¿que pasó?

XIV

Bajé las escaleras con paso firme, aunque por dentro sentía el típico cosquilleo de los nervios. Creo que me demoré un poco más de lo previsto…

Al llegar al último escalón, confirmé lo que ya sospechaba: los señores Stone ya estaban en la sala… y Álex también.

Me detuve un segundo, respiré profundo y avancé con una sonrisa ligera.

—Buenas noches, disculpen la demora —dije amablemente.

—Buenas noches, Evangeline. No te preocupes, nosotros también acabamos de llegar —respondió el señor Jonathan, levantándose brevemente con cortesía.

—Qué bella estás, querida. Te pareces muchísimo a tu madre —comentó la señora Amelia, con una sonrisa cálida que me tomó por sorpresa.

—Muchas gracias… —respondí, algo apenada—. Es la primera vez que alguien me dice que me parezco a ella.

—Y créeme, es un cumplido —añadió Amelia con ternura, posando su mano sobre la mía por un segundo.

—Te presento a mi hijo Álex, aunque… creo que ya se conocen, ¿cierto? —dijo el señor Jonathan, con una mirada cómplice.

Álex se levantó y me miró con una expresión amable, pero algo nerviosa. Sus ojos brillaban un poco, como si no supiera bien qué decir primero.

—Mucho gusto de verte otra vez, Evangeline —dijo con voz tranquila, pero genuina.

—El gusto es mío —respondí, sintiéndome curiosamente cómoda en su presencia.

—No tuve oportunidad de agradecerte ese día… me salvaste bastante —añadió, rascándose la nuca, como si recordarlo aún le avergonzara un poco.

—No te preocupes, no fue nada —sonreí—. Solo llegué un poco tarde a mi clase de arte, pero no me castigaron, así que todo bien.

—Igual, créeme que estoy muy agradecido. Y… si no es mucha molestia —dijo, sacando una bolsa de regalo que tenía al costado del sofá—, te traje un pequeño detalle.

Me sorprendí un poco. Era una bolsa grande, con lazo de cinta dorado. Al tomarla, noté que pesaba más de lo esperado.

—¿Para mí? —pregunté, alzando las cejas.

—Sí —respondió, un poco más serio ahora—. No sabía qué darte, pero… ojalá te guste.

—Muchas gracias, Álex —dije con una sonrisa sincera, tomando la bolsa con ambas manos—. No tenías que hacerlo.

—Tal vez no… pero quería hacerlo —respondió, bajando la mirada por un segundo antes de volver a mirarme.

Un silencio amable nos envolvió por un momento, hasta que mi madre apareció desde el comedor:

—¡Vengan, ya está todo listo!

—Vamos —dijo Jonathan, estirando un brazo para guiar a su esposa.

Mientras caminábamos hacia la mesa, no pude evitar preguntarme qué habría dentro de la bolsa… y por qué algo tan simple me había dejado con una sonrisa tonta en el rostro.
Estábamos ya sentados en el comedor. Todo lucía impecable: la mesa perfectamente servida, la comida servida con elegancia, y un ambiente cordial, aunque cargado con esa típica formalidad de las cenas importantes.

Conversábamos sobre cosas triviales —el clima, la ciudad, lo rápido que pasa el año— hasta que la señora Amelia, con su copa de vino en mano, me dirigió una mirada curiosa.

—Tienes porte, figura… y esa expresión serena en la mirada —dijo de pronto—. Tienes talla de modelo. ¿Lo has considerado?

La pregunta me tomó un poco por sorpresa. Me acomodé un poco en la silla antes de responder.

—De hecho, sí —dije, sonriendo—. Ya estamos trabajando en eso nuevamente.

—¡Qué grandioso! —exclamó ella, con genuina emoción—. Me parece maravilloso que sigas ese camino. Se necesita mucha disciplina para estar en ese mundo.

—Sí, y también paciencia. Pero me gusta —respondí, con naturalidad.

—Así que los rumores eran ciertos —intervino Álex, mirándome con una ceja ligeramente levantada.

—¿Rumores? —pregunté, alzando una ceja, divertida.

—Se decía algo en el instituto… —dijo él, encogiéndose un poco de hombros—. Pero nadie sabía si era verdad. Algunos decían que eras modelo, otros que eras atleta profesional. Ya no sabíamos qué inventar.

—Relativamente cierto —respondí, con una sonrisa enigmática—. Pero no puedo decir mucho… es confidencial.

—Eres buena guardando secretos, entonces —comentó él, medio en broma.

Lo miré por un segundo más de lo necesario. Su tono fue ligero, pero sus ojos buscaban algo más, como si quisiera descubrir si mentía.

—Sí, bastante buena —asentí.

Aunque hay algunos que me gustaría revelar... pero mejor evitar problemas, pensé para mis adentros.

—Así es —añadí en voz baja, acompañando mi respuesta con un sorbo de agua, como para cerrar el tema.

Amelia y Jonathan siguieron conversando con mis padres, pero yo sentí la mirada de Álex sobre mí por un momento más. No incómoda… sino curiosa. Cautelosa.

Y en ese instante supe que esta cena no iba a ser tan formal como todos querían que fuera. Había cosas sin decir, y tarde o temprano, alguien las iba a sacar a la luz.
La cena había terminado y todos estaban ya en la sala, tomando café o conversando animadamente sobre negocios y cosas que, sinceramente, no me interesaban.

Aproveché la excusa de “tomar un poco de aire” y salí al jardín iluminado por las luces cálidas de la terraza. Me senté en uno de los sillones al lado de la fuente, disfrutando del silencio, del aroma del jazmín nocturno y del murmullo del agua.

Minutos después, escuché pasos detrás de mí. Me giré un poco y, como lo presentía, era Álex.

—¿Puedo sentarme? —preguntó con una sonrisa leve.

—Claro —respondí, señalando el espacio vacío junto a mí.

Se sentó sin decir nada al principio. Solo miró al frente, como si estuviera buscando las palabras correctas.

—Tus papás son agradables —dije, solo para romper el hielo.

—Los tuyos también… aunque tu papá me dio un poco de miedo al principio —bromeó.

—No eres el único —respondí con una risita.

Hubo un silencio, pero esta vez no fue incómodo. Era de esos silencios tranquilos, donde no se necesita hablar todo el tiempo.

—Lo del regalo… ¿te molestó? —preguntó de pronto, sin mirarme directamente.



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En el texto hay: rivalidad

Editado: 17.06.2025

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