¿qué sucedió en Seattle?

Capítulo 1: El brote de las margaritas

Siempre he sido alguien conocida por lo inusual de mis fotos. En el recreo me la pasaba fotografiando todo lo que veía y, por consecuencia, me alejaba mucho de las personas; llegando a ser vista como una alguien de mucho carácter, a pesar de mostrar cierta hostilidad. Supe acostumbrarme a no tener a nadie a mi lado, pero por culpa de ello se me dificultaba un poco relacionarme.

Celeste es una de esas chicas de las cuales te puedes esperar muchas cosas, pero a la vez nada. Eso me había demostrado durante esta semana que hemos estado juntas. Era rebelde y no le gustaba seguir las órdenes de sus padres. A veces se mostraba celosa por el trato que me daban Esther y Bastián, aunque creía que era algo normal aquello. Siempre quise tratar de entablar una conversación con ella, pero me lo complicaba cada vez más.

Pienso que toda esa rabia que desprendía hacia sus padres era por el simple hecho de que no le permitían estudiar arte. Ella amaba pintar y plasmar en un lienzo lo que sentía, al igual que yo lo hacía con la fotografía vintage. Aún me impacta un poco el cómo me recibieron Es y Bas sabiendo que venía a estudiar arte. Según ellos, no les molestaba por el motivo de que el único arte que no les gustaba era la pintura, y qué solo quisieron ser solidarios conmigo.

Había visto varias veces a Celeste huir por la ventana del cuarto y reunirse con Chay y Kaira —lo que podría decirse que eran sus amigos—. En la universidad había entablado muy poca conversación con esos dos. Pero podría decir que Chay era un chico bastante ágil, y debería de serlo, puesto que amaba jugar voleibol en el campus. Kaira era la chica cliché no tan cliché, que es porrista del equipo de futbol. Y digo que no es tan cliché porque es pelirroja y no rubia, además de que es superbuena onda, y no es una perra, según mostraban en las películas que veía.

En una de esas salidas en la que desaparecían los tres por detrás de un callejón, Es y Bas se dieron cuenta de que la castaña de ojos azules electrizantes no se encontraba en la casa. No se alarmaron tanto como pensé, pareciera que esto lo sabían desde hace rato y solo esperaron a que ella viniese para reprimirla.

—¿Cuántas veces tendremos que castigarte para que te des cuenta de que todo lo hacemos por tu bien? —decía Esther en el salón principal.

Yo me encontraba en el borde superior de la escalera, no me podían ver, a excepción de Celeste que estaba frente a esta.

—Siempre me dan la misma charla —suspirando, Celeste se mueve de un lado a otro alzando los brazos como si estuviera harta de la vida—. ¿Acaso no se dan cuenta cuál es el verdadero problema que me hace mal actualmente?

No dicen nada.

—Ustedes me prohíben ser quien soy solo por una maldita creencia —Continúa—. Respeto que quieran creer en lo que a ustedes les parezca, como si creen que Santa Claus y el Ratoncito Pérez existe, pero deberían respetar mis creencias y no reprimirme cada vez que haga algo que ustedes ven mal. Me prohibieron seguir mi sueño de ser pintora y ahora mi futuro está destinado a estar en una oficina como contadora. ¿Consideran que eso me hace feliz? ¡Claro que no lo hace! ¡Con razón Claudia se fue!

 

En ese instante Celeste sube las escaleras como si huyera de un asesino en serie. Sofocada pasa por mi lado como si no estuviese ahí. Siento la puerta cerrarse a mis espaldas. Antes de poder hacer cualquier movimiento, Esther y Bastián notan mi presencia.

—Siento que hayas tenido que presenciar esto, Ágata. —Se disculpa el señor, a su vez que va camino al sofá color negro que se encontraba en la esquina de la sala.

Luego de pensarlo varias veces decido volver a la habitación. A la misma donde se encontraba la “rebelde” de Celeste. Por cortesía toco primero la puerta. No escucho ninguna palabra que me indique que pueda entrar. Por lo que asumo que se volvió a ir por ahí. Al entrar a la habitación, mis sospechas eran confirmadas con el estrepitoso viento que entraba por la ventana.

No sabría decir que fue lo que me impulso a hacer aquello. Tal vez fue simple curiosidad, o algo de adrenalina; pero decidí asomarme por la ventana, poner un pie en el escritorio que se encontraba en frente de esta, y salir por ella con mucho cuidado. ¿Qué pretendía hacer? No conocía absolutamente nada de las calles de Seattle. Siempre que salía era tomar el bus e ir directo a la universidad.

Puse un pie con cuidado sobre las tejas del techo, intentaba estar tranquila, pero mis pies temblaban como si fuera una gelatina. Este tipo de aventuras no me gustaban para nada. Una voz a mis espaldas hace que mi débil corazón tome la velocidad de un tren en marcha. Mi sangre viajaba por mis venas y sentía una electricidad en ella que me paralizó.

Era Celeste. Estaba encima del techo, en una esquina. Parecía un ángel colgando del cielo estrellado.

—¿Qué haces ahí?

—Debería preguntar lo mismo. —reclama la castaña.

—Yo… la verdad no sé por qué salí… pretendía… no sé… tal vez…

—¿Buscarme?

—Puede ser que sí —Hoy en día no sabía qué cara tenía en ese segundo de tiempo, pero estoy segura de que era cualquiera menos una que no diese pena.

—¿Con qué motivo? —Celeste hace una mueca de confusión.

Yo no sabía que responderle, es cierto que lo que iba a hacer era estúpido y poco coherente.



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Editado: 04.09.2022

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