Querer decir "Te amo" (gay)

CAPÍTULO 9

A la mañana siguiente, mientras Ezrael se bañaba, Valentín salió a comprar algunas cosas. Cartas, un libro, algunos dulces y volvió. Cuando entró, lo encontró terminando de ponerse el pijama. Parecía molesto por culpa del dolor. Valentín se acercó lentamente antes de hablar:

 

—¿Cómo está tu brazo?

—Es mi hombro el que duele. No me deja moverte. Me harta —gruñó.

—Va a dejar de doler, calmate. 

—... el problema es que aún duele. 

—Debe ser. No lo muevas mucho. 

—Sé que no debo moverlo mucho —suspiró para cambiar de tema—. Como sea. Mi mamá se fue hace un rato, dijo que tiene que preparar las cosas del funeral.

—… ¿quieres que te acompañe?

—No voy a ir. Te lo decía por si tú querías ir.

—Ezra… —balbuceó— ¿Te sientes bien?

—¿A qué te refieres?

—No lo sé.

 

Aún en silencio y tomando en cuenta que le daba la espalda, pudo hacer lo que quería. Sus palmas fueron directamente a sus omóplatos. Los sintió. Eran fuertes. Parecían incluso tener músculos bien formados. Cuando aplastó sin intención de lastimarlo y vio que aún así se retorcía, decidió hablar:

 

—Sé que no te gusta pero… ¿crees que pueda ver tu espalda?

—¿Para qué? —dudó de ello.

—¿Puedo?

—… Val

—¿No puedo?

—No dije eso, Valentín… 

—¿Entonces?

—... ¿Prometes no decir nada?

—¿De tu espalda? —asintió— Está bien.

 

Ezrael suspiró antes de aceptarlo. Sintió ya no tener necesidad de mentirle aunque sabía que Valentín lo veía mientras dormía. También sintió necesitarlo. Quería darse la vuelta y sentir que lo abrazaba, que lo cuidaba, que lo quería. 

Que había alguien de quien si sentía querer ser amado.

 

—Ayúdame a levantar la camiseta —murmuró.

 

Valentín le ayudó a levantar la tela. Al hacerlo, pudo ver todas las heridas que tenía. Varios hematomas creaban una mezcla de tonos morados, rosados, rojos y amarillos verdosos. Su frente se dirigió en la dirección de aquella línea que marcaba su columna. Sus brazos lo atraparon en un suave abrazo. Lo quería tanto que no podía forzarlo a contarle lo que le ocurría. Respetaba su privacidad. Estaba feliz de al menos haber podido avanzar un poco y verlo directamente.

Valentín puso su quijada en el hombro bueno de Ezrael. Pegó sus mejillas con cariño antes de suspirar. Quería quedarse así por un momento. Disfrutar de que Ezrael se sentía más tranquilo y ligero. Le daba ternura haber visto que durmió tan profundo esa noche que aún cuando le trajeron el desayuno, él no quiso despertarse hasta que lo obligaron. Sonrió. 

 

—¿Cómo te sientes aparte de tu hombro? —preguntó Valentín.

—Me duele un poco la garganta. También el pecho.

—¿Qué te dijo el doctor?

—Mañana salgo del hospital. Dijo que querían estar seguros de que mis pulmones estuvieran bien. Pero había querido salir hoy.

—No creo que puedas ir a tu casa en estas condiciones. Y aún si fuera así, ¿por qué salir tan rápido? Solo tenemos clases.

—… quería pasar mañana contigo.

—¿Mañana? —se sorprendió.

—Si. Quería pasar contigo.

—Iba a quedarme a dormir hoy, pensé que pasaríamos juntos mañana. No entiendo.

—No. Quiero que vayas a tu casa. Iré después de salir.

—¿Para qué? 

—… hay un regalo. 

—¿Regalo?

 

Ezrael asintió antes de suspirar. Había escuchado que abrían la puerta. La enfermera había entrado para acomodar el suero. Valentín solo estaba perplejo esperando que se fuera para volver a hablar. Su cumpleaños era mañana, nunca se lo había dicho, no quería ilusionarse, pero era demasiado tarde. Estaba completamente rojo. 

Ezrael sonreía sin ser visto. Sabía que lo había tomado desprevenido. Se volvió a recostar en la camilla y se cobijó. Estaba tranquilo. También se acercaba su cumpleaños. Nunca pensó que el otro chico fuera mayor ni que en algún punto hubieran nacido con apenas días de diferencia. Pensar en lo diferentes que eran y al mismo tiempo en aquellas pequeñas cosas que los unían, lo hacía sentir feliz. Regresó a verlo. Tenía un rostro indiferente, pero sus manos y piernas temblaban. Era sexy.

Valentín notó su mirada, se sentó a su lado y cruzó los brazos.

 

—¿Qué pasa contigo? Estás temblando.

—¿Qué hiciste? —lo miró con seriedad.

—¿Nada?

—¿Entonces por qué crees que necesito un regalo? 

—Porque mañana es importante.

—¿Por qué?

—Solo es importante.




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