¡quédate conmigo!

Capítulo 12

Chiara

 

El padre de mi hija es un asesino.

Bah, no sé por qué me sorprende si al fin y al cabo es el no padre de no mi hija y mi no esposo, quien sí es algo y es mafioso y ordena matar personas. ¿Cómo es que eso podría sorprenderme?

Ah, y como si fuera poco, es un secuestrador que no solo nos ha tenido cautivas a Aurora y a mí sino también a otro señor llamado Mikael. ¿Cómo es que consigue salirse con la suya el mal si se supone que el bien es más fuerte y lucha contra las personas que le hacen daño a nuestra sociedad?

Bueno, bienvenida a la realidad, Chiara.

—Tyler, por favor déjanos a solas con mi esposa y con mi hija—le dice Donato al guardia mientras éste asiente y nos deja a solas. Yo entro nuevamente al probador con la ropa para Aurora.

—Sí, señor.

Y se marcha.

Una vez a solas, él toma uno de los vestidos y mira a Aurora.

—Éste le sentará bien—dice. Luego pasa a otro y yo le suelto sin más:

—Entonces también matas personas.

Aurora sujeta el vestidito y se queda mirando.

—No digas eso frente a nuestra hija que le crearás un trauma—me dice—. ¿Qué opinas de este en rojo? Así no tiene todo en rosa.

—Yo creo que ya entiendo por qué la madre verdadera quiso desaparecer de tu vida al llevarse a la niña. Y ahora tú se la robaste nuevamente al darte cuenta que no había hecho ningún aborto.

—Oye, te pasas. Que también tengo sentimientos, ¿o no lo ves?

—Con los mismos que secuestras, torturas y muere gente por tu culpa.

—No es mi culpa. No obligo a nadie a trabajar para mí. Bueno…a veces sí. Je, je.

—¿Te ríes de eso? Me metiste en un ascensor a punta de pistola, es obvio que eso sí es obligar a alguien para que trabaje para ti.

—No te obligué a mantenerte una vez el dinero estuvo en tus manos.

—No me importa, puedo irme en cualquier momento, ¿o no? Pues, no. Porque no sé si mi familia o yo estaremos a salvo en cuanto lo decida.

—Está feo que pienses así de tu esposo.

Me vuelvo a él y le digo por lo bajo, muy cerquita, casi como si pudiera salirme entre dientes cada una de las palabras:

—Deja de decir eso, sabes que no eres mi esposo.

—Tienes razón. ¿Te quieres casar conmigo?

Mis ojos quedan parpadeando y recalculando mientras proceso lo que acaba de decirme. Su gesto parece de paz y cariño mientras lo habla, casi podría juzgar que intenta ir absolutamente en serio al hablar.

Si es una broma, no me entra en gracia, aunque nunca abandone su sentido del humor por más que estemos hablando de cosas complejas como asesinatos, mafias o secuestros. O un rehén que acaba de huir.

—Donato, será mejor que hables en serio conmigo o ya sabes que no seguiré de buenas contigo mientras no pueda saber cuánto vas en serio o cuándo vas con sarcasmo.

—Pues, fíjate que yo siempre hablo en serio. ¿Te casarías conmigo?

Niego rotundamente.

Acto seguido, parpadea y parece que una idea acaba de venirle a la mente. Una pésima idea como todas las que él tiene.

—Es verdad, pero qué desconsiderado de mi parte si ni siquiera lo hago con un anillo de compromiso.... Bien, ¿llevamos esta ropa?

—¿Qué?—murmuro—. Ni siquiera se te vaya a ocurrir montar una escena con esas estupideces, Donato. Además, te quieres llevar la ropa y ni siquiera se la hemos medido a la niña.

—Eso no importa, si no le queda se tira.

—¿Cómo vas a tirar algo que acabas de comprar?

—Y si no le queda.

—¡Puedes donarla al menos!

—Eso suena bien. ¿Vamos? Tengo un anillo que comprarle a mi futura esposa.

—Estás desquiciado.

—Desquiciado de amor por ti.

Me guiña un ojo, toma a Aurora en brazos quien suelta una risita en cuanto está en el aire y se aferra a jugar con el cuello de la camisa de su captor quien no sé a ciencia cierta si será o no será el padre, pero tengo que encargarme de asegurarme de ello.

—Amor, aguarda—le digo, mientras voy detrás—. Te olvidas de esto.

Tomo los zapatitos de la pequeña al tiempo que salgo tras él.

Si le propongo hacer lo que creo que será lo mejor que haga, seguramente no lo hará, por lo que necesito sacarme la duda de si me miente o me está diciendo la verdad. Cosa que dudo, porque lo visto hasta ahora, todo en su vida no es más que una mentira y una escena montada alrededor para que todos se lo crean. Inclusive yo.

Ah, y también hay un viaje a Milán por hacer, ya que el de Estocolmo se ha frustrado. Algo muy normal.

Dios, esto debería tenerme aterrada.

Una vez que estamos por pagar en la caja, incorporo una mano en la camisa de mi amado, trepo mi mano y le acaricio el cuello para que parezca que somos una pareja que se aman mucho.

Él permanece a mi lado y, mientras paga y la dependienta no le quita los ojos de enamorada de encima a quien se supone que es mi hombre (no sé por qué esto me molesta si se supone que no hay nada entre nosotros), comienzo a acariciarle el nacimiento del cabello hasta sacarle un pelo.

Él se vuelve a mí y me mira con el entrecejo fruncido, aún sosteniendo a Aurora.

—Perdona—le digo.

—Descuida, cariño.

Me dice él.

Y me guardo el pelo que le he sacado en mi cartera con disimulo para luego tender los brazos en dirección a la niña.

Ya con ella mirándome, se afirma en mi pecho y se pone a babearme la blusa.

—Debemos comprar un chupete—le comunico a él.

—Es cierto. —Se vuelve a la dependienta de la tienda y le pregunta—. ¿Tiene chupones? Digo, para la pequeña. No quisiera saber si tuvo una noche lujuriosa.

Nuevamente consigue que la mujer se sonroje, emita una risita cargada de nerviosismo y le pide:

—Claro, señor. Pase por acá.

Y se marchan. Ya con mi niña en brazos y lo necesario de parte de Donato, estoy segura de lo que hace falta:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.