Una semana después, Ezrael salió de casa para comprar. Su madre había tomado un turno extra en el hospital, Valentín estaba en su casa y Amelia lo había invitado a desayunar. No lo emocionaba tanto como debería, pero le gustaba pasar junto a aquella chica. Se estiró antes de verla llegar.
Amelia se había cortado el cabello, ahora lo llevaba corto con un perfecto cerquillo. Medía aproximadamente un metro setenta y cinco por sus botas con plataforma. Utilizaba un leggin negro ajustado junto a una camiseta pequeña que dejaba ver la forma de sus pequeños pechos y sus pezones levantados por culpa del frío. Llevaba un abrigo de invierno blanco para no dejar ver los tatuajes que traía en ambos brazos. Eran dos largas ramas de cerezos que conectaban con el tronco plasmado en toda su columna. Se veía mucho más hermosa que nunca, Ezrael pudo notar el cambio que tuvo incluso en su actitud. Parecía más segura de sí misma. Se preguntaba si algún día él podría sentir aquella seguridad en sí mismo.
—Vamos —sonrió ella para saludar—. Alagame.
—Te ves bien.
—¿Bien? Me veo increíble.
Se acercó a él para tomarle del brazo. Sonrió al sentir la mirada de varias personas. No le interesaba la atención, pero al menos eso significaba que se veía bien.
Estaban hablando cuando sintió su conexión activarse. Se miraron por un segundo.
—¿Dónde desayunamos? —preguntó ella
—… ¿dónde quieres ir?
—¿Qué tal comida china?
—¿De desayunar? —preguntó algo sorprendido.
—No me mires con esa cara. Sé que te encanta la idea.
—… si. Me encanta
Ocultando su sonrisa, se preguntó si aquella forma en la que siempre lograba meterse en su mente se debía a que se habían “criado” juntos. Recordó el por qué había aceptado. Siempre podría pasarla bien si es que estaba con ella
El desayuno se basó en comida, historias, chismes y algunas suaves risas. Eran los que más llamaban la atención en el restaurante. Al salir pasaron horas sin hacer nada más que pasear. Amelia volvió a hablar acerca de la incesante propuesta de sus padres de que se casara con Ezrael.
—¿Crees que algún día dejen esa estupidez de lado? —se burló.
—Eso quisiera, pero tú sigues dándoles señales de que podríamos estar juntos.
Ezrael caminaba por los pasillos de una juguetería buscando algo, pero aún así le prestaba atención a todo lo que ella le decía.
—¿Señales? —bufeó— Solo es sexo. Sexo.
—No digas eso en voz alta, sucia.
—¿Cómo lo digo entonces? —se burló— ¿Revolcarnos en la cama de mis padres cuando no están?
—Eso suena mucho mejor.
A pesar de que no reía ni sonreía demasiado con las demás personas, el tipo de humor que tenía Amelia lograba sacarle leves carcajadas que ocultaba cada una de las veces. Estaba por agregar algo a la conversación cuando su celular sonó. Lo tomó antes de que colgaran. Habían llegado a la sección de peluches. Ella veía a todos como algo nuevo e increíble. Ezrael buscaba algo específico.
—Dime —respondió.
—¿Dónde estás? —bostezó Valentín— Pensaba en salir un rato al centro comercial. Hay un nuevo juego que quiero comprar. Iba a preguntarte si querías ir conmigo.
—¿Cuál? —preguntó antes de concentrarse en la oración final.
—God of war. Debe estar en oferta.
—Ya lo voy a ver. Si está en oferta te lo llevo.
—¿Estás en el centro comercial?
—¡Dios! ¡Ezra! ¡Mira esto!
Un sentimiento doloroso, extraño y punzante se clavó en el pecho de Valentín. Esa voz era de Amelia. No entendía por qué Ezrael no le había dicho que iba a salir con ella. Él siempre le decía cuándo salían. No entendía por qué esta vez había sido diferente. Tampoco entendía por qué había dolido. Tocó su pecho en busca de una herida inexistente que le decía que también habían sido celos.
Amelia le enseñó un peluche que al aplastarlo mostraba una cara enojada y llena de dientes filosos. El cambio rápido los hipnotizó a ambos haciendo que ignoraran a Valentín por unos segundos.
—Ezra…
—Ah… si. Vine a ver algo. Iba a llamarte, pero creo que lo olvidé.
—Está bien. Nos vemos por la tarde.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—… nada. Jugar.
—¿Quieres que vaya? Suenas enojado.
—No estoy enojado.
—Entonces… ¿voy o no? Sabes que las indirectas no son mi fuerte.
—… haz lo que quieras —hizo un puchero—. Adiós.
Tanto él como Amelia inclinaron la cabeza unos cuantos grados preguntándose lo que había ocurrido. Ezrael miró el celular y cuando volvió a llamar Valentín dijo que tomaría una ducha. Era extraño, pero levantó los hombros sin comprender bien lo que ocurría.