Chiara
—¡ESTÁS EMBARAZADA!
—¡¿Qué?! No, Lizzie, Dios santo, ¿de qué estás hablando?
—¿Eres lesbiana?
—¿Por qué iba a serlo? ¡Te conozco desde los cinco!
—Y nunca tuviste novio.
—Créeme que si lo fuera, no tendría nada de malo y serías la primera en saberlo.
—Hummm, ¿entonces qué? Porque no se me ocurre nada.
—Te digo que tengo algo que contarte, algo importante e intentas aventurarte en aproximar tú una respuesta.
—Ya sabes cómo soy, cariño.
Mientras salimos de la sala de guardias y pasamos juntas hasta el comedor para buscar nuestra cena, me acerco a ella y le digo por lo bajo:
—Lo conseguí. ¡Aceptaron mi solicitud desde Médicos Sin Fronteras!
Basta terminar la frase para que ella quede frenada en mitad del pasillo y me observe con una pinta como si se le fuesen a salir los ojos de sus órbitas.
Parpadea y se queda pensando un buen rato. Luego parece que le llega el agua al tanque y se lleva las manos a la boca al mismo tiempo que la mirada se le impregna de lágrimas.
—No es cierto. ¡No es cierto!
—¡Sí, Lizzie!
—¡No es cierto, amiga! ¡No puede ser!
Entonces rompe en llanto y miro en uno de los pasillos donde hay una sala de espera. Una mujer aguarda y echa un vistazo en mi dirección, me encojo de hombros como si pudiera pedirle disculpas por el show que está montando mi amiga ahora mismo. Afirmo mis manos en los hombros de ella e intento que mi gesto de compasión también sea útil para que le quepa que debemos seguir con nuestras cosas.
—¡Buaaaa, soy una amiga horrible!—dice en cuanto consigo que se aparte y seguimos andando por nuestro camino.
—No, amiga. No lo eres.
—Sí, Chiara. Sí lo soy. Porque debería alegrarme por este inmenso logro que acabas de cosechar y solo me siento pésimo por no poder apañarte como lo tienes merecido. ¡Es que se van a llevar a mi mejor amiga lejos de mí!
—Solo será un año y volveré.
—Eso dicen siempre.
—¿A cuántas personas conoces que se hayan ido a trabajar a otro continente para Médicos Sin Fronteras?
—Serás la primera.
—¿Entonces por qué generalizas que eso dicen siempre?
—Ya sabes, es la historia de mi vida. Mi padre, mi ex novio…
—Ay, amiga. No se equipara ni de cerca la situación. Es más, quería que cenemos algo rico para celebrarlo.
—¿Quieres celebrarlo? ¿Acaso no me ves que me dejas destrozada?
—Sí, pero es motivo de celebración para mí así que salgamos a buscar algo rico para comer al restaurante de la esquina, ¿sí?
—Amiga, estamos de guardia.
—No será la primera vez que lo hacemos. Vamos.
—¿No se puede revertir?
—Sabes que estudié pediatría porque era mi sueño ayudar a los niños.
—Puedes ayudarlos en este hospital.
—Es mi sueño ir con la entidad que sabes…
—Creí que ahí solo aceptaban personas inteligentes.
—¡Oye!
—Y bueno, no creí que te elegirían.
—Yo…
—¡Es broma, amiga! ¡Eres la mejor! ¡Y por eso debí haberte puesto una denuncia falsa en el colegio médico así no te aceptaban pero ya es demasiado tarde!
Qué sonsa.
Emito una risita pasando eso por gracioso, cuando una gran parte de mí tiene severas sospechas de que me está diciendo la verdad.
Avanzamos y mientras la escucho lamentarse hasta el cansancio, una y otra vez con un “mi amiga, mi amiga, se la llevan…” pasamos por la recepción principal donde hay personas esperando a ser atendidas por las secretarias en la guardia nocturna.
No obstante, mis ojos se cruzan con los de un hombre de pie, a punto de ser atendido. Es alto y el color es un gris perla que me deja asombrada de lo mucho que irradian, además de que está vestido de traje de etiqueta, es altísimo, casi los dos metros de seguro y ese vistazo viene acompañado de su mano que se cierra en mi brazo al pasar.
Le miro con cierta suspicacia, casi como si una parte de mí, embriagada por su perfume, quisiera agradecerle por haberme sujetado del brazo. Hasta que Lizzie se encarga de sacarme del estado hipnótico en que me ha envuelto.
—¡Oye! ¡No toques a la doctora así!
—Doctora…—él me observa directamente a mí—. Tiene que atenderme.
—S…señor—murmuro, tragando saliva e intentando recordar cuánto es que suman dos más dos. Su cabello está corto pero un poco desprolijo y más largo en la parte de arriba, aparentemente ha tenido una larga noche—. Debe usted anotarse primero.
—Yo no hablo mucho…francés.
Su acento es claramente italiano.
—No siento, señor. No hablo italiano—le confirmo.
—No importa. Pero quiero que usted me atienda. Por favor.
Abro los ojos con asombro.
—Yo… Señor, por favor, debe anotarse primero y un médico le va a atender.
—No lo entiende, yo NECESITO que usted me atienda.
—Es suficiente, llamaré a la policía—anuncia Lizzie.
—Para—le digo. Sabiendo que mi versión más impulsiva y sensual se sentiría deseosa de querer que este hombre pase por mi guardia—. Señor… Yo pertenezco a la guardia pediátrica. Pero está otro médico para adultos que podrá atenderle ahora mismo si usted se anota.
—No—niega, decidido—. Se trata de mi…hija.
Por algún motivo, el acento parece fallarle en la última palabra. Por un instante se me viene el corazón a los pies al saber que tiene una hija, me pregunto si también tendrá esposa, pero me resulta muy tierno que sea un padre que decide venir a consultar por su pequeña. Un momento, ¿y dónde está ella?
—Tráigala—le digo—. Y la atenderé.
—Primero debo hacerle preguntas sobre mi niña.
—¿Preguntas?
—Sobre síntomas.
—Oh, pero debo verla.
—Doctora—insiste, esta vez acercándose más a mí—. Quiero hablar primero con usted. Por…favor.
Lizzie se acerca a mí y me pregunta, en medio de la sesión de hipnotismo que este misterioso hombre acaba de montar dentro de mí.