¿qué pasó con Javier Blade?

Capítulo dos

No podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Como pudo, se levantó del suelo y cerró la puerta lentamente. Todo estaba revuelto: los cuadros de las fotos en sus vacaciones con Leo y Javier, quebrados y esparcidos por todos lados; sus jarrones decorativos destrozados. Y en el centro de la sala, yacía el cuerpo inmóvil e inerte de Javier Blade.

¿Pero cómo era esto posible?, pensó, mientras se acercaba al cuerpo del hombre del cual había estado enamorada por tantos años y del cual se había sentido tan traicionada hace unas cuantas horas.

¿Cuánto tiempo tendría el cuerpo aquí? ¿Y por qué estaba en mi casa, si el mensaje que me había llegado decía que iba camino a La Graciosa con todo el dinero que había robado de la empresa?, pensó para sí.

Se sentó en el sofá y prendió un cigarrillo. Realmente no le gustaba el olor del cigarro dentro de su casa, pero esto… esto lo ameritaba completamente. Y esperó, sentada con un cuerpo a sus pies, a que su hermano llegara para saber qué hacer.

No quería involucrar a la policía, pero sabía que eso era necesario. Aun con el miedo que le invadía por todo el cuerpo —pues al ser su casa el lugar del delito, la pondrían a ella como principal sospechosa—, sabía que debía enfrentar lo que venía. Hacía unas cuantas horas quería matar al desgraciado que le había visto la cara y le había robado una gran suma de dinero.

Brincó del susto cuando el timbre sonó, y se levantó de un salto. Era Leo, que venía a rescatarla, como siempre.

—Esme, ¿estás en casa? —preguntó Leonardo.

—Sí, Leo —gritó Esmeralda, mientras caminaba hacia la puerta para abrirle a su hermano, pero no lo dejó entrar.

—Necesito decirte algo antes de que entres —dijo Esmeralda, y lo tomó del brazo para que la acompañara a sentarse en la jardinera que estaba en su entrada.

—¿Ahora qué sucede, cariño? —preguntó Leonardo, mientras le ponía el brazo alrededor de los hombros.

Esmeralda no sabía cómo contarle a su hermano que dentro de su casa, en su sala, estaba alguien sin vida, que además de ser su mejor amigo de toda la vida, era el hombre que le había robado.

Se aclaró la garganta y dio un suspiro tan largo y pesado que Leonardo supo de inmediato que lo que Esmeralda estaba a punto de contar sería algo realmente importante.

—Creo que comenzaré desde el principio —dijo Esmeralda, mientras veía y movía sus pulgares en círculos entre sí, como solía hacer siempre que estaba nerviosa y trataba de encontrar las palabras correctas para explicar cualquier cosa que la pusiera de esa manera.

Leonardo asintió con la cabeza, sin decir una sola palabra, y dejó que Esmeralda hablara.

—Hace unos años me encontré con Javier en Los Cabos, cuando trataba de averiguar qué hacer con mi vida. Nuestro padre me había ofrecido la presidencia de la empresa porque tú habías decidido ser arquitecto, y no querías hacerte cargo de la empresa. —Leonardo sonrió y asintió nuevamente—.

Hablamos un poco porque llevaba prisa, pero quedamos de vernos en el bar del hotel más tarde.

Nos encontramos y hablamos tanto… de todo: de cómo le iba trabajando con nuestro padre, de cómo le iba en el amor. Y hablamos de mí. Le platiqué lo que nuestro padre me había ofrecido, y que yo me sentía confundida. Aunque siempre me interesó todo este mundo de la tecnología, no estaba tan segura de querer seguir sus pasos.

Y él me empujó un poco. Me dijo que yo sería una gran presidenta, y que con un vicepresidente como él, seríamos imparables. Nos reímos y seguimos charlando de todo.

Desde ese momento empezamos a ser más inseparables y pasamos todos los días juntos, hasta que me convenció de aceptar el trabajo.

Un día, cuando regresábamos al hotel, Javier decidió sincerarse conmigo y me confesó lo que sentía por mí.

Leonardo soltó una risita.

—Vaya, hasta que ese cobarde se animó.

Esmeralda esbozó una sonrisa apagada y Leonardo se dio cuenta. Frunció el ceño y preguntó:

—¿Y qué sucedió después? Porque esto fue hace ya tres años.

—Sí. Después de ese viaje decidimos empezar una relación. Pero como yo iba a entrar a la empresa, decidí que deberíamos llevarlo más lento y más discreto. No quería sermones de papá, así que decidí que sería lo mejor. Solo por un tiempo, pero ese tiempo se convirtió en meses, y después en años.

Javier no estaba contento con eso. Decía que yo me avergonzaba de él, cosa que no era cierta. Pero no sé por qué no podía contarte a ti, ni a la familia, sobre nosotros.

Así que hace tres meses Javier decidió terminar con lo nuestro. Sentí que él estaba un poco resentido conmigo por no haberle contado al mundo lo nuestro, porque hacía comentarios fuera de lugar en las reuniones. Decidí ignorarlo, pero noté que su actitud cada vez era más rara. Y no solo conmigo: con el resto de los empleados y los inversionistas. Se veía molesto y nervioso la mayoría del tiempo, pero nunca me acerqué a él para saber qué pasaba.

Hasta hace tres días. Me acerqué porque no me había mandado el informe bimestral, y cuando se lo pedí, solo me lo dio en un folder, junto con su renuncia, la cual acepté sin preguntar nada. Solo la acepté. Creí que sería lo mejor, después de todo lo que había pasado entre nosotros. —Esmeralda pasó la mano por su frente y dio un gran suspiro—. Ese mismo día se fue, y ya no supe más de él, hasta que me llegó un correo desde su cuenta el día de hoy, donde me decía todos sus planes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.