—¡Mamá! ¡Papá! —no pudo evitar llorar al verlos.
—¡Valentín!
Un abrazo familiar y caluroso llegó a su cuerpo. No se sentía tan reconfortante como lo había imaginado, pero era suficiente para él. Los había extrañado tanto que no quería apartarse de ellos ni por un segundo. En especial de su madre quien con un tipo extraño de dolor en el pecho lo veía sollozar debido a su falta. Ellos no podían hacer nada más que esas cortas visitas, su trabajo se basaba en viajar y vivir sin su hijo.
Aquel día le dieron decenas de regalos de decenas de países. Había cientos de fundas de dulces diferentes, comidas poco conocidas y una cantidad inimaginable de recuerdos. Todo con la intención de mostrarle a su hijo que no lo habían olvidado del todo.
Valentín no soltó a su madre en todas las horas que pasaron juntos. Sabía que tenía que irse pronto, sólo que aún no le habían dicho la hora. Cuando su padre vio la escena, le causó ternura ver a su esposa acariciando los cabellos de su hijo quien aún no paraba de llorar. Diego se sentó a su lado haciendo lo mismo. Podía notar que aunque Valentín dijera estar bien, no era la verdad. Pero también sabía que ni él ni Daniela iban a hacer mucho para cambiarlo.
—Valentín… —murmuró su madre— Papá y yo tenemos que hablar contigo muy seriamente.
Siempre hablaban como si le estuvieran hablando a un niño pequeño. Era la última forma de hablar que utilizaron en los tiempos en los que vivieron juntos.
—¿Qué ocurre?
—Nosotros tenemos que darte una noticia.
—¿Cúal?
—... Papá y yo hemos decidido que ya no vamos a volver.
—... ¿qué?
El pecho de Valentín sintió presión. Cómo si algún tipo de animal pesado se le hubiera montado encima sólo para reírse en su cara.
—Mamá y yo estuvimos hablando y decidimos mudarnos a Italia.
—¿Lo dices en serio?
—Si. Vamos a Roma. Tu sabes, el coliseo, el imperio.
—¡Sé donde es Roma! ¡¿Pero por qué mierda no van a volver?! —se levantó con tanta ira que terminó golpeándose contra el televisor— ¡¿Por qué?!
—Vamos a fundar la compañía de nuestros sueños en ese lugar, Valentín.
—¡¿Siquiera pensaron en lo que yo podría sentir?! ¡Soy su hijo! ¡Lamentablemente soy parte de su familia!
—Claro que lo pensamos, por eso, queremos saber si quieres venir con nosotros —su madre intentó calmarlo pero solo recibió una mirada gélida.
—¡¿Cómo mierda van a creer que voy a querer ir con ustedes?! ¡Todos estos años he hecho mi vida en este lugar! ¡Tengo aquí a mi mejor amigo! ¡También tengo mis cosas! ¡Aquí están todos mis buenos recuerdos! ¡Todas las personas que quiero! ¡Inclusive tengo una señora a la cual admiro con todo mi corazón! ¡Una mujer que es más madre para mí que tú! —señalando a su madre con su dedo, se quebrantó.
—Valentín…
La mirada herida de su madre lo hizo entender de que lo que dijo estaba mal. Quiso vomitar.
—P-perdón… P-perdón… Lo lamento en serio. En verdad lo lamento —sollozó sentándose en el suelo—. N-no quise decir esas cosas. Lo lamento mucho. No me odien. Solo dije las cosas sin pensar.
—No somos buenos padres —dijo Diego—, pero damos lo mejor de nosotros por tí.
—Ya lo sé. Lo sé muy bien. Demasiado bien —se levantó e intentó ir a su cuarto, pero fue detenido.
—Nos vamos a ir pronto ¿Qué tal si pasas un rato conmigo? —persuadió Daniela— Un rato con mamá…
—Yo… —sabía que no iba a ir a Italia. No quería estorbarles— Sí, quiero pasar un rato contigo.
Recostando su cabeza en las piernas de su madre, no le interesaba las cosas que le decía. Sabía que aquella misma noche se irían y no volvería a verlos en muchos años más. Solo habían venido a dar esa noticia y ahora se irían. Sentía que debía habérselo esperado.
Sollozó mojando la falda de su madre. No porque tuvieran que irse, sino por lo idiota que se sentía al haber pensado que algo iba a cambiar esta vez. Tampoco iba a detenerlos. Tomó la mano de su padre. Era tibia. Le decía que siempre podría cambiar de opinión, pero eso no iba a pasar. Valentín no quería ir a Italia. Quería vivir la vida que vivía en este lugar evitando ser una molestia para sus padres como lo había sido desde que nació.
Se quedó dormido toda la tarde. Sollozaba sin parar entre sueños. Cerca de las ocho de la noche, su madre lo despertó. Tenían que irse. No hubo una despedida elaborada. Valentín no quiso mirarlos. Sabía que si lo hacía, en algún punto les pediría que se quedaran y eso tal vez podría arruinar su itinerario.
Ayudó a su madre a cerrar la puerta del taxi. Ella bajó la ventana antes de despedirse.
—Cuídate, hijo.
—Nos veremos.
—Has crecido mucho —fueron las últimas palabras de su padre antes de partir.
Valentín se sentó en la vereda viendo los autos ir de un lado al otro. El frío le daba en los brazos. Todo su cuerpo se congelaba pero no tenía la mínima intención de moverse. Se preguntaba si había sido su error o si había hecho algo malo de pequeño. Se preguntó si tal vez haber nacido había sido el problema. Sus ojos se nublaron de un segundo a otro. Ya no deseaba nada. Ni siquiera una muestra de cariño.