Querer decir "Te amo" (gay)

CAPÍTULO 2

Una mañana como todas, la presión que ejercieron dos dedos en los moratones de su espalda, hizo gruñir de dolor a Ezrael.

 

—Duele… ¿Que no puedes ser más suave?

—Estoy siendo suave, tú eres muy llorón —respondió Amelia. 

 

Después de los golpes que su padre le propinó en la mañana, su cuerpo se sentía destruido. No era algo extraño. Cuando eso ocurría salía temprano de casa, no despertaba a Valentín y llamaba a su única amiga Amelia. Ella tenía acceso al botiquín de la enfermería. Era quien lo ayudaba cuando necesitaba pomadas o pastillas para disminuir el dolor. Se las ponía o daba dependiendo del caso. 

Aquel día fue el turno de frotar su espalda. Aquella piel que debía ser clara se veía cubierta por una paleta de colores morados, verdes y rosas. Sufría con tan solo verlo. Sabía la razón de todo, pero aún así, había una pequeña cosa que no comprendía.

 

—¿Por qué no le dices a Valentín que te ayude en esto? —musitó— No es una molestia para mí, pero ¿no te sentirías más cómodo si él lo hace?

—Se preocupa demasiado cuando ve que me duele. 

—¿Y por qué no dejas que él sea tu apoyo? Ambos sabemos que yo no soy suficiente para eso. 

—Es mi apoyo —afirmó en un suspiro—, pero él se pone a llorar por una explicación que no le puedo dar. Ha sido así desde que somos niños.

—… ¿cuántos años se conocen ya?

—Con este van a ser ocho —respondió ocultando su sonrisa—. Jamás pensé que podría estar junto a alguien tanto tiempo. 

 

La mano de Amelia aplastó uno de los moratones más recientes haciéndolo morder su labio para aguantar el dolor. 

 

—Nos conocemos desde que somos bebés, idiota. No seas dramático. 

—No me molestes —jugueteó. 

—Tu tampoco a mí. Siempre haces lo mismo. —sonrió pellizcando su mejilla—. Y mírame, aún así estoy aquí media hora antes de que comiencen las clases solo para curarte.

—… gracias.

—Ni me lo digas. 

—Lo compensaré.

—¿Hablas de eso? —murmuró sin preocupación.

—Si. 

—Piensa en “eso” cuando te recuperes. No durarías mucho con cómo está tu cuerpo ahora. Mejor piensa en otra cosa. 

—… ¿crees que haya despertado ya? —habló de Valentín.  

—Si. Debe estar viniendo. 

 

Los ojos de Ezrael se llenaron de pequeñas lágrimas que le decían que no podía dejar de sentirse extraño. Quería verlo, pero cuando lo hacía, no podía dejar de bajar su mirada hacia su cuello y adorar las marcas que le había hecho. 

Apenas había pasado una semana desde el incidente que tuvieron, sin embargo, sentía el deseo incontrolable de preguntarle si podía hacerlo una vez más. Solo una vez más. 

Fue sacado de su sueño cuando escuchó un aplauso húmedo y dos manos frías recorrieron su espalda de arriba a abajo. Amelia había terminado de poner la medicina. Se bajó la camiseta con gran esfuerzo. 

Miró por la ventana al levantarse. Tal y como dijo el chico del clima, se acercaba la temporada de lluvias. Todo estaba nublado. Se preguntaba si caería una tormenta. Si era así, tendría que hacer un plan de escape junto a Valentín quien le tenía fobia a los truenos. Su mente divagó un poco. Él soportaba los truenos, pero la lluvia torrencial lo espantaba. Le hacía recordar el accidente por el que su vida ahora se veía hecha un desastre.

Fue a su asiento para pensar en ello. 

 

—Vamos, no pongas esa cara… —llamó Amelia su atención.

—No es ninguna cara.

—Aún cuando no sonrías, sé cuándo te sientes mal. Tranquilo… ¿Qué pasó ahora? 

 

Mientras ella se sentaba a su lado, veía al chico pensar sin dejar de temblar por el frío y el dolor. Se quitó la chaqueta extra que había traído y se la puso encima. Lo vio agachar la cabeza. Sabía que estaba llorando, pero no iba a decir nada. Lo conocía lo suficiente como para saber que si decía algo de eso, él se iría sin decir ni una palabra. Ella hubiera hecho lo mismo. 

 

—… mi mamá habló del divorcio otra vez —murmuró para pensar en otra cosa.

—¿Y qué dijo tu padre? 

—¿Qué crees que dijo? —se burló limpiando sus lágrimas— El muy imbécil dijo “¿Crees que vayan a creer que un hombre sin piernas te lastima? ¿No tiene más probabilidad de lastimarte tu hijo que yo? Él tiene el cuerpo completo” —citó.

—¿Por qué no solo escapan? Vamos… 

—Es por Valentín —la cortó.

—¿Qué pasa con él?

—Si me voy de ese lugar, no quiero pensar lo que él podría llegar a hacerle a Valentín. 

—Pero no tiene piernas —dijo algo confundida.

—¿Y? ¿No viste acaso los golpes de mi espalda? 

—¿Y por qué no se lo cuentan y ya?

—… mi mamá no quiere meterlo en esto. Yo tampoco. No queremos que se sienta mal por nuestra culpa.

—¿Y van a seguir sufriendo por eso? ¿Porque no quieren lastimarlo?




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