Llevábamos en el aeropuerto como veinte minutos esperando a la chica de intercambio. Mi familia quería estimularme de alguna manera, y eso me irritaba. Querían que olvidase a mi hermana, metiendo a una desconocida a nuestra casa.
Por ahí venía ella, la emoción se le notaba desde lejos. Traía dos maletas rodantes a su lado.
Mis padres tenían un cartel vergonzoso en sus manos. Al parecer a ella no le importó mucho.
—Gracias por recibirme.
—Bienvenida, hija —habla mi madre—. Será un gusto tenerte en nuestro hogar.
—El gusto es mío.
En todo el camino a casa estuvo dormida. No me agradaban los desconocidos, pero tenía que lidiar con esto, al menos por unos meses.
—Quita esa cara larga, no es el fin del mundo aún —alienta mi padre mientras conducía.
—No entiendo por qué hacen esto. Es innecesario.
—Solo ayudamos al prójimo, cielo. Trata de ser su amiga al menos.
Ruedo los ojos, pensando en sus palabras. Tendría que fingir una amistad con una total desconocida durante meses. ¿Y lo qué yo deseaba? Pues ahí se quedaba. Mis padres eran un disfraz que utilizaban en las fiestas. Debajo de esa máscara llena de bondad se escondían personas manipuladoras. No quería que nadie más fuera víctima de ellos. Solo mi hermana y yo los conocíamos lo suficiente para saber que estar cerca de ellos no era nada bueno.
Pasaron unas pocas semanas y en una de las tantas fiestas a las que iba conocí a Luca. Un chico bastante guapo, de piel blanca como la nieve y cabellos oscuros. Sus ojos me flecharon la primera noche haciéndome suya. Había caído en su juego, en su sucio juego perverso. A los pocos días descubrí que le iba mucho lo del sadomasoquismo. En veces se drogaba y le echaba la culpa a sus padres de todo lo que le pasaba. Se refugiaba haciéndole daño a otras personas, como a mí.
Luego de que fui conociendo a la torpe de Ágata me di cuenta de que yo le gustaba, o que al menos, le atraía mi misterio. El ser humano ama el sufrimiento, o sino, ¿por qué se iba a enamorar de mí si yo la trataba mal? ¿Por qué seguí yendo hacia Luca sabiendo que iba a agredirme? ¿Era una estúpida por pensar todo esto? Tal vez, pero sabía que algo de razón tenía.
Ágata se había enamorado de mí y no sabía qué responderle. Un pánico invadía todos mis pensamientos. Llegando a mediados de octubre veía como ella se alejaba un poco de mí. Al menos, ya no me trataba como antes. Ya no me buscaba con la mirada, evitaba cualquier contacto físico. Se había vuelto una amiga, una verdadera amiga. Pero, ¿yo quería eso? Estas preguntas solo cavaban una tumba.
Me había enamorado de Ágata sin planearlo. Me di cuenta tarde, al verla alejarse de mí, o cuando ya no me alentaba a cumplir mis objetivos tontos. Solo estaba para darme apoyo. Aquel día que me dio un abrazo sincero. Lo pude sentir, sentir su corazón, latir casi que al salirse del pecho y abrazarme él mismo. Evitaba que sintiera que yo estaba igual, que estaba igual de enamorada que ella. ¿Cómo iba a quererme? ¿Acaso alguien lo hacía? ¿Qué habrá visto en mí? Yo era insuficiente. Alguien que no podía ni siquiera cumplir su sueño de estudiar pintura.
¿Cómo iba a apreciar mi arte si yo lo odiaba? Toda mi vida he culpado a mis padres de que Claudia se haya ido de la casa. Pero en verdad, la culpable soy yo. Me odiaba por eso, por ser la causante de que mi hermana se fuera. Lástima que solo tenía siete años, no supe ver la verdad. Había enseñado unos dibujos a mis padres que había realizado mi hermana, y se desató el huracán. Peleas y más peleas por ello. Hasta que un día vi cruzar a mi sangre por la puerta con varias maletas en sus manos.
Odiaba mis cuadros.
Odiaba recordarla a ella en cada trazo.
Odiaba no poder verla más.
Pero más odiaba tener estos sentimientos fatalistas.
Ahora solo me quedaba actuar, seguir buscando esa dosis de dopamina que necesitaba.
—Es qué yo no quiero que seamos solo amigas.
Dude por un segundo haberlo dicho.
—¿A qué te refieres? —Ágata mueve su cabeza hacia los lados, confundida por mi comentario.
—¿Ya no te gusto?
—No entiendo por qué me preguntas eso aho...
—Tú me gustas, Ágata. Realmente me gustas mucho.
Su rostro no se comparaba con ningún cuadro que haya visto. Nadie podría retratar con exactitud su expresión. Era algo ligado con asombro-miedo. Yo, en cambio, estaba muy nerviosa.
—No me esperaba esto.
—Lo sé, tenía miedo, mucho miedo de lo que podía pasar si te lo decía. Pero ya me da igual. Me dan igual mis padres, Luca, mi hermana, yo, todos, todos me dan igual ahora. Solo quiero estar contigo, sí me lo permites.
—Celeste... yo...
—¡Última parada! —interrumpe el chófer.
—¿Y Luca? ¿Qué pasaría con Luca?
No le respondí. No quería que se me fuera algo solo por la emoción del momento. Nadie podía saber lo que pasaba entre Luca y yo. Nadie.
Bajamos del bus y llegamos a la casa. Mis padres aún no habían llegado del trabajo. Así que estábamos solas las dos.