Fuera de la oficina de Esmeralda estaban los agentes esperando su llegada. Ambos con un café en la mano, algo cansados. Ninguno había podido dormir bien: siempre se meten de lleno en cada caso que les toca resolver, y este no sería la excepción.
A lo lejos se escucharon unos tacones resonando; ambos agentes voltearon y notaron la llegada de Esmeralda.
Se veía cansada, con la piel pálida, los ojos aún llorosos y unas ojeras muy marcadas debajo de ellos. Los agentes intercambiaron miradas y la saludaron.
—Buen día. Lamentamos irrumpirle aquí en su área de trabajo, pero queremos aprovechar para dar un vistazo a la oficina del joven Blade —dijo Ruiz.
Le ofreció la mano.
—Para nada, agentes, adelante; todo aquí está a su disposición.
Llamó a Samuel para que acompañara a los agentes a la oficina de Javier, mientras ella dejaba sus cosas en su despacho.
Ambos agentes agradecieron y siguieron a Samuel.
—¿Y… cuántos años tenía Javier trabajando aquí? —preguntó Zazil.
—Casi toda su vida —respondió Samuel con una sonrisa triste—. Aquí inició sus pasantías y fue escalando poco a poco. Lo admiré mucho porque todos sabíamos que sería vicepresidente desde que entró, pero él no lo quiso así. Quiso empezar como cualquier otra persona, y lo juro: por mérito propio llegó hasta donde quiso.
—Entonces, ¿su meta siempre fue ser vicepresidente? —preguntó Ruiz.
—No, su meta no era estar aquí… él quería viajar, conocer el mundo, pero contó que su padre nunca se lo permitió. Algo que nos resultaba extraño para alguien con ese estatus social, pues su padre siempre fue muy estricto, o al menos eso decía.
—¿Javier era muy abierto con el tema?
—Con cualquier tema agentes, es una persona muy transparente, bueno, era… Se veía duro en los negocios, pero realmente era muy social; todos aquí lo apreciábamos mucho. No había lugar donde no hiciera amigos.
Samuel abrió la puerta de la oficina de Javier con aire de tristeza y dejó a los agentes solos.
—Cualquier cosa, estoy a sus órdenes. En unos momentos la señorita Dorantes estará aquí con ustedes.
—Gracias —contestaron al unísono.
La oficina estaba sumamente ordenada, y notaron algo al instante.
Zazil llamó a Ricardo para que la acompañara y revisaran todo a fondo, en busca de pruebas.
—Esta oficina está muy ordenada, igual que su casa, ¿no crees? —dijo Ruiz.
—Sí, pero bueno, aquí la persona de limpieza debe hacer muy buen trabajo —respondió Zazil.
Samuel regresó con Ricardo a la oficina de Javier.
—Samuel, una pregunta: ¿quién es el encargado de limpiar este piso? —preguntó Ruiz.
—La oficina de Javier no ha sido limpiada, agente. Desde que renunció, no se ha abierto.
—Ya veo…
—¿Algo más en lo que les pueda ayudar?
—Por el momento eso es todo; cualquier cosa, lo llamamos. Gracias.
Samuel asintió y se retiró.
—Vaya, entonces el aire de aquí debe ser muy puro para que ni una pizca de polvo caiga —dijo Ricardo mientras se ponía los guantes.
Zazil tomó una caja de cartón y empezó a empacar toda la papelería del escritorio de Javier. No había mucho, pero cualquier cosa podía ser útil.
—¡Bingo! —dijo Ruiz mientras levantaba un fondo falso de uno de los cajones del escritorio.
Ahí había una carpeta amarilla, un diario negro con las iniciales JB en dorado, fotografías de Esmeralda y su familia, un teléfono apagado y un sobre azul.
Ambos agentes intercambiaron miradas y dudaron en abrir el sobre.
—No me extraña, pero no hay huellas. Quien estuvo en casa de Javier también estuvo aquí haciendo su trabajo —comentó Ricardo, un poco emocionado.
Zazil sostuvo el sobre azul y, cuando estaba a punto de abrirlo, entró Esmeralda.
—Disculpen la tardanza, agentes, me entretuve con algunas llamadas. Ya saben, apenas entras a la oficina y no tienes descanso alguno.
—No debió molestarse, señorita. Ya nos dirigíamos con usted; aquí hemos terminado —respondió Zazil.
—Bien, entonces acompáñenme.
Entraron a la sala de juntas.