¡quédate conmigo!

Capítulo 3

Donato

 

Tras ver mi propio reflejo en el espejo del baño del aeropuerto, comienzo a plantearme por qué fue que no esperè un dìa màs a que terminen de refaccionar mi aviòn para irme a Parìs por medios propios. Si ya sé cómo es el bendito sistema de vuelos y sé de qué manera funciona la burocracia de este país.

Completamente frustrado, me seco el rostro con unas toallas de papel y tiro los restos en el tacho de lata. Salgo, respirando un poco de aire fresco y me ubico en el mismo asiento que estaba antes de levantarme para ir a refrescarme un poco. Dejo mi maletín en el asiento del costado, pero me detengo de inmediato al darme cuenta de algo.

Ese lugar antes estaba vacío, en cambio ahora lo han ocupado.

Observo que hay un huevito de esos de bebé con una niña dentro de unos seis meses. Está jugando con un peluche en sus propias manitos, mordiéndolo, como hacen los niños cuando les pican las encías.

Miro al lugar siguiente.

No hay nadie.

Miro hacia los lugares de atrás y observo a un adolescente de unos quince metido hasta la médula en un videojuego portátil. ¿Será el hermano de esta criatura? ¿O el padre? Por qué rayos no se está haciendo cargo de que esté bien, pero lo noto poco probable, podría haberla ubicado a su lado.

Más allá, en otras filas de asientos hay dos mujeres de más de sesenta que conversan animosamente, pero están de espaldas a mi lugar, un hombre habla enfurecido por el móvil, probablemente también frustado por los retrasos en este vuelo y ya en el otro sector de espera, más cercano a la puerta de salida sí está atiborrado de gente.

Observo a la niña y dirige sus enormes ojos azules en mi dirección.

Por un instante se me olvidan todos los asuntos que dan vueltas en mi cabeza, distraído por la presencia de esta chiquilla.

—Y tú, qué tal. Quién te ha dejado acá sola.

Me sigue mirando sin sacarse el muñeco de la boca. Está a punto de comerse los ojos, lo único que falta es que se lastime o se traje uno de los ojos de plástico del peluche.

—Oye, deja de hacer eso, te vas a lastimar.

Por supuesto que ella sigue haciendo lo suyo, pero no puedo interferir en la crianza de porquería que alguien haya decidido darle.

Miro a diestra y siniestra. ¿Por qué los padres de esta niña no se acercan a cuidar de ella? Rayos, qué irresponsabilidad estas maneras de criar niños en estos tiempos, por eso es que me he jurado a mí mismo que jamás seré padre. No tengo tiempo que perder ni la capacidad de estarme jodiendo la vida cambiando pañales.

No obstante, la niña me sigue mirando. ¿Y a esta chiquilla qué le pasa? Mi entrecejo fruncido cambia de repente en el instante que se saca el peluche de la boca y me dirige una inmensa sonrisa que le sonroja las mejillas y le ilumina la mirada de manera inmaculada. Dios santo, es preciosa, pero por qué me está sonriendo.

—Eh, tú—murmuro—, ¿Acaso te parece divertido ver que me frustra este sistema de vuelos tan obsoleto y detestable? ¿Crees que me gusta estar aquí a tu lado en este momento, eh? Pues no, no lo estoy, para que lo sepas.

Y vuelve a soltar una risotada.

Sacude sus bracitos y sus piecitos, destapándose de la manta que lleva puesta. Un enterito de algodón color rosa le cubre todo el cuerpito.

—Oye, te va a dar frío—insisto.

Pero mientras más le hablo, más se divierte. Por todos los cielos.

Noto que las mujeres que estaban hablando más allá se acercan, ¿quizás alguna de ellas será la abuela? Pero se las ve muy entretenidas en su conversación.

Acerco mi mano y la vuelvo a cubrir a la chiquilla.

Ella me sujeta un dedo y se pone a reír.

—¿Te parece divertido esto? ¿En serio?

¡Buajaja! Ella sigue riendo como si le causara gracia atraparme de esta manera, ¿acaso no entiende que debo marcharme?

Una vez que pasan las mujeres por delante de mí, una de ellas dice en el pasar.

—Pero qué bonita esta nena, felicitaciones, no es frecuente ver a un padre solo que se hace cargo de su criatura.

Un momento…¡¿qué?! ¡¿No que ellas son las abuelas o algo parecido?! ¡¿Es una broma, verdad?!

Una de las mujeres se agacha y juega con la niña haciéndola reír, pero está concentrada en no soltarme el dedo índice que sostiene aún.

—Ooooh, mira—dice la otra señora—, no lo quiere soltar a su papá. Tranquila, nena, nadie te lo va a robar. Aunque podríamos, porque es muy atractivo tu padre, eh. Aunque podría ser tu abuela, descuida.

La otra señora ríe y se aparta finalmente. Llaman por el altoparlante que mi vuelo ya está listo para salir.

Es el mismo que el de ellas.

—Ya, Gladys, vamos.

—Hasta luego, pequeña. Felicitaciones, tiene usted una hija grandiosa y bellísima. Tienen exactamente los mismos ojos.

—P…pero.

Y se van.

¿Cómo hago para preguntarles si no vieron quién se dejó a esta niña acá? Debo irme y no la puedo dejar sola. Caray.

Acto seguido me vuelvo al chico con los auriculares a todo volumen y me atrevo a quitárselos de las orejas.

—Oye, muchacho—le digo.

Él se vuelve a mí y me observa con cara de enojado como si me fuese a sacudir el rostro de un puñetazo en cualquier momento. Que se atreva nomás. Tiene el rostro lleno de granos, parece que la pubertad llegó con toda la furia.

—¿Eh?—murmura y sus ojos se dirigen automàticamente a la pantalla al frente.

—Oye, ¿es tu hermana?

—¿Qué?

Le señalo a la niña a quien me veo obligado a sacarle el dedo que me tiene apresado y se larga a llorar.

¡Uffff lo que me faltaba!

—Que si conoces a esta niña. 

Él se pone de pie, se guarda el videojuego portátil y mira la pantalla, siguiendo la indicación que hace por audio la operadora.

—Lo siento, debo irme.

—¿Quién es la niña? ¿Viste quién la dejó aca?




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