CAPÍTULO 28
-Nicolás-
¿En verdad no significo nada para ti?
Ese era el único cuestionamiento que me hacía desde que no estaba más con ella, una y otra vez resonaba esa pregunta que parecía no tener una respuesta inmediata, y aquello me enloquecía. ¿Por qué me habías dejando? Cuando me veías con tanto amor porqué tu boca se atrevía a engañarme insistiendo en un sinfín de veces provocando lo peor de mi negando que no me has amado…
Las luces del club, la música, solo provocaban que me aturdiese un poco más, había bebido aunque David intentaba que dejase de hacerlo así que le exigí que me dejase solo, aun así, no resultaba, me sentía demasiado perdido como para sumergirme en una realidad que odiaba, no deseaba sentir ni percibirme dentro de un espacio donde Eva ya no estaba para mí, simplemente porque la amaba con locura, esa misma intensidad que me llevaba a dañarme porque necesitaba poder ahogar y sofocar todo lo que estaba ocurriéndome.
Seguí bebiendo, hasta que vislumbré a Carolina era la persona menos indicada que deseaba ver en esos momentos, pero algo me hizo cambiar de opinión…algo que reconocí a pesar de mi embriaguez. Damiano yacía sentado a lo lejos junto a un par de imbéciles, entonces…bajo el parpadeo las luces de neón, noté lo que solo una persona maldecida podía tener, ese brillo era inconfundible.
Le pedí a un mesero que llamara a Carolina en secreto, Damiano no se había percatado de mi presencia, porque no estaba dentro de uno de los sectores abiertos, sino en uno privado con una inmenso espejo que solo reflejaba el exterior mientras mantenía en total privacidad mi área reservada.
—¿Quieres volver conmigo sí o no? —le cuestioné sin parar de beber.
—Por supuesto Nicolás, sabes muy bien que todo este tiempo me ha ayudado a reflexionar, la muerte de tu madre, estar a tu lado en ese momento tan difícil junto a ti, no te guardo rencor por lo que me dijiste aquella vez, créeme fue algo que consideré como una señal…para cambiar por supuesto…
Sonreí con desgano.
—Tengo una sola condición:
—claro, lo que tú digas.
—No quiero que le digas a tu hermano que me viste aquí, y si cumples prometo volver contigo…
—¿Cómo en un principio? —inquirió con astucia.
Asentí alzando mis cejas con total abandono.
—¿Vas a cumplir? —indagué nuevamente bebiendo aún más después de estar directamente acabando conmigo.
—Sí.
—Perfecto, voy a llamarte, vamos a salir a cenar, luego de ello , podrás decirle a tu hermano…
—¡Nicolás! —se abalanzó sobre mí con demasiado ímpetu—¡claro que sí! —moví mi hombro quitándomela de encima.
Damiano era un maldito hijo de perra, apenas el supiese que estaba con Carolina no tardaría en caer en mi treta intentando volver a verme…estaba ebrio no estúpido, ¿desde cuándo estaba maldito? Conociendo su mierda de forma de ser, y algunos cortes que le había visto en el pasado, habían situaciones que no me cuadraban, no en un tipo como él.
Pasaron los días y cumplí con lo que le dije a Carolina, la busqué y la llevé a un lujoso restaurante, como siempre iba vestida como de costumbre, el lujo en ella eran su impronta, no se la podía relacionar con otra cosa que no sea eso.
Tome una pequeña caja, la deslicé sobre la mesa entregándosela. Ella llevó sus manos con esas unas perfectamente pintadas hacia su boca sorprendida.
—Nicolás…—murmuró, la pequeña caja cuadrada de color púrpura con letras doradas eran más una prueba para mí que para ella. Cuando la tomó frunció levemente el ceño, aun así intento sonreír. — Soy un ser vivo en proceso de transformación, trátame con mucho cuidado ya que soy frágil…—leyó intentando comprender, quitó la diminuta tapa y su rostro iba transformándose conforme iba notando que su pobre cerebro no estaba conectando pues tenía en su mente otra cosa, cuando sostuvo la pequeña caja donde la crisálida estaba me observó pensando que allí estaría lo que tanto deseaba de mí.
—Ábrela—dije con desgano bebiendo todo lo que quedaba de vino en mi copa, después de todo necesitaba hacerlo, porque sus reacciones asquerosas eran un choque brutal contra mis recuerdos, porque Eva aparecía con la expresión fascinada sosteniendo la diminuta caja con sumo cuidado, su rostro el brillo particular de sus ojos, y esa sonrisa que me regaló cuando entró en mi habitación llenándome de preguntas totalmente atraída por lo que acababa de regalarle algo tan simple, pero, que en manos de ella parecía un tesoro.
Cuando Carolina lo hizo, ella, literalmente soltó la pequeña caja arrojándo la crisálida al suelo, del susto o quizás el asco, la aplastó con su zapato. Cuando notó lo que había hecho intentó disimular, ¿se podía ser tan idiota y pretenciosa? Al parecer sí, porque no dudó en disculparse.
—Lo siento Nicolás solo que pensé que …
—¿Pensaste que era esto lo que estaba dentro?—saqué del bolsillo de mi pantalón el estuche con un anillo.
—Arruiné la sorpresa, ¡lo siento mucho!