Cuando Ezrael abrió los ojos pudo disipar el rostro aterrorizado de su madre. Agachada y pegada al suelo se cubría la cabeza sin parar de llorar. Intentó preguntar lo que le pasaba más varios golpes contundentes en su espalda lo dejaron sin aire. Tosió al saber que, una vez más, aquello estaba ocurriendo. No podía respirar. No podía llorar. No podía gritar. Mucho menos pedir ayuda.
Su madre regresó a verlo. Aquel rostro sudoroso tenía los cabellos pegados a la frente y mejillas. Gritaba tan fuerte que lo hacía estremecer.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Perdóname, Ezra! ¡Es a mí a quien quiere golpear! ¡Lamento ser tan débil! ¡Lo siento! ¡Lo siento!
Sintiendo el dolor de aquel comportamiento recorrerle las venas, decidió ir en contra de ello. Le gustaba fantasear con que podría vencerlo algún día.
Al saber que venía el siguiente golpe de su padre dio la vuelta a su cuerpo, agarró aquel bastón y con toda su fuerza lo empujó hacia atrás. Ver la silla de ruedas rodar hasta chocar contra la refrigeradora de su cocina lo hacía enojar. Hubiera deseado estar en las mismas condiciones que él para poder golpearlo sin remordimiento. Quería verlo levantarse para golpearlo de la misma manera que él quería hacer con su madre. Cuando escuchó aquella amarga risa, dejó de importarle la moral.
Toda la ira de su vida se acumuló en su puño. Estaba por golpearlo cuando aquellos ojos sin vida se volvieron hacia él. Su vejez, ojeras, manos frías y piel pálida lograron que perdiera fuerzas. Temía convertirse en un ser lleno de ira igual que él.
—Fallaste una vez más —dijo su padre riendo—. Solo eres capaz de levantar tu puño, pero no puedes tocarme
—Callate…
—Que tierno —se burló—. Lo intentas aún cuando sabes que no podrás hacerlo. Eres débil. Mirala ahora. Tu madre muere de miedo.
—Dije que te calles…
—La amas, pero todo lo que amas siempre termina destruido como ella. Porque eres débil e incapaz de protegerla.
Ezrael regresó a verla. Pudo notar que todo era un sueño al ver lágrimas llenas de sangre. Desapareció en la oscuridad confirmando que todo lo que amaba lo perdía.
—No soy débil —sollozó—... Yo quería protegerla… No soy débil… Logré protegerla por años… ¿por qué ahora se va?
—Porque jamás te atreviste a nada más. Recibiste los golpes, ¿y qué? Jamás fuiste en mi contra. Por eso ahora la perdiste. Dime, ¿qué vas a hacer? —no hubo respuesta— No puedes hacer nada. Ahora que la perdiste, solo queda una persona más en tu vida. Si vas en mi contra, le haré daño. Lo destruiré como destruí todo lo que amabas. Le haré tanto daño que tú serás incapaz de curarlo. Lo romperé en miles de piezas hasta que no puedas reconocerlo.
—No… él nunca te dejaría.
—¿No? —carcajeó— Confías mucho en él aún cuando te está cambiando por otro. Tu cara lo dice todo. Te duele recordarlo —lo manipuló utilizando su debilidad—. Te duele saber que te está reemplazando. En clases lo ves con ese otro y te pones celoso. ¿Cómo te sentirías si me ves más unido a él? Díme, ¿qué harías si lo toco un poco? Tal vez un poco de su cuerpo, de su cara, de su pecho… de sus piernas.
El rostro de Ezrael se convirtió en una mueca de asco. La imagen mental de su mejor amigo siendo tocado por su padre lo hacía querer vomitar.
—Odiarías que eso pasara.
—Claro que lo odio, te odio.
—Pero eres incapaz de ir en mi contra. Me temes demasiado. Tu temor hacia mí es más grande que lo que sea que sientas por él —suspiró—. Por eso vas a perderlo. Se está saliendo de tus manos. Te está abandonando. Te está dejando solo. Te está dejando morir a mi lado.
Aquel lloroso chico quiso defender a la única persona que le quedaba. Iba a golpearlo cuando lo escuchó una vez más:
—Si lo haces, lo voy a destruir.
—No te atreves…
—Ten por seguro que lo haré.
La cabeza de Ezrael se puso en negro cuando un golpe de su padre lo hizo despertar de un brinco. Al intentar moverse, sintió náuseas. Pudo reconocer que había salido de aquella pesadilla. Intentaba pensar en otra cosa, pero el mensaje seguía presente. Se sintió débil y asqueado al mismo tiempo.
Estiró su brazo con ilusión de encontrar a su lado al chico con el que lo habían chantajeado. Terminó golpeando la nada. Al regresar a ver no había nadie. Entró en estado de pánico.
Buscando por toda la habitación y al no encontrarlo, intentó recordar lo que había pasado. Todo comenzó esa noche. Habían tenido una leve pelea por culpa de un tercero en discordia. Decidieron aún así ir juntos a la fiesta de cumpleaños de Amelia, una chica de su clase. Bebieron de más y Ezrael le pidió que lo acompañara a dormir.
Miró su reloj, no había pasado más de una hora desde lo ocurrido. Salió de la habitación desesperado por encontrarlo. En el pasillo, chocó por error con la cumpleañera:
—¿Y tú? —preguntó ella algo preocupada— Estás pálido, ¿te sientes bien?
—¿Dónde está Valentín?