—Llegaremos tarde si no te apuras —dice con desgano la ojiazul.
No había dormido nada bien anoche. Tenía unos ojos de mapache que sobresalían sobre mis cachetes. Lo único que aparecía por mis pensamientos era el cómo ayudar a Celeste, pero, ¿por qué ayudarla? Es lo que no entendía aún.
Tomo el desayuno como si fuera la última comida que iba a tener en mi vida. Celeste me esperaba para ir juntas como siempre a Seattle University. Recojo mis cosas, lo típico: mis cuadernos, mi móvil, y lo más importante: mi cámara.
En cuanto salgo de la casa de los Amery, me doy cuenta de dos cosas: la cara de molestia que tenía Celeste, y de que nuestro bus estaba saliendo de la parada. Eso me puso muy nerviosa.
—Lo siento.
Es lo único que pudo decir mi boca. Estaba sudando frío, por alguna razón la presencia de Celeste me daba miedo. Era ese carácter de dragón que se cargaba. Parecía que soltaba fuego por las orejas.
—Lo siento —bufa.
Ella empieza a caminar hacia la dirección contraria de hacia dónde iba el autobús. No tuve otro remedio que seguirla, por detrás. No opté por proponerle que sus padres nos llevasen, ya que se habían ido antes que nosotras para sus trabajos. Este día no podía ir en peor.
—¿Hacia dónde vamos?
—Querrás decir, hacia dónde voy —aclara con resabio.
Esta chica en definitiva no se dejaba ayudar. Podría entender su desprecio hacia mí, pero tal pareciera que me odiara.
Sin decirle más nada, la sigo hacia su destino. Cruzamos varias calles que durante este tiempo que estuve aquí no había visto. El clima de septiembre era fresco, aunque no se comparaba con el frío de Edimburgo.
El viento me acariciaba la cara como si quisiera decirme algo. Estábamos muy lejos de la casa, y nos encontrábamos en lo que parecía un bosque. Los árboles adornaban el camino y las ramas se tatuaban en el cielo. Las nubes no se podían ver, pero sabía que estaban ahí tapando el sol.
Mientras mis zapatos tocaban el suelo de aquel lugar, mis ojos no se habían percatado del todo de que habíamos cruzado una cerca cortada. Seguro ya Celeste la habría abierto en algún otro momento. ¿Aquí vendrá cuando se fuga por la noche?
La pelicorta se detiene en seco al oír una rama partirse a la mitad por mi culpa.
—¿Por qué me sigues? —Me mira por encima del hombro.
Tomo valor para hablar y respondo:
—No me dijiste en ningún momento que lo dejara de hacer.
Ella no dice ni una sola palabra, se queda mirándome como si estuviera buscando alguna respuesta para tirármela en la cara a modo de bofetada. Pero no sucedió.
Después de una larga caminata llegamos a un pequeño lago. Había algunas latas de cerveza en la orilla, al igual que botellas de vino. Un muelle adornaba el hermoso lugar, estaba algo desgastado y con un poco de moho, pero a Celeste no le importo en lo absoluto ir y sentarse en aquellas maderas rotas.
—¿Qué es este sitio?
—¿Sabes que es un lugar favorito? Pues este es el mío. Cuando me siento mal vengo aquí con Chay y Kaira. La pasamos bien.
—La verdad es muy bonito.
—Sí, es muy bonito. Solo lo conocían tres personas, y contigo ahora hacen cuatro.
Otra vez me volví a sentir perdida en mis pensamientos. Celeste me había enseñado su sitio favorito y no sé cómo sentirme. Esto, aunque no lo parezca, es una parte de ella, y se siente tan cálido tocarla con la respiración. Me emocionaba.
—Gracias por enseña...
—¿Cuáles gracias? Tú fuiste la que me seguiste, no te detuve porque me dabas pena, la verdad. Parecías un sabueso perdido que no sabía a dónde ir.
Vale, retiro lo dicho anteriormente. Esta chica me saca de mis casillas, solo que no se lo dejo ver porque solo sería alimentar más su ego de autosuficiencia. Mi cara se puso roja de lo molesta que estaba, mientras que Celeste solo se reía más y más. Parecía que disfrutaba jugar con los pensamientos de la gente. Sí, todo esto es un juego y me cansé de él.
—¿A dónde vas? —habla ella aún con rastro de su risa.
—A dónde sea que no estés.
—¡Hey, espera! Sé que no he sido buena contigo, pero es que...
—¿Es que qué?
Y no dice nada, se queda mirando hacia la madera mohosa del muelle. Yo doy media vuelta y camino hacia la dirección de dónde vinimos. No se me pasó por la cabeza que iba a hacerlo, si me dijeran que sería capaz de tomarme de la mano para que no siguiera caminando y quedarme ahí con ella, no lo creería.
Estaba tocando por primera vez la suave piel de la chica de ojos electrizantes. Su rostro se me quedó grabado como si fuera una perfecta fotografía tomada por mis ojos. Una que guarde en el cajón de los recuerdos. Para mi sorpresa no era el hecho de que estaba llorando, ni de que me había tomado la mano para detenerme, fueron sus palabras la que helaron no solo mi mente, sino mi corazón.
—Yo... yo quisiera que te quedarás... por favor…