Los días después del paseo por Gastown fueron extraños. A pesar de que el beso bajo el vapor del reloj había traído consigo una sensación de alivio momentáneo, las preocupaciones de Aiko no desaparecían del todo. Su mente seguía ocupada con los pensamientos sobre el futuro, sobre lo que sucedería cuando Adrián tuviera que regresar a México. Cada día que pasaban juntos parecía más valioso, pero también traía consigo el peso de la inminente despedida.
Adrián también lo sentía. Aunque intentaba mantener una actitud positiva, sabía que los miedos de Aiko no eran infundados. El tiempo avanzaba, y la fecha de su regreso estaba cada vez más cerca. Sin embargo, él estaba decidido a no dejar que esos pensamientos oscurecieran lo que tenían. Quería disfrutar cada momento, y estaba dispuesto a luchar por su relación, sin importar lo difícil que pudiera ser.
Una mañana, mientras caminaban por el parque Stanley, Aiko decidió que no podía seguir guardándose sus pensamientos. Habían llegado a un punto en su relación en el que las palabras no dichas comenzaban a formar una barrera entre ellos, y no quería que eso terminara por separarlos.
Se detuvieron en un banco con vista al lago, y Aiko miró hacia el agua, su rostro reflejando la seriedad de lo que estaba a punto de decir. Adrián, notando su expresión, se sentó a su lado y esperó en silencio, dándole el espacio que necesitaba para hablar.
—Adrián... —comenzó Aiko, su voz temblando ligeramente—. He estado pensando mucho en todo esto, en nosotros, en lo que vendrá después. Y... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. No sé si estoy preparada para lo que implica seguir adelante.
El corazón de Adrián dio un vuelco. Sabía que esta conversación era inevitable, pero no estaba preparado para escuchar esas palabras. A pesar de todo, tomó aire y la miró con calma, dispuesto a escucharla.
—Sé que hemos hablado mucho sobre cómo enfrentar la distancia, sobre lo que sentiremos cuando te vayas —continuó Aiko, sin atreverse a mirarlo directamente—. Pero no puedo ignorar el miedo que tengo. No solo a la distancia, sino a lo que eso podría hacer con nosotros. ¿Qué pasa si... si no podemos soportarlo? ¿Y si, después de todo esto, terminamos alejándonos más de lo que estamos ahora?
Adrián la escuchaba en silencio, cada palabra de Aiko resonando en su corazón. Sabía que ella estaba luchando con todo esto, y que el miedo a perder lo que tenían era tan real como el amor que sentían el uno por el otro.
—Aiko, entiendo que tengas miedo —dijo finalmente, su voz suave pero firme—. Pero no podemos vivir nuestra vida asumiendo lo peor. No sabremos lo que pasará hasta que lo intentemos. Y yo quiero intentarlo. Quiero estar contigo, sin importar los obstáculos. La distancia será difícil, lo sé, pero estoy dispuesto a hacer que funcione.
Aiko lo miró, sus ojos llenos de una mezcla de emociones. Sabía que Adrián decía la verdad, que sus palabras eran sinceras, pero no podía evitar sentir el peso de la incertidumbre.
—¿Y si no funciona? —preguntó ella, su voz apenas un susurro—. ¿Qué pasa si nos damos cuenta de que es demasiado difícil? ¿Qué pasa si terminamos hiriéndonos más de lo que ya lo hemos hecho?
Adrián apretó su mano, mirando sus ojos con una intensidad que Aiko no había visto antes.
—Prefiero intentarlo y fallar que no intentarlo en absoluto —respondió, con una convicción que sorprendió a Aiko—. Si no lo intentamos, siempre viviremos con la duda de lo que pudo haber sido. No quiero eso, Aiko. Quiero saber que, pase lo que pase, luchamos por esto. Porque lo que tenemos vale la pena.
El silencio que siguió a sus palabras fue profundo. Ambos sabían que lo que estaban discutiendo no era algo trivial. Era una decisión que podría cambiarlo todo. Aiko bajó la mirada, sintiendo el peso de sus propios miedos, pero también la fuerza de las palabras de Adrián.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Aiko habló.
—Quiero estar contigo, Adrián. De verdad lo quiero —dijo, su voz quebrándose ligeramente—. Pero no puedo prometerte que no voy a tener miedo. No puedo prometerte que no voy a dudar en algún momento. Lo único que puedo prometerte es que intentaré, porque tú también lo vales.
Adrián sintió una oleada de alivio al escuchar sus palabras. Sabía que Aiko no estaba completamente segura, pero también sabía que estaba dispuesta a dar ese paso, a intentarlo, y eso era suficiente para él.
—Eso es todo lo que necesito escuchar —dijo, sonriendo suavemente—. No importa lo que venga después, Aiko. Mientras estemos juntos, encontraremos la manera.
Aiko sonrió débilmente, sintiendo cómo parte de la tensión que había estado acumulando en su interior comenzaba a disiparse. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero también sabía que Adrián estaba dispuesto a recorrerlo con ella, y eso le daba una pequeña chispa de esperanza.
Se quedaron en silencio, observando el lago frente a ellos. Las hojas de los árboles se movían suavemente con la brisa, y el sonido del agua les proporcionaba una sensación de calma. Aiko apoyó su cabeza en el hombro de Adrián, permitiéndose disfrutar de ese momento de paz.
—Sabes, hay algo que siempre me ha dado miedo... —dijo Aiko después de un rato—. El juicio de los demás. La forma en que nos miran, la diferencia de edad... todo eso sigue rondando en mi cabeza.