CAPÍTULO 33
-Nicolás-
31 de Diciembre
—¿Aún sigues enfadado? —me preguntó Carolina, subiéndose al automóvil.
—No—respondí a secas.
—¿Por qué te quitaste el abrigo? —me echó un fugaz vistazo.
Me volteé hacia ella con la seriedad calando mi semblante.
—a donde voy creo no considerarlo tan necesario—vislumbré, Carolina endureció su expresión sonriendo suavemente para luego asentir de forma conforme.
Una vez en el lugar, la casona se situaba a lo lejos, la nieve caía de manera constante, mi respiración al salir por mi boca se dibujaba blanquecina para luego esfumarse a medida que avanzaba, cuando Damiano salió a mi encuentro llevaba su traje desabotonado, sus pisadas eran firmes sobre la nieve. Mi lánguido sweater apenas si me protegía del frio, mis músculos se tensaban con rudeza.
Carolina adelantó su paso poniéndose a la par de su hermano, básicamente estaba entregándome a él.
—¡Bienvenido Nicolás! —exclamó Damiano deteniéndose a una corta distancia de mí.
—¿sabes? Ella, no es tan buena engañando…—miré a Carolina que desvió su mirada avergonzada.
—Él solo quiere hablar, Nicolás—intervino Carolina deseando quitarse algo de culpa.
—escúchala, ella tiene razón, quiero dialogar contigo, pero…digamos que a mi manera…—entonces dio un paso hacia delante y sin medir una palabra más hizo aparecer su espada frente a ella.
Carolina gritó aterrada, sin comprender lo que acababa de ver de su hermano.
—¡Damiano! ¿qué ocurre? ¡qué es todo esto! —gritó estremecida.
Levantó su espada apuntándome.
—Nicolás: ¿Por qué no le cuentas a mi hermana?
Apreté mi mandíbula, moví mi mano y con determinación hice aparecer mi espada frente a ella. Carolina gritó una vez más impresionada separándose de nosotros dos.
—No creas que voy a dejarte salir de esta ileso, maldito hijo de perra, —mi mirada cargada de odio se enterró sobre la de él.
Carolina avanzó hacia Damiano atreviéndose a jalarlo por las mangas de su saco percibiendo lo que se avecinaba.
—¡Damiano! ¡Por favor, prometiste no hacerle daño! ¡no sé qué ocurre, no tengo la menor idea que hacen con esas espadas! ¡pero por favor no le hagas daño! Yo…yo…no soy así…—cuando dijo aquello último me observó sollozando envuelta en pena.
Damiano la golpeo quitándosela de encima.
—Carolina, aléjate de él, —le indiqué a lo que ella tocando la mejilla en la cual Damiano le había dado con su codo corrió en mi dirección. La situé detrás de mi sin antes decirle: —tienes que salir de aquí, busca ayuda, ahora mismo.
—sí, lo haré, lo siento, lo haré—repetía abrumada y totalmente desencajada.
Damiano volvió a alzar su espada cuando vio que su hermana se había echado andar entre la nieve hacia mi automóvil.
—¡si das un jodido paso más, voy a matarlo! —le amenazó.
No podía bajar la guardia, viré mi rostro sobre mi hombro viendo que Carolina se detenía temblando aterrada.
—¡Muévete, Carolina, y haz lo que te digo! —Bramé sin dejar de apuntarle con mi espada.
Pero ella simplemente se giró sobre sí misma, devolviéndose sobre sus pasos, sollozando.
—¡Yo no puedo! ¿qué es todo esto? —en ese punto Carolina ya era presa del pánico. Bien, a esas alturas iba a perder a mi única ayuda en cuestión de minutos.
—Ponte detrás de mi Carolina—con mi brazo desocupado lo extendí hacia ella Carolina corrió hacia mi situándose a mi lado.
—Obsérvalo tonta, está cuidándote de forma compasiva—intervino Damiano gesticulando con un rencor lacerante.
—Damiano, por favor, ya basta… —le rogó sin sentido alguno.
Él negó con la cabeza.
—considera lo afortunada que eres, ¡está dándote migajas de su compasión como si fueras una maldita mendiga! —vociferó envuelto en cólera—, no está amándote, ¿lo recuerdas? —ella trago con dificultad observándome ¿ qué significaba eso? —él está aquí por esa mujer a la que ama, no por ti.
—Eva—escuchar el nombre de Eva saliendo por la boca de Carolina paralizó mi corazón—así se llama ¿verdad? —cuando dijo aquello último un dejo de aborrecimiento se vislumbró entre su rostro.
—Es a mí a quien quieres, entonces, Eva, queda fuera de tu alcance desde el momento que me tienes a mi—determiné de manera tajante.
—Suena bien—respondió Damiano regodeándose de mi situación que de por si era vulnerable—pero; para que yo quede conforme tienes que hacer un par de cosas antes, deja tus jodidos pies quietos. No puedes moverte. Verás: en los años que llevo maldecido aprendí un par de cosas—hizo una pausa movió su espada observando el brillante filo que la componía—al tener esta belleza entre mis manos...
—Si muevo mi espada para defenderme ella inevitablemente lo sabrá —me adelanté.