Cuando Ezrael salió de tomar una ducha, su espalda seguía doliendo. Se estiró un poco antes de lanzarse a la cama de Valentín. Tomó una de las cobijas sueltas y cubrió todo su cuerpo con ella. Abrazó una de las almohadas que olían a su perfume. Era dulce. Le recordaba a la inocencia. Hacía que se sintiera lo suficientemente seguro como para dormir. Solo que no iba a hacerlo sin dónde estaba el otro chico.
Tomó su celular y lo llamó:
—No era necesario llamarme, tonto. Solo estoy en la cocina —rió—. ¿Quieres que prepare el almuerzo?
—No. Ven aquí.
—Estaba cogiendo galletas. Voy en un rato.
—… pero quiero que vengas ahora…
Valentín sentía ternura al escucharlo. Ezrael solía ser infantil después de bañarse o cuando estaba muy cansado. Esta vez era ambas. Se rindió ante su pedido.
—Ya voy, ya voy.
Al entrar a la habitación, lo vio recostado como un pequeño conejo mojado. Tenía los ojos somnolientos. Se abrió un espacio en la cobija y se recostó frente suyo como lo habían hecho desde que eran niños.
Solo que esta vez, por alguna razón sintió algo diferente.
Aquellos ojos casi negros se posaron en los suyos de tal manera que sentía que estaba evaluando cada uno de sus movimientos. Era extraño. No lo entendía. Su mejor amigo de toda la vida lo veía con ojos diferentes cada vez que estaban a solas. Por poco se hiperventiló imaginando cosas que no debía.
—¿Quieres dormir? —preguntó Ezrael— Quiero dormir un rato.
—Son las doce. No podremos dormir en la noche.
—¿Y? Podemos quedarnos hablando en llamada como siempre.
—Hoy es viernes… ¿quieres mejor desvelarnos viendo películas?
—Me gustaría.
La cara sería con la que lo decía hacía parecer que no era de su agrado, pero tantos años viendo aquella misma expresión hizo que Valentín se diera cuenta de que había cosas que a pesar de no poder expresar con su rostro, las decía con sus palabras. Si no usaba palabras, eran sus acciones. Al principio aquello lo confundía, pero se fue acostumbrando.
—Ven, aquí.
Valentín no terminó de procesar lo que le dijeron. Aquel sentimiento del que hablaron volvió. Nació en su interior el deseo de pegarse más a su cuerpo. De sentir más de sus mordidas. De acercarse cada vez más a sus labios. Se imaginó dándoles una mordida para comenzar con un beso que se iría profundizando hasta llegar al punto de no poder separarse.
Descubrió entonces que aquellos “nervios” en realidad eran pasión, deseo y lujuria.
Ezrael lo atrajo con fuerza cumpliendo el deseo que se dio cuenta que tenía. Al verlo tan desconcentrado se dirigió a su cuello. Su lengua pasó de abajo hacia arriba haciéndolo estremecer. El lóbulo de su oreja fue mordido con suavidad mientras una pierna entraba en medio de las suyas.
Valentín intentaba pensar en algo más, pero una pequeña risa salió de su boca al sentir que subía el ritmo de las mordidas y besos tanto en su oreja como en la parte más blanca de su cuello. Cerró sus ojos dejándose llevar. Jadeó al pensar en lo que podría pasar después. Se ahogaba en placer con una sonrisa.
Ezrael subió la mirada para disfrutar de aquellas mejillas rojas deslumbrantes. De su nariz respingada y de las facciones de su mandíbula perfectamente marcadas. Pero era aquella sonrisa la que hizo que pudiera estar más tranquilo al saber que no se había equivocado al hacerlo. Perdió la noción del sueño y la realidad. Ahora se daba cuenta de que lo había hecho en serio. Su mano le acarició la espalda a Valentín para acomodarse. Lo hizo estremecer para luego crear un sentimiento de confusión al esconder su rostro en su pecho.
—¿Te gustó? —preguntó con las orejas sonrojadas.
—¿Ezra…?
—¿Te gustó? Te veías feliz.
—Bueno… sí. Me gusta.
—Eso es bueno.
—¿Por qué lo hiciste?
—Te hace feliz.
—¿Solo por eso? —Ezrael negó— ¿Entonces?
—Por favor… solo déjame verte feliz.
—Soy feliz, tonto.
—Me gusta ver cuando sonríes así. ¿Es muy gay?
—… no lo sé —rió.
—¿Es estúpido?
—Tal vez un poco. Pero me gusta, así que… sin estereotipos denigrantes y saliendo de la sociedad heteronormalizada, ¿importa acaso que a un chico le guste ver la sonrisa de otro?
—… si hubieras puesto algo así de inteligente en la prueba final de historia del año anterior, no te hubieras quedado en extras, ¿sabes?
—Esa señora me odia.
—Lo sé.
Se quedaron en silencio por unos segundos.
—¿Tú eres feliz, Ezra? —preguntó de la nada.
—… me siento feliz cuando estoy contigo.