La agente Zazil iba pensativa en el asiento del copiloto, hasta que rompió el silencio.
—Me parece algo extraño… ¿Crees que ella es culpable? Noté cómo la veías, y conozco bien esa mirada.
—No lo sé, Zazil, pero siento que algo no está bien. Habrá que investigar bien a fondo para poder determinar quién es el culpable, pero… ¿quieres apostar?
Zazil soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—No, no quiero apostar. Estoy cansada de dejarte sin dinero.
Ambos agentes rieron.
Los agentes llegaron a la oficina, y un pizarrón viejo dio inicio a la investigación. Una foto de Javier Blade al centro. Zazil tomó un marcador rojo y escribió: “¿Qué pasó con Javier Blade?”.
El agente Ruiz dio un suspiro y dijo:
—Esta noche será larga, así que comencemos con una taza de café muy cargado para poder aguantarla.
Zazil sonrió.
—Me leíste la mente.
Zazil comenzó a leer las notas de los criminalistas, y se dieron cuenta de que Javier no tenía consigo su teléfono ni su cartera.
—Entonces, Ruiz, esto se pone cada vez más difícil, y apenas estamos iniciando. Javier no llevaba nada más, solo las llaves de su casa, así que el primer paso será ir a revisar y ver qué podemos encontrar. Llamaré a algún criminalista que nos ayude por hoy, y mañana reunimos a todo el equipo.
Pablo asintió mientras salía de la oficina tras su compañera.
La casa de Javier estaba en completa oscuridad.
Un silencio absoluto invadía por completo toda el área.
El frío calaba hasta en los huesos y el hielo bajo los pies de los agentes crujía con cada paso que daban.
Ambos sacaron sus armas y una linterna, dieron un vistazo alrededor de la casa antes de entrar por la puerta de atrás.
No había indicios de que hubiera pelea en la casa, pero algo extraño se sentía en el ambiente: algo oscuro y pesado. Ruiz encendió la luz, y todo parecía normal. Comenzaron a revisar todo a simple vista: fotos de él con sus padres. Zazil tomó una foto y la levantó para enseñársela a Ruiz.
—Mira, Esmeralda lucía feliz aquí.
—Ambos —dijo Ruiz.
Zazil asintió y dejó la foto en su lugar.
—No sé por qué siento algo raro en el aire, ¿tú no? —preguntó Zazil mientras acomodaba su ropa, un poco nerviosa.
—Creí que era yo solamente, pero tienes razón. Algo me molesta y me intriga desde que llegamos a la casa.
Zazil vio a Ruiz y asintió.
Entraron a la habitación de Javier y notaron que estaba impecable.
La cama estaba pulcramente tendida.
La ropa en sus cajones, ordenada cuidadosamente por colores.
No había ni un ápice polvo en las repisas.
Los agentes intercambiaron miradas, extrañados.
Fue entonces cuando Ricardo, el criminalista, entró a la habitación y dijo:
—Estoy seguro de que esta es la escena del crimen. No hay nada que podamos tomar para la investigación. Todo fue minuciosamente aseado: no hay polvo, no hay huellas, no hay nada. Ni siquiera las huellas de Javier están aquí.
Ruiz y Zazil se vieron extrañados.
—Entonces, ¿no encontraremos nada aquí tampoco? —dijo Zazil con voz cansada.
—Encontré algunas cosas, pero no sé si serán de utilidad —dijo Ricardo—.
Había unas llaves que pude notar son de esta casa. Estas sí tienen las huellas de Javier, pero también incluyen la llave de otro lugar, que parece ser una bodega.
Además, encontré un lápiz mordido que llevaré a analizar, y dos boletos de avión a nombre de Javier y Esmeralda Dorantes.
También hay muchas cuentas por pagar.
Quisiera poder regresar mañana con mi equipo completo para dar un segundo vistazo. No quiero irme con ninguna duda, solo espero que se autorice para continuar.
—Perfecto, Rick. Has sido de mucha ayuda por hoy. Por el momento hay que regresar a la oficina —dijo Ruiz.
Los agentes salieron de la casa por la puerta principal y Zazil notó que había algo brillante en la tierra. Sacó un pañuelo y lo tomó. Era una mancuernilla. Cuando se la enseñó a Ruiz, la reconoció de inmediato.
—Es de Javier, vi que llevaba una solamente.
Los agentes regresaron a la oficina, conscientes de lo equivocados que estaban.
Ruiz seguía convencido de que se trataba de un asunto pasional, y creía que sería sencillo reunir las pruebas necesarias para encontrar a la culpable: para él, era Esmeralda.
Zazil, en cambio, se sentía confundida. No sabía qué pensar. Nerviosa y ansiosa, guardaba para sí el hecho de que el temor de Esmeralda le parecía genuino.
Por eso, se abstuvo de hacer comentarios frente a su compañero.
Ruiz, pensativo, tomó el marcador y escribió en el pizarrón: “No hay huellas, no hay nada”, y dejó salir un enorme suspiro mientras se sentaba.
—Bueno… no creo que Esmeralda haya asesinado a Javier y, después de eso, tener un macabro plan de llevarlo hasta su casa y denunciar el asesinato… ¿o sí?
Zazil se encogió de hombros y abrió su agenda para seguir tomando apuntes.
—Creo que deberíamos ir a hacerle una visita mañana a Esmeralda, ver la oficina de Javier y saber qué es lo que hacía en esa empresa. La familia de Javier no es de la misma posición que la de Esmeralda. Son buenos amigos y cercanos. Me causa curiosidad cómo es que se conocieron y llegaron a ser así de cercanos.
Ruiz asintió, tomó su abrigo y se despidió de Zazil.
—Vete a casa, descansa un poco. Por hoy no hay nada más que hacer…
Zazil suspiró y asintió con la cabeza.
—Descansa también. Nos vemos mañana en la oficina de Esmeralda.