¡quédate conmigo!

Capítulo 7

Donato

 

Luego de que Chiara se encarga de revisarla, le doy la orden a Franco de que se encargue de darle de comer a la niña.

La pediatra raptada, tras lavarse las manos, se vuelve a mí y me dice, con todo su tono profesional posible:

—El acto de alimentar es algo muy importante para el psiquismo de un niño, y si quieres que el mundo piense que tu eres el padre, tú debes comportarte como tal y ella debe aceptarte como un padre.

Mientras reviso lo que hay en la nevera para que los adultos podamos cenar, saco un poco del freezer algunas cosas congeladas, las meto al microondas y, mientras aguardo, me vuelvo a Chiara, me cruzo de brazos y la miro de manera fija. Sus ojos achinados color miel me observan fijamente, seguro que esperando una respuesta o tratando de estudiar qué es lo que me pasa por la cabeza.

Lo sé, ya te acostumbrarás a mi mundo mientras estés a mi lado, aunque sea por la fuerza o por alguna obligación laboral.

—Franco le dará la comida y luego le dirá que soy el papá.

—Así no es como funciona—sigue caminando en mi dirección—. Su peso y altura es normal, aunque sería mucho mejor conocer la edad exacta de la niña. Si tiene dos años y pesa y mide lo que pesa y mide, es probable que no esté bien la medida y mis cálculos no habrán valido en absoluto.

—Descuida, es parte del plan, lo hace aún más inquietante.

—Tu único plan es tener a esa niña raptada. ¿Hasta cuándo?

—Hasta saber que está bien.

—¿Y a mí?

—Hasta saber que ella está bien. Por cierto, debes llamar a tu familia.

—Lo hice con el móvil que me entregó tu guardaespaldas y niñero.

—Bien, ¿y a tu amiga? No me quiere mucho y ya estará poniendo el grito en el cielo al ver que no regresaste?

—Pedí a mamá que se comunique al hospital.

—Bien hecho. Ves, yo sabía que naciste para los secuestros.

—Y tú también—asevera—, la diferencia es que nací para ser secuestrada.

—Tranquila, todos pasamos por esa situación al menos una vez.

—No tienes pinta de ser el secuestrado.

—Pues sí, lo he pasado. Las apariencias engañan.

—¿Luego querrás convertirme en una mafiosa secuestradora roba bebés? ¿En la pediatra personal de niños raptados?

—No sería mal negocio, cobran muy bien, hay mucha demanda de ese tipo de profesionales en nuestro mercado.

Ella me mira con el gesto que parece haber visto a un zombie deambular a nuestro alrededor. Lo siento, no quiero aterrarte, pero me divierte hacerlo.

Tras una risa un tanto macabra de mi parte, suena el pitido del microondas de que ya está la comida. Sin embargo, al extraer la tarta del paquete, observo que tiene toda la pinta pálida de algo incomible.

—Creo que le faltó calor.

—La has descongelado—. Ella avanza, se ubica a mi lado y enciende el amplio horno eléctrico que está junto al microondas. Lo mete acá, lo programa con las pantallas de calor y deja funcionar—. Ahora sí se va a cocinar.

—Vaya, tienes muchos talentos ocultos.

—Se llama “supervivencia” y son conocimientos muy básicos acerca de los niños, de la cocina y de lo que implica intentar hacer una vida de bien.

—Para que luego se aparezca un hijo de su madre como yo para conducirte por un camino de tentación.

—Exactamente.

—Ya verás que podrás acostumbrarte a lo bueno. Yo también he aprendido muchas cosas acerca de aprender de supervivencia. He aprendido a desatarme de una silla sin usar las manos, he aprendido a disparar (te apuesto que puedo meterle un tiro entre ceja y ceja a cualquier idiota a más de cinco metros de distancia), también sé sobre los métodos de tortura que mayor probabilidad tienen para conseguir sacarle un secreto de vida o muerte a cualquier persona.

—Eso es aterrador y la verdad que no me interesa saberlo.

Sus manos y su trasero se agolpan contra el borde de la encimera mientras la acorralo y todo mi cuerpo está circundando su apetecible cuerpo. Mi nariz sube y baja de su cuello, respirando con profundidad su perfume, pero también huele a hospital, por lo que preferiría que se quite esa bata de doctora.

—¿Tienes algo debajo?—le pregunto, tomando el cuello de la bata.

Ella me mira y asiente.

—Sí.

—Entonces quítate esta cosa.

—No creo que deba, sigo siendo doctora en esta función que me corresponde.

—La doctora personal de mi hija y la madre de ella.

—No haré eso, no me haré pasar por la madre de una niña que ha sido secuestrada.

—Abandonada—la corrijo—. Además—mi nariz esta vez acaricia la parte de atrás de su oreja izquierda y me embriago de su perfume a mujer—, te apuesto a que nos llevaríamos muy bien si jugamos a la mamá y al papá.

Ella inspira con profundidad ante la sensación de tensión que está causándole mi cercanía. O de excitación. Por lo que opto afirmarme un poco más contra su cuerpo y noto la manera en la que cada uno de sus sentidos se pone en alerta y toda su piel se crispa como si estuviera pasando por una corriente eléctrica.

No obstante, ante mi virilidad empujando contra su cuerpo y la fuerza magnética de su aroma y el mío aportando atracción, parece ser que la situación es idónea para conocer de inmediato las virtudes del amor hecho carne, hasta que suena la campanilla del horno tras nosotros emitiendo calor, anunciando lo obvio.

—Es hora de cenar—advierte ella—. Luego me llevas a mi casa y regreso por la mañana para ver a la niña.

—No, pasarás la noche con ella para que sepa que eres la madre.

—Es una locura…

—Te pagaré todo lo que sea necesario.

—¿Por qué? ¿A qué se debe esa enfermiza obsesión con querer proteger a esa niña abandonada si no eres el padre, se supone?

—Porque ya me quitaron la posibilidad de serlo y no estoy dispuesto a pederla una vez más.

—¿De qué hablas, Donato?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.