Chiara
—¿Entonces no la raptaron y yo debo creer eso?—mi voz está teñida de indignación, esta vez viendo que la pequeña no parece estar en malas condiciones.
—La abandonaron—insiste.
—Pues, esta niña se ve bastante bien de peso, con vestimenta con ánimos, como para que una persona se vea en la desesperación de dejarla abandonada en un aeropuerto, ¡justo en el asiento siguiente al suyo, Donato!
Le hablo directamente y espero que no se sienta insultado, pero realmente siento que me están tomando el pelo mientras la camioneta sigue y se mete en un alto de edificio de caros apartamentos evidentemente lujosos y costosos.
—Claro que sí—contesta él—. Y no es problema mío si me crees o no, el dinero ya lo tienes para ti, no debería preocuparte nada que no sea exclusivamente lo que pueda involucrar el estado de salud de la chiquilla.
—La gente abandona niños en los hogares, abandona niños en las iglesias, principalmente por no tener los medios para cuidarles. ¡No en el preembarque de un aeropuerto! ¿Me va a decir que no intentó poner denuncia alguna si es que tanto le preocupaba el bienestar de esta nena si es que se atrevió a secuestrar a una mujer que se haga cargo de su salud?
—Creo tan poco en la policía y en las fuerzas de seguridad como en la madre de esta nena quien pudo haberla dejado a la intemperie, pero demos o no con la persona en cuestión, no se la devolveremos.
—¡¿Qué?!
—Que no le será devuelta a quien no la quiso.
—¡Es una locura! ¡Se le puede encontrar un hogar digno!
—Encontraremos respuestas a lo que pasó, pero por mientras, el hogar lo va a tener con su madre y con su padre.
—Eso…es una…locura…
—Llegamos, señor—comunica el mastodonte que conduce.
—Baja—me advierte Donato—. Y baja el huevo también.
Una vez que sigo sus pasos, observo con preocupación y le digo al tipo:
—¡Necesita un cambio de pañales urgente!
—Tú eres pediatra acá—me dice mientras aguarda a verme avanzar a mí.
—¡Soy médica, no niñera!
—Eres médica y madre.
—Debo explicar en el hospital que he salido. —Por no decir que me han raptado—. ¡Y también debo dar una explicación a mi familia!
—Sí, ya subimos y te prestaremos un móvil. El tuyo está intervenido, no te lo quitaremos, eso queda para los mediocres que nada saben de tecnología.
—¿Cómo es posible que me hayan intervenido el móvil?
No me contestan y siguen mientras avanzamos, se anuncian en la puerta y la persona de recepción parece notar con cierta atención verme con la bata del hospital puesta, suerte que lleva sangre tras alguna urgencia, porque eso sí que estaría extraño.
Él muestra unos documentos y no me pide el mío.
—Muy bien, señor. Señora. Adelante. Es muy bonita su hija—. Acto seguido mira en dirección a Donato—. Tiene sus mismos ojos, señor.
Él parece ponerse tenso de inmediato mientras le escucha decirle eso mismo. Procede con despedirse de Franco, quien le comunica que quedará montando guardia debajo y que cambiarán luego de turno.
¿Cómo es posible que ahora yo estaré a cargo de una persona cualquiera, respondiendo a las necesidades de una criatura que ha sido raptada de un aeropuerto?
—Oye—le insisto mientras ando tras él hasta el ascensor—. Estoy poniendo en riesgo todo, mi vida, mi carrera, mis antecedentes personales, por culpa de acceder a hacer este tipo de cosas.
—Sí, es así. Por eso te pagaremos muy bien.
—El dinero no me servirá de nada cuando esté tras las rejas.
—Descuida, la justicia es mucho menos eficiente cuanto más dinero hay de por medio.
Abro los ojos como platos al escucharle decir eso. ¿Es que conoce tan bien todo el sistema como para acceder a hacer algo así? Tiene todo extremadamente calculado, parece que
hubiera planeado este secuestro hace tiempo, lo cual solo me deja la opción que, si surgió todo de manera tan espontánea, es que está acostumbrado a hacer todo este tipo de cosas que sabe.
Una vez que llegamos hasta el último piso, el corazón se me encoge y sujeto fuerte el huevito con la niña.
Sus grandes ojos azules comienzan a juntar los párpados, con sueño.
—¿Ha comido algo?—le pregunto.
Él parece alterado con esto último.
—No sé que come una niña de esa edad. ¿A los niños les gustan los helados y las hamburguesas?
—¡Cómo diantes le darás helado y hamburguesas a una niña de seis o siete meses!
Él se encoge de hombros y me dirige una sonrisa cargada de picardía y malicia que parece mostrarlo muy conciente de lo que está diciendo.
Una vez que avanza cuando llegamos al piso en cuestión, el anterior a la terraza, me detengo y le pregunto:
—Oye, qué haras. ¿Por qué nos traes tan alto?
—He pedido de esas leches especiales que se compran en la farmacia para las criaturas de esta edad. Ya nos han cargado con todo lo necesario en este piso.
—Hummm.
—También hay comida y vestimenta para ti. Y tu documentación para poder viajar al exterior, necesitamos saber tu identidad real para circular dentro de la ciudad.
Niego con la cabeza y entro una vez que abre la puerta.
El lujo es magnífico, pero noto algo más que llama mi atención. Hay que cambiar este pañal urgente.
Aunque está dormidita ya.
Aún así, necesita comer algo… Pero si algo no puedo evitar pensar es que ver a la niña y luego ver a Donato, me hace concluir que el parecido es inevitable.
Dios santo, ¿y si realmente él es el padre?