Aquella noche, Valentín se sintió extraño por lo que había dicho. Quiso alivianar el ambiente con algo, pero el sonido del auto de Liliana al llegar le dijo que Ezrael tenía que irse. Regresó a ver al pelinegro quien, después de varios minutos de silencio, parecía no tener nada más que acotar a la conversación. Aquella frase lo seguía asustando y su boca se negaba a articular ninguna palabra que pudiera expresar lo que sentía.
Valentín odiaba pelearse con él, por ello, hacía todo tipo de cosas para que su relación jamás se arruinara. Dio la vuelta, lo tomó de las manos y haciendo contacto visual, con sólo su mirada, le mostró que tenía aún algo que decir.
Ezrael no entendía muy bien lo que ocurría ahora, estaba concentrado en tener que ir pronto a ver a su madre. Estaba seguro de que su padre iba a gritarle por no haber vuelto temprano. Era clara la respuesta: Odiaba estar en casa. Pedía turnos extras, hacía voluntariado en hospitales públicos y estos últimos días se tomaba tiempo en un lugar privado para seguir con aquel plan de eliminar a Javier de su vida.
—Val… tengo que irme —murmuró soltando sus manos—. Nos vemos mañana.
—Espera solo un rato. Quédate aquí un rato.
—… en verdad tengo que irme.
—Ezra, ¡por favor!
Ezrael no era una persona que entendiera mucho de sentimientos. No solía comprender lo que sentían si no se lo decían en palabras o se mostraba de forma explícita en su rostro como lágrimas, una gran sonrisa o un movimiento específico. Valentín mostraba preocupación, y aunque no encontraba una razón para ello, decidió apoyarlo. Tomando su cabeza con una mano, hizo que se acomodara en su pecho por un momento.
Cuando Valentín sintió estar protegido por él, pensó en lo nuevo que se sentía aquel detalle. Ahora estar en sus brazos lo hacía sentir una calidez diferente. Conectaron su respiración y los latidos de Ezrael se volvieron un hipnotizante ritmo en su oído derecho.
Cerró sus ojos al darse cuenta de que a pesar de lo sensual que se habían besado el cuello, ahora sólo quería disfrutar de la paz que le brindaba estar a su lado.
—¿Quieres hablar de lo que pasó mañana? —preguntó Ezrael.
—… ¿no puedo llamarte antes de que te vayas a dormir?
—Si vamos a hablar, es mejor que sea cara a cara.
—¿Cara a cara?
—¿No te gusta verme? —se burló.
—Me encanta verte. Contigo recuerdo que no estoy solo.
Un momento de silencio preocupó a Valentín acerca de lo que había dicho, pero todo el cuerpo de Ezrael tomó una temperatura mayor dandole a entender que aquel comentario lo hizo feliz.
—Oye, Val —habló algo nervioso.
—Dime, Ezra.
—… ¿Tus papás no han dicho nada acerca de volver?
—¿Mis papás?
El pecho de Valentín dolió al instante. Odiaba recordar que su cumpleaños se acercaba y no había recibido noticias de su regreso en años. Sus manos temblaron un poco antes de apretar a Ezrael con fuerza. Darse cuenta de que estaba por cumplir dieciocho años y que aún no era capaz de aceptar que sus padres no iban a volver lo hacía sentir como un idiota.
Pensó que inclusive si volviesen, él ya había crecido. Todas las consecuencias de su ausencia estaban allí. Desde su tartamudeo situacional por haber pasado con su abuela por varios años, hasta su incapacidad de decirle a alguien que se quedara a su lado sin sentirse una molestia para la otra persona. Sintió que se quebraba.
—Tal vez no vuelvan. Ahora están en la India. Sus fotos son increíbles, ¿las viste?
—Si. Son en verdad hermosas.
Ezrael decidió no presionar.
—Yo… —suspiró Valentín— Sé que soy una carga para ellos. En especial para mi mamá.
—No lo eres.
—Yo soy un error, ¿sabías? Nací en el momento en el que ellos eran el matrimonio perfecto. Viajes, lujos, dinero y libertad. Yo hice que se estancaran por años… Hice que vieran a mi madre como una estúpida por haberse embarazado de mí. La trataron mal por años sólo por que era mujer y odio que aún ahora no pueda decir que me tiene a mí como a su hijo porque la gente le va a decir que es una mala madre por haberme dejado para seguir su sueño. Todos la quieren por la imagen que da de que está casada y tiene un matrimonio aventurero y perfecto. Odio que aún ahora, cuando menos quiero serlo, soy una carga para ellos en todo sentido —sonrió con amargura—. Ya soy un parásito que toma su dinero… Quiero trabajar para dejar de sentirme así, pero odio tener jefes. Quiero abrir mi propio negocio. Así ellos podrían ser felices sin tener que preocuparse por mí.
—A pesar de todo eso, ellos te quieren.
—El que me quieran no descarta que serían más felices si yo nunca hubiera nacido.
Ezrael no sabía qué decir. Daniela y Diego eran personas increibles. Ambos eran extrovertidos, divertidos e inclusive se podría decir que eran mucho mejores que cualquier pareja que hubiera visto. Se notaba que amaban a su hijo, pero así también se notaba que no tenían interés en cuidar de Valentín.