CAPÍTULO 3
-Damiano-
La noche sucumbía bajo una estrepitosa tormenta, un sótano profundo que parecía tragado por el inmenso edificio en el que se encontraba metido, era como un agujero perfecto para llevar a cabo lo que hacía tiempo había detenido a duras penas, ¿por qué era tan difícil contener las ganas de seguir forjando mi espada? Blandirme sobre todos esos insignificantes que apenas si sabían que les había ocurrido me hacía sentir…algo triunfante y descaradamente molesto, odiaba manchar mis manos de sangre, había tenido pequeños deslices hacía muchos años, pero vaya…apenas era un joven aquel entonces, con los años aprendí a manejar mis impulsos, pues, cada vez que capturaba a alguien tan maldecido como yo solo aceptaba el destino que había admitido de forma voluntaria.
No me importaba si gritaban de miedo, ya no dolía…nada de eso que antes me provocaba que vomitase revolviéndome entre mi propia miseria por no poder deshacer lo que una vez me condenó, saber algo con lo que llevaría por siempre, pues, a estas alturas ya no deseaba romper tal maldición, quería dejarlo todo, así como estaba…esa vieja gitana tuvo razón ¡mal…de mi por dejarme llevar por mi ambición! Pero que injusto, ¿para mí o para mi compañera? Tuve que salvarme y darle muerte a ella. Dolió, claro que dolió porque ese día me convertí en un monstruo, ese día enterré al ser humano que vivía dentro de mí, para dejar salir a este monstruo, quizás aún no estoy impedido de sentir si quiera un poco más, sentir…era limitado en mi desde hacía tiempo. Opté por la riqueza y el poder que descubrí que iba teniendo cada vez que mi espada acababa con uno de esos ineptos sin importar si era hombre o mujer. Los encontraba y bueno…solo ocurría…
—¡Damiano! ¡qué haces! —vociferó mi víctima, moví mis ojos en señal de fastidio, desajusté los botones de mi camisa, al igual que mi anudada corbata.
—Definitivamente mi padre suele tener razón por eso en su ofician tiene un inmenso cuadro con el rostro de Marco Aurelio, solo le gusta una pequeña oración creo que es como su mantra día a día: “La felicidad del ambicioso depende de la acción ajena…” —sonreí suavemente—tus acciones te llevaron a este punto, y ¡vaya! Sí que provocan mi felicidad…—fue entonces cuando mi espada apareció—Este edifico ahora va a ser mío—aduje sin miramientos.
—¡claro que es tuyo, si te he firmado todo! —yacía tirado en el suelo arrastrándose como una rata, lo había golpeado lo suficiente como para hacerle notar la importancia de que aceptase firmar por las buenas.
—Por supuesto, mi padre va estar contento, lo único malo es que …no podemos dejar las cosas así…como verás hace aproximadamente un año estuviste metiendo tus narices en un juego tonto, básicamente te embaucaron, pues estás maldecido, te tuve frente a mis narices y de pronto mi espada te pescó pequeña escoria mentirosa—cuando dije aquello el hombre se puso de pie a la defensiva, era la primera vez que alguien descubría su secreto— una carta de suicidio tiene que sonar convincente y esta mierda que has escrito es de lo más cursi que leí en mi vida…—estrujé el papel entre mi guante de cuero negro que rechinaba ajustándose entre mis dedos como mis ganas de terminar con ese energúmeno cuanto antes.
—Tengo esposa, ¿crees que hacerme algo no hará que vengan por ti? —inquirió con letalidad.
—No, ella no vendría por ti, ¿Quién le creería? Además, quién te hizo creer que el mundo se enteraría de ti, —sonreí con desgano— sé que traes a la espada contigo, o eres tan cobarde como para dejársela a tu mujer.
Cuando dije aquello, él hizo aparecer su espada forjándola con vehemencia, me observaba con ojos colmados de odio.
—¡Puedes morirte tú también maldito idiota! —me recordó con un alarido que pareció encapsularse en ese sucucho oscuro en el que estábamos.
—eso está por verse—un solo movimiento de mi mano y mi espada resplandeció, al blandirla jadee satisfecho.
Lo truenos resonaban a lo lejos, la tormenta eléctrica colmaba cada sonido bajo nuestra lucha, los filos de nuestras espadas se trabaron produciendo un sonido que ya había escuchado en varias oportunidades, fue entonces cuando le dije:
—suelta esa espada y deja que esto acabe, de lo contrario lucha y elije quién va a morir, después de todo tienes la oportunidad de optar que uno de ustedes muera …y lo sabes—le murmuré, pues ya estaba malherido tenía varios cortes.
—¡No! —bramó con ferocidad.
Fue entonces cuando no me dejo otra opción, gruñí con voracidad empujándolo nuestras espadas se separaron, el sonido de la lluvia comenzó a acelerar mi ansiedad. Su espada cayó torpemente cuando había lanzado un corte sobre su brazo derecho al ser diestro su espada cayó junto con él. Intentó tomarla con su brazo sano, pero aplasté su brazo mal herido, gritó dando alaridos de dolor, mi brillante zapato comenzó a mancharse de sangre mientras más apretaba más se ensuciaban, sentía asco, si algo odiaba era tener mis zapatos sucios.
—No lo hagas, ¡te lo imploro!
—es decepcionante que no elijas morir, no oigo el canto de la espada, bien, te entiendo nadie es tan valiente como para dar la vida por otros, es una pena…ella también morirá por tu estúpida elección—moví mis dos manos, una de mis piernas le dio un fuerte golpe en el estómago logrando derribarlo definitivamente.
Me incliné hacia él, liberándolo levemente, llegó a erguirse hacia mí, el terror había nublado su mirada, su boca temblaba y su sudor empampaba cada centímetro de su cabeza y rostro. Y sin mediar palabra blandí mi espada con un ágil movimiento atravesándosela sobre su cuerpo.