Nunca me he planteado el gustarme las chicas. Era algo nuevo para mí, pero no lo descartaba; era muy abierta de mente para algunas cosas. No le buscaba otra excusa que no fuese esa: estaba babeando por la ojiazul. Han pasado varias semanas desde que fuimos a aquella fiesta. Las cosas han cambiado un poco entre nosotras; al menos ya no me trata como el culo cómo al principio.
Estábamos comenzando el mes de octubre y un poco de fresco adornaba las calles. Mantenía el contacto con mis padres a través de mensajes y videollamadas. Los extrañaba más de lo que pensé. Los alientos de mi padre Alix y mi madre Elsie eran el impulso que necesitaba todos los días. Agradecía a la vida el que me escogieran a mí en aquel oscuro orfanato. Aunque no fuesen mis padres de sangre, los quería cómo si lo fuesen. Al menos, me ayudaron a cumplir mi sueño.
Esther y Bastián estaban organizando una de las tantas ayudas benéficas que realizaban en los barrios más pobres de Seattle. Esta vez, nos había invitado a mí y a Celeste a acompañarlos. Pensé por un momento que la pelicorta iba a odiar la idea, pero no, la emoción que tenía había cambiado el ambiente de la casa. Creo que esto de ayudar a familias pobres es algo muy dulce de parte de los Amery, es algo que admiraba de ellos, y yo iba a estar presente por primera vez en una de esas ayudas.
Ahora, solo prestaba atención a lo que tanto me gustaba: la fotografía. El profesor de cara larga no me había regañado más durante estas semanas. Traté de ser casi que impecable con las tareas que asignaba. Lo único que detestaba de aquella clase tenía nombre, y era: Luca Stone, el irritante novio de Celeste. ¿Por qué estaba con él? Según ella no lo amaba, o eso me contó durante su desahogo hace unas semanas. ¿Qué hacía que se mantuviera a su lado? No lo entendía, pero nunca opine sobre ello. Solo me quedaba adaptarme a verlos besándose delante de mí cada vez que tenían oportunidad. Aunque me retorciera por dentro, no podía hacer nada.
—Ágata, ¿podrías decirme que estaba hablando hace un momento? —pregunta el profesor.
—Hablaba sobre los mayores aportes que daba la fotografía —respondo sin pensarlo dos veces, demostrando así que estaba prestando atención a la clase.
Pero él no se iba a quedar con esa simple respuesta, continúo interrogándome:
—Y, ¿podría decirme cuáles son esos?
Y claro que me los sabía, son los principales motivos de que me gustara tanto la fotografía.
—Claro, el más importante es el aporte a la memoria. Nos permite crear recuerdos y plasmarlos visualmente con solo tocar un botón. Expresar lo que sentimos de manera artística. Mostrar lo que nos gusta, o lo que nos disgusta. Todo lo que nos hace amar algo u odiarlo. Por todo esto, es que la fotografía tiene un gran valor como modo de expresarse.
Luego de que el Sr. Gilbert me diera su aprobación, me sentí libre toda la tarde. Ya no me iba a molestar más en lo que quedaba de día. Solo quería que tocara la campana para salir de allí a verla.
En cuanto ese sonido molesto llegó a mis oídos, lo recibí como las hermosas melodías de Clairo. Recojo mis cosas rápido y empiezo a andar por los pasillos con mis audífonos puestos. Aunque no lo pareciera, era una fanática de lo indie. Supongo que es normal, era creadora de ese estilo.
Faltaban unos pocos metros para llegar al salón de pintura. Mi cámara estaba en mano para poder captar uno de los motivos que hacía que amase la fotografía. Quisiera decir que ella estaba sentada en un banco, frente a su lienzo pintando como siempre, pero no la vi por ningún lado. Por curiosidad entre al lugar para percatarme de que no estuviese allí. El olor a pintura penetraba mis fosas nasales. Derecha, izquierda, derecha, izquierda, y nada, no había nadie por ninguna parte. Confundida decido partir de ahí y antes de que pudiese dar la media vuelta para irme por la puerta, esta suena de un portazo que me estremeció.
—¡Te atrapé! —vocifera Celeste.
—¡Menudo susto me has dado! —exclamo exaltada. Mis latidos iban tan rápido que sentía que el corazón se me iba a salir del pecho e iba a empezar a dar una caminata hasta los pies de la ojiazul.
—Hace días noto que me vigilas cuando vengo aquí a escondidas. ¿Qué planeas, Aggie?
—Solo era curiosidad sobre lo que pintabas —hablo apenada por todo lo que sucedía. Ya entiendo eso que decían que cuando te gusta alguien sientes que se dará cuenta en cualquier momento.
—¿Ver lo que pinto? —Me mira confundida, de brazos cruzados. Tal pareciera que esperaba que le dijera que ese no era el motivo.
Cuando vio que no mencioné más nada, dijo:
—¡Me lo hubieses pedido!
Con una sonrisa que llenaba la pequeña sala, llena de lienzos, esculturas y centros de mesas con frutas artificiales, va directo al lienzo que solía utilizar. Y por primera vez pude ver una pintura de Celeste frente a frente.
No era conocedora de pintura ni del pasado de esta, pero notaba el sentimiento en las líneas gruesas y la delicadeza en las sombras. Era una pintura algo abstracta. Me transmitía exactamente lo que era ella: una rebelde con ganas de ser libre. ¿Por qué no le permitían cumplir su sueño? Esto era demasiado arte para un cuerpo tan pequeño. Ella era el arte.
—¿Qué te parece? —pregunta expectante a lo que iba a decir.