El nombre de Evangeline no dejaba de dar vueltas en mi cabeza desde que la vi.
No sabía por qué me impactó tanto. Tal vez el hecho de que mis padres digan que deberíamos ser amigos es una señal… ¿el destino? Quizá. Tal vez conocernos sea más importante de lo que imagino.
Suspiré, con la mirada fija en la carretera.
—Alex, ¿estás seguro de que estás bien? —preguntó Anara, interrumpiendo mis pensamientos.
—¿Eh? Sí, claro. ¿Por qué lo dices?
—Porque estás en otro planeta desde que subimos al auto. No me has dicho ni una palabra. Estás súper distraído.
—No es nada —respondí rápido—. Solo… extraño mi antiguo instituto, supongo.
Ella me miró en silencio por unos segundos, como si buscara una grieta en mis palabras. Pero al final solo asintió.
—Vale… te entiendo. Cambiar de entorno no es fácil. Pero ya te acostumbrarás. Y si necesitas algo, sabes que estoy acá, ¿no? Por algo somos amigos.
—Sí… gracias —respondí, bajando un poco la mirada.
¿Amigos? Esa palabra se sintió pesada de pronto. Me dolía mentirle a medias. Había cosas que no decía, cosas que callaba porque no sabía cómo explicarlas. Como Evangeline. Como lo que sentí al verla.
—Solo… no te acerques a ciertas personas —añadió Anara, con una sonrisa un poco forzada—. Este nuevo colegio está lleno de apariencias.
—Tomo nota —dije, aunque por dentro sentía que ya era tarde para eso.
—¡Ya llegamos! —exclamó ella de pronto, al ver el letrero del cine—. ¡Por fin!
—¿En serio tenemos que ver eso? —pregunté al leer el título de la película. Una comedia romántica que parecía hecha con plantilla.
—¡Es una buena película! O al menos eso dicen los comentarios —respondió, intentando sonar entusiasta.
Odio las películas románticas. Pero no iba a decírselo. No hoy.
—A ti te encanta esto —dije, fingiendo una sonrisa.
—La verdad no tanto —admitió con una risa ligera—. Pero necesitaba salir. Además, contigo se vuelve soportable.
Yo lo soporto por ti, pensé. Todo esto. Aunque no tengas idea de que las odio. Aunque no sepas que, en mi cabeza, hay alguien más rondando desde esta mañana.
—Vamos de una vez a comprar las palomitas —dije, sacudiendo los pensamientos.
Ingresamos al cine, pasamos nuestros tickets y nos pusimos en la fila de la dulcería.
—¿Clásicas, saladas o dulces? —preguntó ella.
—Mitad y mitad. Como siempre.
—¿Y bebida?
—La de siempre. Grande, con hielo extra —dije, y ella sonrió. Esos pequeños rituales eran lo que nos mantenía unidos.
—¿Te pasa algo más? —preguntó mientras esperábamos. Su tono era suave, sin presionar.
La miré. Quise decirle la verdad. Decirle que había una chica que me había dejado pensando en todo. Que por dentro me sentía dividido. Pero solo dije:
—No. Solo ha sido un día raro.
Ella asintió y entrelazó su brazo con el mío.
—Pues que sea un día menos raro, ¿sí? Vamos a ver si esta película logra arreglar algo.
—O al menos me hace dormir —bromeé, y ella me dio un pequeño codazo.
Nos reímos. Y por un momento, todo pareció normal. Como siempre. Como si nada estuviera cambiando. Pero lo estaba. Yo lo sabía.
| Tiempo después |
Esa película fue un asco, pensé, saliendo de la sala con un suspiro disimulado. Dos horas de drama empalagoso, actuaciones sobreactuadas y una protagonista que, sinceramente, necesitaba terapia más que amor.
—¡Qué bella película, verdad? —exclamó Anara, con los ojos brillantes y una sonrisa como si hubiera visto una obra maestra.
No. Fue terrible. Pero obviamente no se lo iba a decir.
—Sí… fue genial —mentí con una sonrisa torcida—. Especialmente cuando la protagonista se mata porque no le hicieron caso. Inolvidable.
—¡Fue un acto de amor! —respondió, como si eso lo justificara.
—No pues, yo también me lanzo de un puente si alguien no responde mis mensajes —repliqué con sarcasmo.
—¡Alex! —rió, dándome un pequeño golpe en el brazo—. No seas cruel.
—Solo digo que hay mejores formas de demostrar afecto… como no saltar de un acantilado —añadí encogiéndome de hombros.
Ella resopló divertida mientras caminábamos hacia la salida del cine. Habíamos planeado pasar por algunas tiendas después. Yo quería buscar un suéter de cuero que había visto en internet y que, según el mapa del centro comercial, estaba en una tienda cercana.
—¿Te acuerdas cuál era la tienda? —preguntó Anara, sacando su celular.
—Sí, está al fondo, al lado de la de zapatillas. Pero antes quiero ver si tienen esa chaqueta negra que te mostré el otro día.
—La que parecía sacada de una película de acción —dijo con una sonrisa—. Muy tú.
Seguimos caminando por el pasillo lleno de luces y escaparates cuando, de pronto, una voz interrumpió el momento.
—Mira a quién tenemos aquí —dijo Anara, con un tono que mezclaba sorpresa y algo más… difícil de definir.
Ni me di cuenta de inmediato. Estaba pensando en chaquetas, palomitas mal digeridas y la absurda escena final de la película. Pero al levantar la mirada, ahí estaba. Justo al frente.
Evangeline.
Vestía un conjunto simple pero impecable, como si no necesitara esfuerzo alguno para destacar. Su mirada se cruzó con la mía, y por un momento el ruido del centro comercial se desvaneció.
—Hola —dijo ella, con una voz suave pero segura.
—Hola… —respondí, más lento de lo que habría querido.
Anara se cruzó de brazos, girando ligeramente el cuerpo hacia mí. Su lenguaje corporal lo decía todo: ¿la conoces?
—No sabía que venías por aquí —dijo Evangeline, sonriendo apenas.
—Yo tampoco sabía que tú venías por aquí —respondí, rascándome la nuca, incómodo.
—¿Se conocen? —intervino Anara, mirando de una a otra con los ojos entrecerrados.
—Más o menos. Coincidimos esta semana en el instituto —dije, aún sin mirar a Anara directamente.
—Ah, claro… —respondió Anara, seca.
Un silencio tenso se formó entre los tres. Insoportable. Pero también inevitable.