Que tus besos No sean de Amor

Capítulo 2

CAPÍTULO 2

 

-Eva-

La gitana me tomó de la mano, tiré de mis dedos deseando zafarme, pero me había aferrado con tal fuerza que me fue imposible, el peso de la espada era notable pues tuve que arrastrarla surcando la hierba a mi paso, me dejó a un lado del hombre joven, estando cerca de él, noté su altura, pues mi cabeza daba a su hombro. Fue entonces cuando la anciana gitana gritó alegrándose por nuestra victoria, ¿Por qué entendí que su felicidad no era la mía? Bien, nuevamente  nunca había ganado nada en mi vida, quizás ese era un motivo para ponerme contenta, pero, aun así, una extraña sensación turbaba mi corazón. Fue entonces cuando la anciana se giró hacia nosotros dos, vestía una gruesa falda de un rojo escarlata, con una blusa colmada de bordados que parecían casi tan añejos como cada pliegue de su piel. De un pequeño bolso que iba atado a su cintura a través de un viejo cordel marrón quitó un polvo rojo que se escapaba entre sus dedos, y con un solo movimiento de su mano lo lanzó hacia nosotros soplando a la vez.

Una fuerte ventisca invadió todo lo que nos rodeaba, o eso parecía, pues el singular polvo rojo se diluyó sobre el aire que surcaba invisible sobre nosotros y sobre todos los presentes, el polvo de un rojo intenso se disipó con gran velocidad gracias al viento que comenzó a soplar meciendo las luces que esta vez parecían titilar bajo nosotros, las telas que colgaban se mecían   produciendo un sonido extraño ya que muchas llevaban pequeños detalles metálicos en sus puntas.

 

Que este hechizo sea blandido por esas espadas de plata, hasta que el destino lo desee…—le oí decir, fue cuando mi espada resplandeció ¡qué estaba ocurriendo! Ahogué un jadeo asustada, pues mi mano parecía moverse sin mi concomimiento se aferró a la empuñadura de la espada con firmeza. Cuando busqué a modo de auxilio algo que pudiese darme una explicación me encontré con la mirada de esa persona que hasta hacía un rato había sido mi contrincante, su cabello se revolvía con el viento, este cubría parte de su frente, sus ojos verdes oscuros llevaban manchas amarillas que titilaban turbadas.

Mi vestido se meció con fuerza ante el vendaval pegándose sobre mi cuerpo, al parecer la corriente iba en mi contra, pero mis piernas no dudaron en avanzar hacia él, un silencio me invadió; ¿qué estaba ocurriéndome?

Sentí su mano aferrándose sobre mi cintura, deslicé mi mano libre sobre su pecho, no pudiendo llegar hasta su rostro me puse de puntillas, él instintivamente atrajo mi cuerpo aún más hacia él, si hacia un poco más de fuerza pues me habría levantado del suelo. Mi cabello se arremolinaba con fuerza y entonces oí la voz de esa gitana una vez más:

—…que un beso de muerte sea tu cruz, pero, también tu salvación…

¡Qué!

 

Mi mente parecía gritar, es decir, todo en mi clamaba, pero mi cuerpo estaba haciendo algo que yo no deseaba simplemente se estaba moviendo sin mi consentimiento, tan así que cuando oí aquellas palabras que pronunciaba esa anciana mujer yo ya estaba besándolo.

Mis ojos por segundos se dejaron llevar cerrándose, no pude distinguir cuánto duró aquello, pero cuando los abrí  lentamente él aun estaba moviendo su boca sobre la mía, parpadeó con suavidad deslizando por última vez sus labios sobre los míos para con lentitud separarse, mi mano que ya estaba sobre su nuca comenzó a obedecerme mis dedos se separaron de su piel, junto con mis labios, la punta de mis piesde a poco se fueron bajando, y él hizo lo mismo quitando su mano de mi cintura, componiendo a la vez su posición para erguirse por completo.

Su expresión inmutable esta vez estaba quebrada por su ceño fruncido y por la situación que lo dejó perplejo, era evidente que no estaba en sus planes besarme. Ni muchos menos en los míos.

Cuando nos observamos estupefactos, las espadas desaparecieron, o eso creí, el viento había azotado todo con fuerza, pues las carpas se movían inestables, y todo parecía que iba a derrumbarse bajo nosotros, busqué a la anciana, me moví entre el tumulto de gente que se dispersaba aturdida por el viento que traía consigo  una prominente tormenta eléctrica de verano, Laura había desparecido de mi vista.

Lancé un suspiro de alivio cuando me encontró, me jaló por el brazo.

—Debemos salir de aquí—dije sin más, deseando huir, no tanto por la evidente tormenta que se avecinaba, sino, por la extraña situación que había vivido.

—¿Y tú premio?

—¿Qué?

Laura puso los ojos en blanco.

—Tu espada —respondió con obviedad.

—¿Crees que en estos momentos me estaría importando una tonta espada? —inquirí molesta jalando esta vez yo misma de ella para irnos cuanto antes.

—¡Está bien! deben haberla robado, ya te dije: esos gitanos tienen fama de embusteros, ¡todo es un engaño!, lo único real fue el beso que te diste con ese sujeto.

Cuando dijo aquello me voltee hacia ella tragando con dificultad, es que ni siquiera podía creer que aquello había sido real.

—¿Lo viste? —inquirí de forma tonta.

—¡por supuesto! ¡todo el mundo lo vio! —respondió Laura, — incluso la novia de tu adversario.

Volteé someramente sobre mi hombro y pude verlo a lo lejos intentando explicarle a su novia la situación, pero, vaya él la tenía difícil.



#267 en Joven Adulto
#4318 en Novela romántica

En el texto hay: misterio, romance, hechizo

Editado: 16.04.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.