—Ezra —susurró viéndolo llorar entre sueños—... Ezra…
—Val…
Ezrael no quería despertar aún. Estaba en un hermoso sueño el cual tenía de protagonista a Valentín. No había soñado con él en mucho tiempo por lo cual ese sueño fue su salvación hasta que sintió que le mordían la mejilla.
Al abrir los ojos por el repentino dolor, la luz de la mesa de noche hizo que pudiera divisar bien al otro. Tenía una cara tan seria que supo que iba a decirle algo importante. Sus ojos no mostraban ni una gota de duda. Su mirada era tan nueva que lo hizo llorar. Sus lágrimas salían sin parar, su cuerpo estaba debilitado, intentaba moverse pero la fuerza con la que Valentín lo detenía llegó hasta a asustarlo. Sintió que iba a decirle algo malo. Pensó en cosas como que se iba a ir, que lo odiaba, que le daba asco o que lo había destruido. Ezrael estaba más asustado que nunca por ello.
—Ezrael —dijo con la voz firme.
El haberle dicho su nombre completo hizo que se estremeciera antes de morder el interior de su labio para dejar de llorar. Lo hacía con fuerza para escuchar lo que tenía que decirle. Estaba nervioso y no dejaba de temblar.
—Esta semana ha sido una de las que más he hecho en toda mi vida. Fui a tantos lugares e hice tantas cosas que me parecieron increíbles que no puedo creer que no lo haya hecho antes. Pero cada que hacía algo que me hacía feliz, te busqué a mi lado —dijo sin apartar la mirada de aquel rostro lloroso—. Intenté encontrarte, pero no estabas allí y eso me hizo sentir furioso. Tan enojado que quería gritarte porque no estabas allí —sonrió—. Con los días entendí que no era por eso que estaba enojado. Aprendí a soportar la soledad. También a que no debería depender tanto de tí. Pero aún así, solo deseo estar a tu lado —haciéndolo sonrojar supo que al parecer todo iba bien—. Fuiste un recuerdo vivido en mi cabeza todo este tiempo. No entiendo cómo es que pude vivir sin tí. Eres increible y lo primero que iba a hacer era llamarte. Quería verte después de arreglarme, pero no sabía que estabas dormido en mi cama…
El que no tartamudeara significaba que todo lo que decía había sido pensado, premeditado y que no tenía nervios de por medio. Era una declaración de todo lo que sentía incluida la seguridad con la que lo hacía. Escuchar que no había problemas hizo enojar a Ezrael.
—Te… te he esperado toda la semana —sollozó enojado—. Toda la semana.
—Necesitaba aclarar lo que sentía. Quería entender mis sentimientos. No quería lastimarte ni quería salir lastimado —intentó calmarlo—. Por eso quería hablar contigo. Decirte lo que siento. Mostrarte por completo lo que pienso de ti.
Valentín tomó valor y aire. Movió la mano de Ezrael hacia su pecho, directamente donde estaba su corazón. Lo miró fijo. Juntos supieron lo que se avecinaba.
La forma en la que Valentín había vuelto a casa era mucho más madura que nunca. Parecía estar decidido a hacer algo. Se notaba que no estaba nervioso y que no iba a cambiar de opinión ante ello. Hizo que Ezrael llorara tanto que sus lágrimas lo estaban ahogando. Viró su cabeza hacia un lado sin dejar de sacarle sangre a su boca. No quería ser visto de esa manera. En especial cuando sabía que estaba por decirle algo importante acerca de su relación. Se negó a seguir pensando que eso era una declaración, pues sí lo era, tenía miedo de no ser capaz de decirle que lo amaba por miedo a que volviera a escapar.
—Desde que llegué aquí siempre has sido mi amigo —prosiguió—. Has estado en las buenas y en las malas. Desde que me caía hasta que me levantaba. Has sido mi apoyo, mi fuerza, has sido todo lo que he necesitado para seguir adelante y lo lamento —sollozó de la nada— Lamento sentirme así… pero… no lo soporto más…
—… ¿De qué hablas? —preguntó avergonzado.
—Aquel beso fue solo una excusa —susurró—. Yo no quería mostrarte lo que sentía… pero desde que soy solo un niño… Desde que descubrí lo que era sentir algo por alguien —sus manos temblaron en el agarre de la muñeca de Ezrael—... Nunca has salido de mi mente. No me importan las mujeres, o los hombres, o cualquier persona… pero tú… tú —intentó calmarse.
—¿Yo…?
—Tú me gustas.
Cuando Ezrael levantó la mirada, estaba atónito. Lo que sus ojos veían era una mueca de dolor en el rostro de Valentín. Sus lágrimas caían con prisa Como si intentaran sacar todo el dolor que hacía latir a su corazón con prisa. Pero aún así, ni la oscuridad era capaz de opacar aquel brillo que emanaba.
—Me gustas… me gustas… me gustas… ¡Me gustas demasiado!
Ezrael no supo cómo responder ante ello. Sus ojos se volvieron borrosos en todo sentido. Su cuerpo temblaba y sin querer terminó gritando. Su pecho dolía al punto en el que llegó a pensar que todo su cuerpo había colapsado. Deseó huir. Le asustaba demasiado llegar a decirle que él sentía lo mismo.
Sus brazos se movieron con desespero para que lo soltaran. Pataleaba e intentaba quitar al castaño de encima suyo. No entendía lo que le ocurría a todo su cuerpo. Solo sabía que no podía dejar ir aquel miedo que le decía que todo iba a arruinarse si le decía que a él le pasaba lo mismo.
—¡Déjame! ¡Suéltame!