Al comenzar el juego, y tras haberle explicado a Ezrael cómo jugar, todo se volvió tan divertido que no podía dejar de sonreír. Parecía estar lleno de vida después de toda una semana tortuosa, sin embargo aún había algo que lo molestaba: En varios momentos en los que sintió peligro regresó a ver a su lado derecho para proteger a Valentín. Lo buscó varias veces, pero no lo encontró.
Fue la primera vez que se divirtió con personas diferentes a las de su casi inexistente círculo social. Era un mundo nuevo en el que solo estaba él y personas de las que no recordaba ni siquiera sus nombres. Logró entender en parte lo que Valentín sintió en el viaje que había hecho. Ahora estaba renovado, como si fuera algo que aunque estaba reacio a vivir, le encantaba.
Estaba en el campo cuando tuvo que elegir entre dos caminos. Honey y Gabriel iban por uno, por el otro iban Uriel y Dorian. Las palabras de la rubia le recorrieron la cabeza. Si iba por un lado perdía la oportunidad de ir por el otro. No sabía por dónde ir. Era la primera vez que tenía que elegir después de haber pensado en ello. Se quedó en medio. No supo qué hacer y su mente dejó de funcionar.
Zadquiel apareció por su espalda. Lo miró a través del cristal que protegía sus ojos. Había llegado en silencio y estaba por disparar. Se detuvo para reírse un rato de la postura defensiva que Ezrael tomó. Era un hombre tan alto y fornido que lo angustiaba.
—Debiste hacerle caso a Honey y elegir un camino —exclamó poniéndole el arma en contra de su pecho—. Esto va a dejar un lindo morado en tu piel, niñito.
A lo lejos se escuchó un disparo. Fue tan rápido e inesperado que cuando Zadaquiel quiso encontrar su orígen solo sintió un golpe directo en su cuello. Honey había sido la responsable de crear una perfecta marca en todo el cuello. Lo había hecho caer al suelo con algo de tos. Ezrael la vio acercarse, se quitó la máscara y habló con seriedad. Parecía algo enojada, sin embargo utilizó lo ocurrido para darle una lección.
—Si no eliges, pierdes las dos oportunidades.
Otro disparo sonó. Sus hermanos tenían una conexión maravillosa. Miguel había escuchado todo así que le disparó a Honey en el pecho izquierdo.
—Y no seas como ella —habló de la misma forma sabia—. Sigue las reglas impuestas. Dijimos que no al cuello porque es peligroso.
—¡Hijo de puta! —gritó dolida— ¡Los pechos también cuentan como algo que no hay que disparar! ¡Duelen!
—No debiste bajar la guardia —sonrió algo avergonzado de haberle dado en aquella parte.
Estaban por reír todos cuando, de la nada, dos balas de pintura cubrieron a Miguel en ambos hombros. Dorian y Uriel habían aparecido a los lados, se sonrieron y volvieron a esconderse. No le interesaba lo que ocurría entre ellos, pero verlos dividirse para vencer fue intrigante. Honey le habló para sacarlo de su mente:
—No puedo protegerte ahora —fingió su muerte con una mano aún en su pecho—... Dile a Lili que no iré a cenar esta noche… ¡Que no me espere despierta! ¡No volveré tampoco a la navidad! ¡Pero dile que cuando el viento toque su rostro, seré yo quien la está besando! —lo hizo reír.
En otra parte del campo se escuchó a alguien moverse. Honey vio a Ezrael y sus labios se movieron sin dejar salir ningún ruido: “Oportunidad”. Ezrael logró levantarse y disparar hacia donde provenía el ruido. Camiel se levantó con las manos levantadas, tenía una mancha de pintura en medio de su pecho.
—Me diste —suspiró con falsa pena—. A veces hay que sacrificarse por el equipo.
—Pero fuiste demasiado lento —dijo Zophiel.
Zophiel apareció a las espaldas de Ezrael para dispararle en la nuca. Era igual de peligroso o más que en el cuello, sin embargo solo lo hizo temblar, reír y dejarse caer a un lado de Honey. La mujer hacía pequeños pucheros con su boca sin dejar de frotar su pecho herido con una mano.
—¿Quienes quedan, Zadquiel? —preguntó la menor de los hermanos.
—Uriel, Dorian… Miguel, Rafael… Gabriel y Zophiel —pensó—… Estamos en empate, ¿no?.
—Sí… Fue divertido ser primera sangre mientras duró.
—Me disparaste al cuello, perra —gruñó con odio.
—Y a mí me dispararon un pecho, ¿crees que estoy feliz? Duelen si los golpeas, ¿sabías? No, no lo sabías, te faltan tetas —lo insultaba con cariño.
—Tienes razón. Para qué pelear… Volviste a ganar —se ablandó ante ella.
—¿Qué piensas, Ezra? —golpeó el muslo del chico con una mano— ¿Te parece divertido jugar con nosotros?
—Fue divertido dispararle a alguien.
—Camiel siempre se deja disparar —sonrió Honey—. Daría su vida “por el equipo”.
—O solo no le gusta el deporte —interrumpió su hermano.
—Como sea, dí tus últimas palabras, niñito —murmuró la rubia.
Ezrael pensó varias veces en lo que podría decir. No había forma en la que pensara en nadie más que en Valentín. Le hubiera gustado jugar algo parecido a su lado. Se quitó la máscara para hablar: