Donato
—Dime, Franco. ¿Qué necesita una niña que tiene menos de un año, que está empezando a tener dientes y que apenas puede decir dos palabras por sí sola?
Camino de un lugar a otro mientras me devano los sesos tratando de sacar una conclusión acerca de cómo es que se hace esto. No estoy preparado para ser padre, no tuve una figura paterna jamás hasta recién llegado a la bratva y contar con un guía que me determinaba cada uno de los pasos que debía seguir. Eso fue lo más parecido a uno y no estoy en condiciones de transmitirlo a alguien más.
Por ejemplo, ante esta situación que me confronta ahora mismo.
—Una madre, señor. Y no dice palabras por sí sola aún, son gorjeos.
Ella sigue con sus palabras extrañas mientras se sujeta al peluche. De pronto, caigo en la cuenta de que es peligroso que haga eso y se lo saco, pero comienza a hacer pucheros y parece ser que en cualquier momento va a llorar así que le ofrezco mi dedo índice que semeja ser muy divertido para ella.
Lo sujeta y en cierto modo es un consuelo.
—Ten—le paso el extraño extraterrestre verde con ojos de plástico—. Sácale los ojos a eso, no quiero que se lo pueda tragar, también sácale cualquier cosa que pueda ser peligrosa, una etiqueta o lo que sea.
—Sí—él lo hace y me lo pasa de regreso.
—Franco, tú eres padre de dos criaturas, tú debes conocer cómo funciona esto. Necesito entrar en detalles acerca de cuál es la manera más coherente de proceder ante una situación como esta.
—Señor, mi esposa quedó embarazada de mis chicos y los crié desde el primer comienzo. Nunca pasé por la situación de encontrar a una niña abandonada.
—Y de que todo el mundo crea con facilidad que pueda ser mi hija. ¡Qué clase de seguridad es esa, tú mismo viste cómo la sacamos de ahí!
—Sí, señor. Pero si entró, es porque presentó la documentación.
—¿Enviaste a confiscar las cámaras de seguridad y a encontrar cualquier dato mediante el cual hayan podido pasar a la niña a la zona de embarque? ¿Tiene nombre al menos?
—No, señor. No lo tiene. Pero, ¿ha probado con sacarla del huevo?
—¿El huevo?
—A esto se le llama de manera coloquial “huevito”. Quizá tenga algo que diga al respecto cualquier cosa.
—Tienes razón. Definitivamente has de ser un gran padre.
—Quienquiera que la haya abandonado se hizo cargo de ella, se la ve con ánimos y bien alimentada, además de que el peluche que sostiene suele ser una suerte de “objeto transicional”.
—¿Qué diantres es eso?
—Nos lo explicó antes el pediatra. Se trata de un objeto como una manta o un peluche que tiene un perfume o algo de la madre, o bien, de su lugar de punto de partida y es lo que ofrece la oportunidad a la niña o al cachorro de poder sentirse cerca de esa persona. Es algo que suele utilizarse en las adopciones.
—¿Por qué le llamas cachorro? ¡Es un ser humano!
Bueno, no es que sienta un especial aprecio por la vida humana, pero esta chiquilla merece un poco más de respeto del que le pudo haber tenido la persona que estaba a su cargo al momento de dejarle completamente desamparada.
—Sí, lo sé, señor Donato. Pero el asunto es que suele suceder esto en esta clase de situaciones también con los animales cuando son pequeños. Por ejemplo, si usted tiene una gata preñada que trae crías al mundo, lo recomendable es que al entregarlos en adopción una vez que ya caminen correctamente, hayan abierto los ojos y se alimenten por sus propios medios, vayan con algún objeto que tenga el olor de la madre. De hecho, algunos cachorritos adoptan la costumbre de intentar amamantarse con su objeto transicional, pero no creo que sea el caso de la pequeña.
—¿Podemos dejar de compararla con un animal, por favor, Franco?
Mi tono es severo, pero me preocupa a mí mismo estar empleando esta manera de hablarle, aunque sé que está tratando de ser sincero.
Entonces, una luz se enciende en mi mente, justo cuando él me comunica:
—El sistema de vigilancia está siendo revisado, nos costó conseguir el acceso, aún por dinero. La orden en los aeropuertos puede traer consecuencias de demandas internacionales por la privacidad de las personas que vuelan.
—Que la interpol les busque, si desean, pero yo necesito el acceso a lo que sea que permita averiguar qué rayos ha sucedido con esta niña.
—¿Y si encuentra a la madre? ¿La va a devolver?
—Yo… No lo sé. No lo creo. Posiblemente primero le haría que me explique como se debe por qué hizo tal cosa de abandonar a una niña tan pequeña.
—¿Y luego?
—Y luego la llevaría a un médico para que se encargue de que esté bien. También me aseguraría de que no le falte nada… Oye, si los animales se parecen tanto a los bebés, ¿por qué no buscamos que un veterinario la vea?
—Di…disculpe, señor, pero creo que lo conveniente sería un pediatra.
—Eso. Exacto. Un pediatra. Y búscale una identidad falsa a la niña mientras estemos de un lugar para otro hasta bien decidir qué hacer con ella.
—Sugiero que la pediatra pueda ser mujer.
—¿Prejuicios de género, Franco?
Mi gesto automáticamente se curva en un intento de risa, pero me detengo mientras le escucho explicarme:
—De hecho, pienso que lo ideal sería conseguir a una madre falsa que pueda cumplir un rol que ella necesita de inmediato.
—Es probable…
—Entonces, una madre nodriza para la pequeña.
—Bien. ¿Y una madre pediatra?
—No es mala idea.
—Debo viajar a Milán, Franco. Pero no puedo dejarla sola en manos de alguna desconocida, ¿comprendes?
—¿Usted será el padre, acorde a las identificaciones?
—Exacto.
—¿Y la pediatra su madre?
—Bingo. ¿Tienes alguien en mente para recomendarme?
—Se puede indagar en las listas de médicos, pero necesitamos de quien pueda estar con disposición.