Que sea solo una noche

Capítulo 22: El paseo por Gastown

El día después de la cena fue diferente. Aunque Adrián y Aiko se habían despertado juntos, el ambiente entre ellos se sentía más pesado que nunca. Las palabras no dichas de la noche anterior flotaban sobre ellos, tensando el aire como si hubiera algo que, en cualquier momento, podría romperse. Aiko, quien siempre mantenía una fachada tranquila y serena, parecía más pensativa de lo normal, y Adrián no podía dejar de preguntarse si todas las dudas que ella había expresado, y que él trataba de disipar, seguían creciendo en su interior.

Decidieron salir esa tarde para despejarse un poco, buscando distraerse de sus pensamientos. Gastown, uno de los barrios más antiguos y pintorescos de Vancouver, fue la elección de Aiko. Adrián aceptó sin dudar, esperando que el cambio de escenario ayudara a aliviar la tensión que se había instalado entre ellos.

Cuando llegaron, el sol ya comenzaba a descender, tiñendo el cielo con una mezcla de naranjas y rosas que hacía que las calles adoquinadas de Gastown se vieran como sacadas de una postal antigua. Los faroles de hierro forjado y las tiendas pintorescas contribuían a ese encanto atemporal del lugar. El bullicio de turistas y locales, las risas y las voces llenando el aire, contrastaban con el silencio casi sepulcral que se había instalado entre Adrián y Aiko.

Caminaron juntos, pero el ambiente seguía cargado. Pasaron frente a tiendas de souvenirs, cafés acogedores, y pequeños grupos de turistas que se detenían a tomar fotos. Finalmente, llegaron al famoso reloj de vapor, el símbolo más icónico de Gastown. Rodeado de una pequeña multitud, el reloj emitía suaves silbidos mientras el vapor se escapaba de su cima. Era una imagen que representaba la calma y la constancia del tiempo, algo que contrastaba con la incertidumbre que ambos sentían sobre su propio futuro.

Aiko se detuvo frente al reloj, observándolo con una sonrisa leve, pero Adrián sabía que esa sonrisa no era del todo genuina. Él, en lugar de centrarse en el reloj, la observaba a ella, notando cómo la luz del atardecer iluminaba su rostro, dándole un aire de ensueño. Quería hablar, romper ese silencio que los estaba consumiendo poco a poco, pero no sabía por dónde empezar.

—¿Sabes? —dijo Aiko de repente, rompiendo el silencio—. Este reloj siempre me ha parecido fascinante. Es antiguo, pero sigue funcionando perfectamente. Como si el tiempo no pudiera afectarlo.

Adrián miró el reloj por un momento, pensando en lo que ella había dicho. Había algo simbólico en ese comentario. Algo que reflejaba mucho más de lo que ambos estaban dispuestos a admitir.

—Es verdad —respondió finalmente—. Pero el tiempo afecta a todo, tarde o temprano.

Aiko lo miró de reojo, captando el subtexto de sus palabras. Sabía que él no hablaba solo del reloj, sino también de su relación. De la inevitable presión del tiempo y de los miedos que, aunque no se expresaran en voz alta, estaban allí. Siguieron caminando, sin un destino en mente, pero disfrutando del ambiente de Gastown. Adrián mantenía su mano entrelazada con la de Aiko, un gesto de conexión, de decirle sin palabras que él estaba ahí para ella, pase lo que pase.

Pasaron por tiendas de arte local, pequeñas librerías, y cafeterías llenas de vida. Pero a pesar de la belleza que los rodeaba, el peso de la conversación que ambos sabían que tenían pendiente seguía ahí, presionando contra ellos.

Se detuvieron frente a una cafetería que daba justo al reloj de vapor. Las luces suaves de los faroles y el murmullo de las personas a su alrededor creaban una atmósfera casi mágica. Adrián, sabiendo que no podía evitar más tiempo lo que ambos estaban sintiendo, decidió romper el silencio.

—Aiko —comenzó, su voz suave pero cargada de seriedad—. Anoche dijiste algo que me ha estado dando vueltas en la cabeza.

Aiko no lo miró al principio, pero él podía sentir que sus palabras la habían alcanzado.

—Dijiste que el tiempo está en nuestra contra —continuó, girándose ligeramente hacia ella para que lo mirara—. ¿Por qué piensas eso? Lo que tenemos es real, Aiko. Y no tiene por qué desaparecer solo porque el tiempo pase.

Aiko suspiró, finalmente levantando la mirada hacia él, sus ojos llenos de una tristeza que Adrián no había visto antes.

—Es lo que siento, Adrián —respondió en voz baja—. No puedo ignorar que, tarde o temprano, tendrás que regresar a México. Y aunque quiero creer que podemos seguir juntos a pesar de la distancia, no sé si soy lo suficientemente fuerte para enfrentar eso.

Las palabras de Aiko cayeron sobre Adrián como un golpe. Sabía que este tema era inevitable, pero escucharlo en voz alta lo hacía mucho más real y doloroso. Sintió un nudo en el estómago, y por un momento, no supo qué decir.

—Aiko, yo no quiero perderte. —dijo con firmeza, apretando suavemente su mano—. No importa lo que pase, quiero encontrar la manera de estar contigo. La distancia no tiene que separarnos.

Aiko lo miró con los ojos llenos de dudas, como si luchara contra una tormenta interna que no podía controlar.

—Eso es lo que me da más miedo —admitió, su voz apenas un susurro—. No quiero que te sientas atado a mí. No quiero que te arrepientas de haberme elegido. Mereces una vida sin complicaciones, con alguien que esté a tu lado todo el tiempo, no a miles de kilómetros de distancia.

El peso de sus palabras era abrumador. Adrián sabía que Aiko estaba luchando contra más que el miedo a la distancia. Su diferencia de edad, su pasado, y el constante juicio de los demás eran como una barrera invisible que parecía separarlos cada vez más.




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