerta—. Aunque con la “buena onda” que hay, no prometo nada.
Mi madre rodó los ojos, pero no dijo más.
Salí con la cabeza algo revuelta. Por un lado, la salida con Anara, y por el otro… Evangeline. Esa chica que apenas conocía, pero que por alguna razón, no lograba sacarme de la mente.
Mi celular vibró. Era un mensaje de Anara: “Ya estoy afuera ;)”.
Me levanté del sillón, me pasé una mano por el cabello y me dirigí hacia la puerta.
—¿Ya te vas? —preguntó mi padre desde el sofá, dejando el control remoto a un lado.
—Sí, ya me voy. Anara está esperándome afuera —respondí mientras me acomodaba la chaqueta.
Mi madre salió de la cocina, con el delantal aún puesto y una cucharita en la mano.
—¿Cómo que está afuera? ¿Ni siquiera va a entrar a saludar?
Me detuve por un momento en el pasillo.
—Sabe la tensión que hay cuando se trata de ella. Prefiere no forzar nada —dije, tratando de sonar tranquilo, aunque ya sentía la conversación girando hacia lo de siempre.
—¿Y eso le impide decir un simple "hola"? —añadió mi padre, frunciendo el ceño.
—No es eso —respondí, intentando mantener la calma—. Solo quiere evitar incomodidades. No quiere que haya mal ambiente… ni para ustedes, ni para mí.
Mi madre suspiró, con expresión seria.
—Hijo, eso no es evitar incomodidades, eso es falta de respeto. Uno saluda, aunque sea por cortesía.
—Mamá… —dije, bajando un poco el tono—. Solo vamos a salir un rato esta tarde. Al cine. Nada más.
—Lo sabemos —intervino mi padre—. Pero la cortesía no se pierde. No es pedir mucho.
—Ya, ya… lo entiendo. Pero por favor, hoy no quiero que esto se vuelva otra discusión.
Mi madre cruzó los brazos, aún sin convencerse.
—Está bien. Pero avísanos cuando salgas del cine. Y con cuidado, ¿sí?
—Lo haré —respondí con un leve gesto de cabeza, y tomé las llaves del perchero.
—Y escucha —dijo mi padre justo cuando abría la puerta—. No dejes que nadie te aleje de las personas que de verdad te quieren bien.