Que sea solo una noche

Capítulo 18: La primera noche juntos

El beso bajo las luces del festival en Stanley Park había cambiado todo entre Adrián y Aiko. Lo que hasta ese momento había sido una relación llena de incertidumbre, pequeños gestos y momentos que ninguno de los dos se atrevía a definir, ahora había tomado una dirección clara. Estaban enamorados, aunque ese amor traía consigo desafíos y complicaciones que ambos apenas comenzaban a entender.

Al día siguiente, el aire de Vancouver tenía una frescura característica, con una ligera brisa que anunciaba el final del verano. Adrián se encontraba frente al espejo, ajustándose el abrigo mientras recordaba cada segundo del beso en Stanley Park. Su corazón todavía latía con fuerza al pensar en la manera en que Aiko lo había mirado, cómo sus labios habían encontrado los suyos y cómo, en ese instante, el mundo entero había desaparecido.

Hoy, iban al acuario de Vancouver, uno de los lugares que Aiko siempre había querido visitar. Le había contado que los tiburones eran sus animales marinos favoritos, y Adrián, emocionado por verla disfrutar de algo que le apasionaba, no podía esperar a pasar otro día con ella.

Cuando llegó al acuario, Aiko ya lo esperaba frente a la entrada. Vestía un abrigo gris claro y una bufanda de lana que caía con gracia sobre sus hombros. A pesar del aire frío, su sonrisa irradiaba una calidez que hizo que el corazón de Adrián latiera más rápido. Aún se sentía nervioso, incluso después del beso. Había algo en estar a su lado que lo hacía sentir vulnerable, pero también lleno de vida.

—Hola —dijo Adrián, inclinándose para darle un beso suave en la mejilla, que ahora sentía como algo natural entre ellos.

—Hola —respondió Aiko, con esa voz tranquila que siempre lo desarmaba. Pero había una chispa en sus ojos que revelaba que ella también recordaba la noche anterior.

Entraron al acuario juntos, caminando lado a lado, en un silencio cómodo pero lleno de emoción. El ambiente dentro del edificio era fresco, con luces tenues que iluminaban los enormes tanques llenos de vida marina. Peces de colores, medusas que flotaban como si danzaran en el agua, y rayas deslizándose por el fondo creaban un espectáculo fascinante.

A medida que avanzaban, Adrián y Aiko comenzaron a conversar con más fluidez, como si el beso hubiera eliminado cualquier barrera entre ellos. Hablaban de lo que les gustaba, de sus experiencias en la ciudad, y poco a poco, Adrián empezó a notar que sus pensamientos se desviaban hacia el futuro. Se preguntaba qué significaba este nuevo capítulo en su relación y cómo enfrentarían los desafíos que aún estaban por venir.

Llegaron al tanque de los tiburones, una gigantesca pared de cristal que mostraba a las majestuosas criaturas nadando con elegancia en el agua azul profunda. El silencio entre ellos se hizo más profundo, como si el ambiente les impidiera romper la magia del momento. Aiko observaba a los tiburones con una mezcla de fascinación y melancolía, sus ojos fijos en los depredadores que se movían con una calma inquietante.

Adrián no podía apartar la vista de ella. La luz del tanque iluminaba su rostro de una manera que le parecía casi irreal. Cada rasgo de Aiko, desde su suave sonrisa hasta la forma en que su cabello caía sobre sus hombros, lo hacía sentirse abrumado por una emoción que no sabía cómo expresar.

—¿Te gustan los tiburones? —preguntó Adrián, tratando de romper el silencio sin alejarse del momento.

Aiko asintió lentamente, sus ojos aún fijos en las criaturas.

—Me fascinan —respondió con una sonrisa suave pero melancólica—. Siempre me han parecido incomprendidos. Son solitarios, pero poderosos. Hay algo en ellos que... me hace sentir identificada.

Adrián la miró, intentando descifrar el significado detrás de sus palabras. Sabía que Aiko llevaba consigo un pasado complicado, un pasado del que aún no había hablado del todo. Pero también sabía que lo que sentía por ella era real, y estaba dispuesto a esperar lo que fuera necesario.

—Tú también eres poderosa, Aiko —dijo Adrián en voz baja, dando un paso más cerca de ella.

Aiko lo miró, sorprendida por sus palabras.

—No siempre me siento así —admitió, con un leve temblor en su voz.

Adrián extendió su mano hacia la suya, sus dedos apenas rozándose, pero sintió una descarga de energía entre ellos.

—Pero lo eres —insistió—. Has enfrentado tantas cosas, y aquí estás. Sigues adelante. Esa es la verdadera fuerza.

Aiko lo miró en silencio por unos segundos que se sintieron eternos. Sus ojos brillaban con una mezcla de emociones, y de repente, se inclinó hacia él. Sus labios se encontraron de nuevo, pero esta vez el beso fue diferente. Era más profundo, más cargado de significado. Todo lo que no habían dicho en palabras estaba contenido en ese beso, una conexión que iba más allá de lo físico.

El tanque de los tiburones, con su luz azul y las sombras de los animales moviéndose en silencio, fue el único testigo de ese momento íntimo. Adrián sintió cómo su corazón se aceleraba mientras Aiko se aferraba a su mano, como si en ese instante no existiera nada más que ellos dos.

Cuando finalmente se separaron, Aiko bajó la mirada, ligeramente sonrojada, pero con una sonrisa que Adrián no había visto antes, una sonrisa cargada de ternura y vulnerabilidad.

—Aiko… —susurró Adrián, sin saber cómo continuar después de un beso tan lleno de emoción.




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