Chiara
¿Un nombre? ¿Qué se yo el nombre que podría darle a una niña que ha sido raptada? Cuando yo también lo he sido, pasando de eso a ser cómplice, recibiendo un buen dineral a cambio de ser parte de algo tan macabro como esto.
Es inevitable, simplemente le prometo que me encargaré de averiguar algunas ideas que tengan que ver con los nombres, sin embargo, luego de cenar, Franco me lleva a casa por pedido de Donato. Antes de salir, miro a la niña y me quedo pensando en qué podría suceder si la dejo sola con estos dos. No me lo podría perdonar jamás. Y no solamente porque no tenga confianza en estos dos que son personas oscuras y hacen cosas muy feas sino porque la inexperiencia es demasiado aterradora. ¿Y si realmente tenía pensado Donato darle hamburguesas y helados a la pequeña? Oh, no quiero siquiera imaginarlo. Espero que por lo menos tenga sus vacunas al día, con un análisis de sangre podríamos dar con algo más de esa información.
Una vez que Donato me anuncia que es hora de salir, me entero que es un diferente la realidad a lo que mis propios deseos anticipan.
—Bien—me anuncia, incorporándose tras de mí—. Es hora de salir para que regreses por la mañana así no alteras a tus papis.
Suspiro, observando a la pequeña aún dormir. Es un ángel, es realmente un ángel con todas las letras.
Me inclino por la opción de no abandonarla, no podría hacerme una idea de lo que sucedería.
Tras un largo suspiro, me vuelvo a él y le anuncio:
—Me quedo.
Levanta una ceja y me observa, estudiándome con atención. Ha de estar pensando que tiene esta batalla ganada.
—Me quedo porque necesito estar segura de que la niña estará a salvo.
—Me lo suponía—se cruza de brazos y se afirma contra el umbral de la entrada a la habitación donde la niña reposa en su huevito—. Será mejor que te vaya calentando tu lado de la cama junto a mí.
Abro grandes los ojos y niego con toda intención, sacudiendo la cabeza.
—Me quedo con ella, en este cuarto.
Finalmente suelta una carcajada, saca su móvil, lo desbloquea y me lo pasa.
—Habla con tus padres. No quisiera levantar alguna sospecha de que puedas estar acá en contra de tu voluntad. Después de todo, nunca se recomienda una mala primera impresión con los suegros.
Me guiña un ojo y me deja a solas para hablar con mi madre a quien le marco para realizar la llamada.
¿Es que también espera a conocer a mis padres? ¿Qué tan lejos tiene pensado llegar con este macabro plan? Lo que sucedió con esa mujer y la decisión del aborto imagino que ha de haber sido algo muy doloroso, pero eso no da motivo para que secuestre a una niña y cumpla de ese modo con sus frustrados sueños de ser padre, mucho menos si él mismo no tuvo uno y claramente no sabe cómo serlo.
Hablo con mamá y lo primero que me aconseja es que me cuide, en lo emocional y también en los profilácticos.
Vaya, vaya, qué interesante es esto, ahora mi madre realmente piensa que está sucediendo esto.
No es agradable.
Pero un ligero cosquilleo se planta en la zona baja de mi abdomen de solo imaginarme lo que significaría presentar en mi familia a un hombre tan atractivo como él, con su presencia, su fortuna y con una niña pequeña en brazos.
Estarían orgullosos, pensarían que por fin tengo mi futuro asegurado, pero no podrían ponerse al tanto de la realidad de la situación.
Mi marido es un mafioso y él dice que tengo una hija.
Menuda locura. Todo está bien y es normal, siempre y cuando podamos exceptuar esa parte.
—Una bañera.
—Vaya, es…hermosa.
Observo la cantidad de cosas que él ha mandado a comprar para la niña. Está muy contenta con todos sus juguetes, no obstante, es importante cambiarle el pañal antes de bañarla.
—Espero que sepas cómo se hace.
—No estaría mal que tú también aprendas—le reto.
Su gesto parece de horror, lo cual me da la pauta de que no debo detener en ese punto mi necesidad imperiosa de responsabilizarlo de la niña que se ha robado.
—El punto es que tú eres la madre—añade—y su pediatra. Debes hacerte cargo de sus pañales y su higiene, sobre todo porque las dos son mujeres. Así funciona esto, ¿no?
Asiento, un poco acomplejada con todo.
—Mejor no la toques, yo me encargo. —Le advierto.
No quisiera que la toque, así que tomo la responsabilidad de cambiarle el pañal y luego de bañarla con el agua tibia. Ella se muestra muy divertida con el agua, dándole golpecitos a los charcos a su alrededor y me mira con todo interés de robarme una sonrisa con sus gestos tan bonitos. Pues, me ha robado el corazón.
—¿De dónde vienes tú?—murmuro, como si ella entendiera mi capacidad de hablarle—. ¿Qué clase de vida tenías antes y por qué eres una nena tan feliz? Se supone que un niño desconoce a sus padres cuando no se trata de alguien de la más estrecha confianza. Se supone. ¿Por qué eres tan regalona conmigo siendo que apenas me conoces? Y que lo eres con él, Donato te…
Pues, siempre sospeché en base a mis estudios que los niños entienden mucho más de lo que realmente parece, sobre todo en una etapa de la vida que son tan permeables a lo que sucede y que están en formación de las bases más firmes y primitivas de su ser… No puedo decirle que un hombre la robó, mucho menos cuando existe la posibilidad de que ese hombre tome a cargo criarla.
—Brrrruuuuuupppp.
Ella empieza a hacer ruiditos con su boca, sacudiendo los labios. Se ríe y lo hago también, como si nos pudiéramos comunicar:
—Brruuuuppp—le contesto y me pican los labios al hacerlo. Ella suelta una carcajada al escucharlo.
Acto seguido escucho atrás la voz de Donato.
—Creo que acabas de descifrar el lenguaje de los bebés.
Me vuelvo sobre un hombro y le comunico:
—Una parte de mí lo conoce, me lo dieron los libros y la preparación académica, ¿no? Y la práctica en el hospital.