Los días siguientes se volvieron cortos. Entre deberes, exámenes y preparativos navideños, el tiempo voló. No había problemas de por medio y tanto Ezrael como Valentín, sintieron que aquello fue la pausa que habían necesitado para meditar acerca de sus sentimientos con algunos besos de por medio. Decidieron no cruzar ninguna línea previamente marcada ni llegar al final mientras no fuera la ocasión correcta.
Crearon ciertas costumbres como darse pequeños besos antes de dormir o en la puerta antes de salir a clases. Otros mientras estaban escondidos a la hora del receso en el bachillerato o cuando volvían a casa en algunos callejones. No llegaban demasiado lejos ni profundizaban en lo que aquello significaba. Eran felices sólo con saber que aquellos leves besos de cariño eran lo que habían deseado hacer desde que eran niños.
La navidad llegó como la misma promesa anual de que todo tenía que salir bien por lo menos un día del año. Ezrael estaba usando un suéter rojo navideño que le compró su madre. No le terminaba de gustar, pero le pareció correcto debido a que era un presente. Se preguntaba qué tipo de ropa iba a usar Valentín pues pasaría con ellos como todos los años desde que llegó. Solía ir, cenar, intercambiar regalos y quedarse haciendo cualquier cosa hasta la hora de ir a dormir.
Al escucharlo llegar, volvió a sentirse igual de extraño que la última semana. Tuvo que verse al espejo para reafirmar que estaba bien arreglado. Sonrió para seguir con su auto-terapia de aceptación en la cual se veía y decía que no era para nada horrible como su padre siempre se lo metió en la cabeza. Sus nervios porque aquello no fuera suficiente lo llevaron a comprar una crema con la cual los restantes de sus ojeras se reducirían, humectantes de piel e incluso un nuevo shampoo para oler mejor. Quería ir a la par de las mejoras que estaba teniendo con el gimnasio las cuales a pesar de no ser la gran cosa, lo ponían feliz. Quería llegar a amar su físico como nunca lo había hecho.
Bajó las escaleras lentamente. Cerró los ojos pensando en que estaba más tembloroso que nunca. Era la primera navidad que pasaba junto a Valentín después de esos besos y tenía por seguro que esa navidad iban a llegar lejos una vez más. Se preguntaba cómo tendría que pararlo si es que llegaba un momento cercano a un punto de inflexión que hiciera que su amistad se viera afectada. Agitó su cabeza para dejar aquel extraño pensamiento pasar.
Al volver a la realidad, vio a su madre abrirle la puerta a Valentín. El chico venía con una caja de regalo entre sus manos. Sin intención, brillaba más que todas las luces que habían colgado. Cuando sus miradas se encontraron, fueron directo a su ropa. Al darse cuenta de que Liliana les había comprado el mismo suéter a ambos para que fueran a juego, se sonrojaron intentando no reírse de ello. El primero en componerse fue Valentín quien, acercándose al árbol, se agachó para dejar el regalo esperando que Ezrael se apurara y entendiera que quería que se pusiera a su lado.
Cuando estuvieron juntos, no supieron cómo saludarse. Estaban tan nerviosos que las manos les sudaban. Liliana apreciaba aquella escena con una sonrisa. Valentín se rindió ante sus deseos y lanzándose a los brazos de Ezrael, lo apretó con fuerza. Ezrael no supo cómo responder en un principio, sin embargo se mantuvo firme para no caer, lo sostuvo de la cabeza e intentando no pensar en qué quería besarlo, le acarició la frente con la punta de su nariz.
—Feliz Nochebuena, Ezra.
—Feliz Nochebuena, tonto.
Aunque a Ezrael no le pareciera la gran cosa aquel día, a Valentín le encantaban las fiestas. En especial desde que dejó de sentirse una molestia para Liliana. Odiaba estar sólo en los días destinados para pasar con una familia. Durante toda su infancia las fiestas fueron horribles y aterradoras por culpa de su abuela, pero se convirtieron en recuerdos gratos desde que aquella otra familia estuvo a su lado.
Se quedaron abrazados de la misma manera por algunos minutos. Tuvieron que salir de su propio mundo cuando escucharon a la única mujer de la casa, hablar:
—¿Cuál de los dos es el más alto?
—Soy yo —dijo Ezrael sin duda alguna.
—¡Mentiroso! ¡Soy yo!
—Val, mido cinco centímetros más que tú.
—¡Mentira! —rió— ¡Ya crecí!
—¿Y cuanto mides ahora?
—Un metro setenta y ocho —Ezrael arqueó una ceja—. ¡Lo digo en serio!
—Sigo siendo más alto.
—¡¿Ah?!
—Mido metro ochenta, tonto.
Dándole un suave golpe con su dedo en su frente, lo hizo cerrar sus ojos como un reflejo. Valentín hizo un pequeño puchero quejándose de su altura. Ezrael sólo lo molestaba pellizcando sus mejillas y nariz. Buscaba besarlo una vez más. No lo había hecho desde el día anterior pero se sentía casi desesperado por repetirlo. Escuchó la risa de su madre haciendo que lo soltara al instante. Estaba asustado de lo que ella pudiera pensar o decir acerca de ello.
—El más alto, ¿puede pasarme la bandeja grande?
—¿La que está encima de la vitrina? —preguntó Ezrael.
—Si… creo que ya es hora de sacarla.
Ezrael conocía la historia de esa bandeja. Era la única cosa que había sobrevivido a la ira de su padre cuando rompió todo lo que tenía al alcance los primeros días después de que le amputaran su segunda pierna. Era la bandeja favorita de su madre, por eso, se ocultaba encima de aquel mueble.