Mi interior era un desastre. Sentía la respiración entrecortada, mi corazón jugaba con los vasos sanguíneos. Pareciera que tenía una fiesta en mi interior, pero no una buena, sino una de dolor y sufrimiento.
«¡No los soporto, a ninguno en esta casa!» Había dicho mi hermana hace tiempo, luego de eso no supe más nada de ella. A penas tenía siete años para poder entender lo que estaba pasando.
Claudia era el único apoyo que tenía hasta que se fue. Ese día no paro de llover en las calles oscuras de Seattle. ¿Hacia dónde habrá partido? ¿Por qué me odia? ¿Acaso no me quiere? Estas eran las únicas preguntas que se me pasaban por la mente.
Precisamente hoy se cumplían once años desde que Claudia se fue de casa. Veníamos a este muelle todo mohoso, y a ella le daba igual, decía «No te guíes porque esté roto y abandonado, valen mas los recuerdos que puedes crear. Además, mira a tu alrededor, ¿no es hermoso?»
Y sí lo era, era muy hermoso.
La chica torpe de cabellera larga aún estaba esperando que dijera algo más, pero, ¿qué diré? Mis sentimientos brotaron recordando todo lo que me había sucedido.
—No quiero estar sola.
«No otra vez.» Pienso para mis adentros.
Las tres lágrimas que mis ojos habían liberado, corrían como si mis cachetes fuesen una pista de carreras hasta llegar a mi boca. Ella me obedeció, sin pensarlo, sin quejas, sin reprimirse: ella se quedó a mi lado ese día.
—¿Por qué lloras? —Se notaba la preocupación de la castaña, aunque quisiera ocultar sus expresiones, era muy obvia a veces.
—Hoy se cumplen once años desde que mi hermana se fugó de casa. Solo me dio sentimiento.
Su boca estaba cerrada, no dijo nada y es entendible. Para ella ser tan sincera y obvia, es mejor estar callado y tranquilo en el lugar. O eso es lo que creía.
—¿Qué tan profundo es?
—No sé, tal vez, dos o tres metros.
—¿Quieres meterte?
—¿Al lago? —Levanto una ceja y la miro de reojo—. Estás loca.
—No más que tú. Anda, vamos a darnos un chapuzón.
Niego con la cabeza, pero a ella le dio totalmente lo mismo. Me tomó de las caderas y caímos a la fría agua que había tocado con mis pies anteriormente. Estaba helada por dentro.
—¿En qué maldito momen...?
Antes de poder seguir, Ágata me había salpicado hacia la cara. Era la primera vez que la veía sonreír de verdad. Su risa era hermosa, sí, era jodidamente hermosa.
Ágata era el tipo de persona que no sabe medirse a veces, o eso me había demostrado queriendo ayudarme cada vez que tenía oportunidad. Esa mañana en sus ojos dorados me vi reflejada hace años. Esa inocencia, vulnerabilidad; pero a pesar de eso era fuerte y muy decidida. Era fantástica.
—Me las pagarás —amenazo de forma juguetona.
Estuvimos más de diez minutos en el agua, riendo, salpicándonos las caras, mirándonos, y sin decir una palabra. Solo se escuchaban las carcajadas en el ambiente.
—Deberíamos irnos, sale un bus en diez minutos hacia la uni —comento.
—¿Qué?... ¿¡qué!? —Sus ojos parecían que se iban a salir de la cara—. ¿Por qué me dejaste mojarnos?
—Yo no te iba a dejar, fuiste tú la que te abalanzaste hacia mí.
Sonrío por la reacción de la castaña, estaba desesperada saliendo del lago para poder secarse un poco con el viento. Estaba superempapada. Yo la miraba apoyada a la madera del muelle, mis brazos hacían de almohada. Veía como de sus jeans azules se escurrían las gotas.
—¿Qué esperas, Celeste? ¡Vamos!
—Qué mandona te has puesto de la nada —vacilo.
Salgo del lago apoyándome de la sucia madera, pongo un pie y luego otro.
Gotas y gotas es lo que veía. Pero esta vez no era de la ropa que teníamos puesta, sino de las nubes grisáceas que había en el cielo. Esas que a su vez tapaban el sol como si estuvieran celosas de su resplandor.
Ese día en que solo caían gotas, estaría dispuesta en darle una oportunidad a Ágata. No paró de llover hasta que pudimos llegar a la universidad.